(CNN) — Los demócratas esperan en todas partes que éste sea el momento del 46° presidente de Estados Unidos, mientras la cámara planea sobre la cúpula dorada del edificio del Capitolio estatal y proyecta imágenes del resplandeciente crepúsculo de Atlanta, las luces de la televisión se encienden y 51 millones de estadounidenses sintonizan el programa.
El momento en que Joe Biden se situará de espaldas a un muro rojo, blanco y azul, y luchará con herramientas forjadas en toda una vida de servicio público. El momento en que el expresidente Donald Trump quedará expuesto como un farsante, machacado por preguntas difíciles y atrapado por reglas poco adecuadas para el showman republicano: sin público al que alborotar, límites de tiempo estrictos y micrófonos silenciados una vez que se agote el reloj.
«Estamos en vivo desde Georgia, un estado clave en la batalla…».
Para los demócratas, todo parece estar a su alcance en el arranque de este primer debate, organizado por CNN, y la primera pregunta es una para la que Biden ha tenido meses de preparación.
«¿Qué les dice a los votantes que dicen que están peor bajo su presidencia que bajo la del presidente Trump?», dice Jake Tapper, compartiendo la mesa de moderadores con Dana Bash.
«Tenemos que echar un vistazo a lo que me dejaron cuando me convertí en presidente». Biden acepta el reto: «Las cosas eran un caos… ¡la economía se hundió!».
El presidente dispara una lista de quejas sobre la mala gestión de Trump, su complacencia con los ricos y el peligro que corren los puestos de trabajo. Biden presume de su propio historial de empleo para los estadounidenses, de reducir los costos de la atención sanitaria y de reprimir la codicia de las empresas.
Trump sacude la cabeza, frunce los labios y contraataca. «La inflación está matando a nuestro país. Nos está matando absolutamente». Pinta a Biden como un vago burocrático y a sí mismo como el mago que impulsó los negocios, controló la inmigración y conjuró recortes fiscales que impulsaron la economía.
En una sala verde entre bastidores, el equipo de Trump está preparado para los problemas. Su hombre llegó temprano y parecía estar a gusto posando para fotos y paseándose por el estudio que normalmente presenta un programa sobre el béisbol de las grandes ligas. Había pasado por días de preparativos para el debate, pero se esperaba que confiara principalmente en su instinto para una frase rápida, un insulto o una declaración que acaparara titulares. Sin embargo, Kristen Holmes, de CNN, que está cubriendo a Trump, dice que su equipo conoce los riesgos que acechan en el escenario. «Había nervios al entrar en este debate de que Trump iba a fracasar. De que iba a perder la calma, de que iba a enloquecer».
El equipo de Biden también está inquieto. El presidente llegó tarde -como suele hacer-, aquejado de un resfriado que su personal no reconocerá hasta más tarde. Ha estado bien entrenado, pero bajo una nube. Poco más de dos semanas antes del encuentro, su hijo Hunter fue condenado por tres delitos graves de posesión de armas. Biden nunca ha ocultado su afecto por su familia.
No obstante, durante los primeros minutos el debate sigue un ritmo predecible. Los dos hombres intercambian golpes y exhiben su desdén mutuo. Entonces ocurre algo. Biden, que lleva mucho tiempo hablando de que superó problemas del habla cuando era niño, empieza a tartamudear. Busca las palabras, dice «trillionaires» cuando quiere decir «billionaires» – corrigiéndose a sí mismo, y un instante después dice «million» cuando quiere decir «billion». Son pequeños errores, pero se acumulan rápidamente.
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Durante meses, los críticos conservadores han dicho que la salud física y mental de Biden están flaqueando. Han acusado a altos cargos demócratas, incluso a miembros del Gabinete, de ocultar su declive. Los defensores de Biden han desestimado las imputaciones como disparates, más teorías conspirativas desquiciadas de la ultraderecha.
Ahora, con la nación mirando, Biden tiene la mirada perdida, como si buscara respuestas en el aire. Balbucea. Parece confuso. Tras una pausa agónica, suelta sin contexto ni sentido: «Miren, por fin hemos vencido a Medicare».
Trump mide a Biden con la mirada y luego lo destroza.
Durante más de una hora, Biden se debate. Expone puntos claros y coherentes. Pero cada vez que encuentra su equilibrio, vuelve a caer rápidamente en frases desordenadas y pensamientos confusos. Trump esquiva las preguntas, hace alarde de su escaso conocimiento de la política y vomita sus falsedades repetitivas. Pero lo hace con vigor, sonriendo a su sufrido oponente.
Una respuesta especialmente inconexa de Biden da pie al video de la noche cuando Trump responde: «Realmente no sé lo que dijo al final, y creo que él tampoco lo sabe».
Tras bambalinas, el equipo de Trump lo celebra. «Estaban muy contentos. Estaban aliviados», dice Holmes, pero «no se dieron cuenta del impacto que iba a tener ese momento».
Algunos observadores del debate demócrata tienen una percepción más aguda. «Mi teléfono se iluminaba con mensajes de texto», dice John King, de CNN, señalando que tanto los miembros del Congreso como los activistas políticos y los votantes estaban profundamente alarmados. «Simplemente, se acabó desinfló el globo demócrata. Los demócratas estaban desesperados y en pánico viendo ese debate».
Una fiesta de observación en California está conmocionada por el espectáculo, dice una fuente a Phil Mattingly de CNN. Tres gobernadores demócratas están allí: Gretchen Whitmer, de Michigan, J.B. Pritzker, de Illinois, y Andy Beshear, de Kentucky, todos ellos posibles futuros aspirantes a la presidencia. «Creo que estaban mirando a su alrededor pensando que toda la dinámica ha cambiado y que quizá, en lugar de ser un espectador o un sustituto, tenga que empezar a pensar si hay otro paso aquí», dice Mattingly.
Las redes sociales están en ebullición con seguidores de Trump regocijados que hacen chistes sobre él cometiendo abusos contra ancianos, y demócratas consternados que no habían soñado que pudiera salir tan mal. Cuando los hombres abandonan el escenario, los aliados de Biden se apiñan durante largos minutos antes de dirigirse a la sala de giro de la cercana Georgia Tech para defender su moribunda actuación. Al igual que su candidato, muchos no encuentran palabras.
El veredicto es innegable: Trump ganó sin lugar a dudas.
Esta es la historia de un enfrentamiento titánico que no se parece a nada que la mayoría de los estadounidenses vivos hayan visto jamás: las elecciones presidenciales estadounidenses de 2024. La contienda ha puesto a prueba la fe en la democracia, las instituciones de gobierno, el sistema judicial y la fe de los ciudadanos entre sí. Las fortunas han subido y bajado a velocidades vertiginosas en medio de acusaciones y sospechas, promesas y traiciones, que han hecho casi imposible recordar los acontecimientos de una semana a otra, y mucho menos dar sentido a lo que ha sucedido y por qué y cómo. La naturaleza de la verdad y la confianza, la ciudadanía y el cinismo, el patriotismo y el populismo han quedado en entredicho. Candidatos, aliados, funcionarios, activistas, periodistas, juristas y decenas de millones de votantes se han visto arrastrados a las trincheras sociales y políticas. Sobre todo ello pende una montaña de consecuencias, independientemente de cómo caiga el voto y de qué bandera se plante finalmente en el campo del vencedor. Este relato se centra en los últimos 131 días, el tumultuoso tramo que siguió a la extraordinaria noche del 27 de junio de 2024.
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Antes del debate, el entusiasmo parecía inquebrantable en la comunidad partidaria del magnate inmobiliario convertido en estrella de la telerrealidad convertido en presidente. Ahora la energía está sobrealimentada. El Partido Republicano que una vez abrazó la visión elegante y puritana de Ronald Reagan de Estados Unidos como una «ciudad brillante sobre una colina» está hipnotizado por el ethos del campo de batalla de Trump, en el que el objetivo no es la mera victoria, sino una purga arrolladora de todos los apóstatas. Señalar lo alejado que está Trump de la filosofía conservadora tradicional se ha convertido en herejía, y los transgresores son arrojados al desierto político. El director político de CNN, David Chalian, resume el efecto Trump en una frase: «Ha cambiado el partido republicano y lo ha hecho a su imagen y semejanza».
Nadie desde Grover Cleveland a finales del siglo XIX había perdido la Casa Blanca y luego la había recuperado, pero el férreo control de Trump sobre el Partido Republicano hizo añicos las esperanzas de todos sus contrincantes en las primarias y creó un monstruo político. A poco más de cuatro meses para que se formen colas en los colegios electorales, los hagiógrafos republicanos salen sin duda del debate de Biden con prosa fresca para los libros de historia.
En el camino, Holmes ve un creciente pavoneo en el equipo de Trump. «Yo diría que hubo un lapso en el que parecía que Donald Trump no podía perder», afirma. «Dicen que nunca estuvieron seguros al 100% (pero) parecía que se dirigía de nuevo a la Casa Blanca».
Calificar de asombroso el lugar que ocupa Trump en su partido en este momento es quedarse corto. Olvidemos por un momento que llegó a las elecciones de 2024 como un candidato perdedor dos veces sometido a juicio político, propenso a los rencores malhumorados y a las calumnias de colegial, un negacionista impenitente de las elecciones que envió a una turba violenta al Capitolio de Estados Unidos, y un hombre que habitualmente trataba la verdad como una cuestión de opinión mientras a veces forzaba los límites de la ley. Todo eso normalmente echaría por tierra las esperanzas de cualquiera de enarbolar la bandera de un partido importante.
Pero, de nuevo, dejemos a un lado esa historia.
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Basta con considerar la postura de Trump al despuntar el verano. Una marejada de procesos judiciales le había inundado con acusaciones de acaparamiento de documentos clasificados, intromisión electoral, agresión sexual y más. Ayudantes, asociados y alborotadores por montones habían sido encarcelados por esfuerzos en su favor. Pero Trump, que negó cualquier fechoría, ridiculizó a sus acusadores, desafió las órdenes de silencio, llamó corrupto al sistema judicial y convirtió sus fotos policiales en tazas de café para recaudar fondos. Sus números en las encuestas de las primarias del Partido Republicano se mantuvieron.
Cuando un caso civil terminó con Trump condenado a pagar decenas de millones de dólares por difamar a una mujer de la que el tribunal dijo que había abusado sexualmente en 1996, se encogió de hombros y dijo: «De alguna manera vamos a tener que luchar contra estas cosas». Cuando Trump fue condenado en un juicio civil a pagar US$ 355 millones por manipular fraudulentamente los valores de su propiedad en su antigua ciudad natal de Nueva York, apeló y dijo del juez: «Es simplemente una persona corrupta, y lo sabíamos desde el principio». Cuando un jurado declaró a Trump culpable de 34 cargos de falsificación de registros comerciales relacionados con pagos de dinero por silencio a una estrella de cine para adultos, el recién ungido delincuente hizo un guiño al día de las elecciones. «Ha sido un juicio amañado y vergonzoso, y el verdadero veredicto será el 5 de noviembre».
Las encuestas habían mostrado sistemáticamente que la mayoría de los republicanos no querían a un convicto en la Casa Blanca. Pero cuando ese convicto resultó ser Trump, no importó. Sus números en las encuestas volvieron a mantenerse.
Tras el debate, los republicanos y los independientes de tendencia republicana, muchos enfurecidos por la humillante derrota de Trump en 2020, llegan a los días agitados de julio convencidos de que no perdió hace cuatro años. Casi el 70% dice a los encuestadores de CNN/SSRS en julio que los resultados de las elecciones no fueron legítimos, a pesar de que el Equipo Trump no presentó ninguna prueba de fraude electoral.
Entonces, el ala conservadora de la Corte Suprema, reforzada por tres nombramientos en el mandato de Trump, impulsa una amplia inmunidad para cualquier jefe del Ejecutivo por cualquier acto oficial. Los abogados de Trump lanzan una nueva ronda de desafíos a sus problemas legales, argumentando que demasiados de los casos se basan en pruebas ahora excluidas y en comportamientos protegidos.
Sin embargo, el multimillonario expresidente nunca pierde la oportunidad de quejarse de lo mal que le trata el mundo. «Donald Trump sabe cómo convertir cada momento en una victimización», señala el encuestador Frank Luntz en CNN. «Está afirmando que es una víctima. Está afirmando que toda la fuerza del gobierno está siendo utilizada contra él».
En los mítines, Trump grita: «No vienen a por mí. Vienen a por ti».
Con todo, sus cifras en las encuestas se mantienen.
Es más, el apoyo de Biden está cayendo. A pesar de que los economistas dan al presidente altas calificaciones por haber sacado a Estados Unidos del marasmo pospandémico mejor que la mayoría de los países, la frustración de los votantes por la inflación es generalizada. A muchos les preocupa la edad de Biden, 81 años, a pesar de que Trump es sólo tres años más joven y de que colectivamente son los candidatos presidenciales de más edad de la historia. El malestar por los conflictos en Ucrania y Gaza, la frontera de Estados Unidos con México y los innumerables golpes del equipo Trump a Biden en todo tipo de temas están haciendo mella. Los encuestadores han insistido durante meses en que la carrera está demasiado reñida como para que se pueda decir que cualquiera de los dos va por delante, sin embargo las matemáticas muestran que Biden va sistemáticamente por detrás en ese empate estadístico.
Sin duda, ambos candidatos se enfrentan a problemas. En la época de su batalla verbal en Atlanta, Pew Research encontró que el 63% de los participantes en la encuesta calificaban a Biden y a Trump por igual de «vergonzosos» y querían que ambos fueran sustituidos en las papeletas. Pero a más republicanos les sigue gustando más su hombre que a los demócratas el suyo, y otras encuestas muestran que la brecha se amplía a favor de Trump.
Recostado en su carrito de golf, con el debate en el retrovisor y un «47» en la manga, Trump está disfrutando de una ronda en Florida cuando arremete contra la opinión pública. «¿Ese viejo y destartalado montón de mie***?», llama al presidente de Estados Unidos en un video grabado con un teléfono celular. «Abandonará la carrera».
La ansiedad demócrata sigue creciendo. Después de todo, Trump nunca ha ganado el voto popular y, sin embargo, derrotó a Hillary Clinton y estuvo a punto de superar a Biden gracias al poder basculante del Colegio Electoral. Ahora, con los débiles números de Biden reduciéndose aún más, Trump está ganando ventaja en todos los campos de batalla. Nevada, Arizona, Georgia, Wisconsin, Michigan y Pensilvania.
El debate incluso tiene a los estrategas de Trump mirando a algunos estados azules sólidamente demócratas y viendo indicios de un giro hacia el rojo republicano. «Una vez que la gente de Trump procesó lo que había ocurrido», dice King, «pensaron: ‘No sólo tenemos esta campaña ganada, sino que podemos hablar de ampliar el mapa'».
Los republicanos comienzan a albergar esperanzas de una gran derrota para Biden. Los demócratas que desprecian todo lo que Trump representa se preguntan si alguien puede detenerlo.
«Están disparando»
Cuando el pequeño dron sobrevuela el recinto de la feria agrícola horas antes del gran evento, a nadie parece importarle. Lo mismo cuando el joven pálido se presenta en el control de seguridad portando un telémetro, un dispositivo para calcular las trayectorias de los disparos de rifle a larga distancia. Los investigadores dirán más tarde que se tomó nota de él y se olvidó en gran medida después de que se alejara. Lo mejor que pueden decir es que nadie presta atención cuando el mismo tipo se sube a una unidad de aire acondicionado para trepar a un tejado.
¿Y por qué iban a hacerlo? Subido a la ola del entusiasmo posterior al debate y a pocos días de la Convención Nacional Republicana, Trump lleva su alegre carnaval de populismo a la pequeña Butler, Pensilvania. Suena «God Bless the USA», un mar de fieles corean el nombre del otrora y quizá futuro presidente de Estados Unidos.
«¡Vamos, Trump! ¡Vamos, Trump! ¡Vamos, Trump!».
Y ahí está él, con una gorra roja con el logo MAGA, retumbando desde el podio. «¡Estoy encantado de estar de vuelta en esta hermosa mancomunidad con miles de orgullosos y trabajadores patriotas estadounidenses!».
Se lanza a su discurso electoral, respaldado y flanqueado por gradas repletas de simpatizantes. Promete días mejores para este lugar donde una vez reinó la industria manufacturera, tacha a millones de inmigrantes de criminales y enfermos mentales, y se compromete a recuperar un país robado para la multitud enardecida.
Pero minutos después, apenas más allá de los bordes del Xanadú conservador, algunas personas notan por fin algo extraño: un hombre en un lugar donde no debería estar, actuando de una forma que no encaja con el ambiente.
«Alguien está en lo alto del tejado. Ahí está. Justo ahí».
Las voces en los videos de los teléfonos móviles captan la alarma que aumenta rápidamente.
«Se está tumbando».
Los curiosos avisan a seguridad mientras resuena la voz de Trump. Aparecen algunos agentes, trotando inseguros hacia el intruso.
«Mi mujer corrió hacia las fuerzas del orden, intentaba decirles, ya sabe, dónde estaba», le dirá más tarde Mike DiFrischia a Erin Burnett, de CNN, «pero parecía que no podían verlo porque no estaban en el lugar adecuado».
Pasan casi dos minutos y medio. Una voz grita: «¡Tiene un arma!».
El misterioso hombre suelta ocho disparos de su arma estilo AR en cinco segundos, dirigiéndose hacia el escenario a más de 2.000 millas por hora. Un francotirador del Servicio Secreto situado en otro tejado dispara contra el atacante. En la multitud que rodea a Trump, el caos.
«¡Al suelo!»
«Están disparando».
«Dios mío».
Carteles que dicen «Joe Biden – ¡Estás despedido!» revolotean en el aire. Algunas personas se tiran al suelo. Algunos se agachan para ver la fuente de los crepitantes disparos.
Trump se lleva una mano a la oreja derecha y se hunde detrás del podio. Agentes blindados y armados se apresuran a colocarse alrededor del candidato derribado, blandiendo sus armas en amplios arcos. Donna Hutz acudió con su familia desde Ohio y está unas filas detrás de Trump. «Vimos que tenía sangre encima», dice, «pero la gente gritaba que estaba bien».
La oreja de Trump fue alcanzada por una bala que pasaba, y los agentes tardan un minuto entero en ponerlo en pie. Su gorra MAGA ha desaparecido. Pide repetidamente: «¡Déjenme tomar mis zapatos!». Entonces, mientras los agentes se cogen de los brazos para formar un escudo humano y alejarlo, la multitud empieza a corear de nuevo: «¡USA! ¡USA! USA!».
Hay otras víctimas. Corey Comperatore ha muerto. El bombero de 50 años y padre de dos hijas estaba en las gradas a la derecha de Trump. Su esposa, Helen, dirá que sus últimas palabras fueron: «Agáchate». Otros dos ciudadanos de Pensilvania, en las gradas opuestas, están gravemente heridos: David Dutch, de 57 años, veterano de los marines, y James Copenhaver, de 74 años, un jubilado que grabó un video en el que se ve al atacante.
Ahora, otro teléfono móvil capta a la gente mirando al atacante tendido en el tejado.
«Creo que lo hirieron».
El hombre abatido es Thomas Matthew Crooks, de 20 años. El distrito escolar local dice que «había destacado académicamente, asistía regularmente a la escuela y (era) un joven tranquilo y brillante que en general se llevaba bien con sus profesores y compañeros». Los investigadores dicen que Crooks pidió el sábado libre en su trabajo en el Centro de Enfermería Especializada y Rehabilitación de Bethel Park porque tenía «algo que hacer».
Encuentran el rifle de Crooks con culata plegable y cañón desmontable, explosivos en su coche, detonadores a distancia y muchas señales de preparación. No encuentran un motivo.
«Investigó a Donald Trump, investigó a Joe Biden, investigó a varias otras personas», dice John Miller, analista jefe de las fuerzas del orden y de inteligencia de CNN, «pero luego se centró singularmente… una vez que vio que Donald Trump iba a venir a una ciudad realmente cercana a donde él vivía».
El hecho de que Trump evitara una herida mortal girando la cabeza en el momento crítico parece una señal para algunos de los fieles de MAGA. El predicador Franklin Graham dice a The Washington Post: «Trump estuvo muy cerca de que sus sesos se esparcieran por esa plataforma, pero Dios, creo, lo protegió».
Otros lo llaman un golpe de suerte en un día desafortunado.
Las teorías de la conspiración surgen como hongos después de la lluvia. Algunos sostienen que todo el asunto fue una operación de «falsa bandera» montada por Trump para ganar simpatía. Otros insisten en que fue un verdadero intento de magnicidio orquestado por sus rivales políticos. No hay pruebas de nada de eso.
El presidente Biden llama a Trump, que a su vez califica el gesto de «muy amable». En televisión, Biden dice: «Un expresidente fue tiroteado, un ciudadano estadounidense fue asesinado mientras simplemente ejercía su libertad de apoyar al candidato de su elección. No podemos -no debemos- seguir por este camino en Estados Unidos».
El Servicio Secreto será criticado por legisladores republicanos y demócratas por igual por no establecer un perímetro seguro, dejar edificios sin asegurar y abandonar radios esenciales. La directora Kimberly Cheatle se verá obligada a dimitir. Como dice Zach Cohen, reportero de seguridad nacional de CNN, «El Servicio Secreto sabía que se suponía que estaba a cargo de la seguridad del evento, las fuerzas de seguridad locales sabían que el Servicio Secreto debía estar a cargo y, sin embargo, nadie parecía estar realmente a cargo».
Pero como tantas cosas que podrían haberle ido tan mal a Trump, instantes después del tiroteo en las llanuras de Pensilvania, el maestro del espectáculo aprovecha una oportunidad para aprovechar el impulso de su largo y extraordinario verano. Mientras los agentes le empujan a un todoterreno negro, se vuelve hacia la multitud, con la sangre corriéndole por la cara, y enmarcado por una bandera estadounidense, golpea con el puño al cielo y grita: «¡Luchen! ¡Luchen! ¡Luchen!».
Nota del editor: Esta es la primera de una serie de cinco partes que narra los últimos meses de la campaña presidencial de 2024, empezando por el debate de junio entre el presidente Joe Biden y el expresidente Donald Trump.
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