Por Ana Victoria Espinoza
Del sur a la tierra colorada, de las aulas de la UNaM al laboratorio del Nobel de Medicina. Eyleen O’Rourke recorrió un camino lleno de aventuras y aprendizajes a través de la ciencia. Hoy comparte su experiencia para lograr entusiasmar a futuras generaciones de científicos y científicas.
Eyleen O’Rourke obtuvo su título de genetista en la Universidad Nacional de Misiones (UNaM) y se doctoró en Bioquímica en la Fundación Instituto Leloir de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Por su formación y su excelencia, fue seleccionada para realizar su posdoctorado en la Universidad de Harvard, bajo la dirección de Gary Ruvkun, flamante ganador del Premio Nobel de Medicina. Su carrera incluye investigaciones en algunas de las instituciones más renombradas del mundo, como Harvard, el MIT, el Broad Institute en Estados Unidos y el Institut Pasteur en Francia. Actualmente investiga y enseña en la prestigiosa Universidad de Virginia, agradecida siempre por la formación que recibió en la universidad pública argentina.
Para dar a conocer su camino, Eyleen O’Rourke cuenta que nació en la provincia de Río Negro, pero la mayor parte de su infancia vivió en la ciudad de Buenos Aires. Fue a mitad del secundario cuando decidió ser científica y conoció la carrera de genética de la UNaM.
La científica recuerda que cursó la carrera en la década del noventa, plena época de hiperinflación. “La mayoría de los estudiantes en mi clase eran de otras provincias, incluso de otros países. La situación era difícil cuando llegamos, pero había mucha camaradería y muchas ganas de ayudar a los otros”
Los años en la licenciatura en Genética fueron de gran crecimiento personal y académico, señala Eyleen: “Varios profesores tuvieron mucho impacto. A nivel personal, al que más le debo, es al profesor de antropología, Dr. Enrique Martínez. Él nos alentaba a ver y discutir desde la perspectiva del otro. Eso fue muy importante para mí, porque antes de la UNaM yo tenía un nivel de prejuicio y falta de empatía que hoy me avergüenzan. Nuestro profesor de genética, el doctor Bidó, fue la mayor inspiración a nivel científico. Al principio, la organización de sus clases parecía no tener mucho sentido, pero a medida que avanzábamos emergían los conceptos, las preguntas a futuro y nos guiaba a abordar esas preguntas con rigor”.
En la licenciatura también conoció a su esposo Cristian Danna (alias Colo) y juntos iniciaron sus tesis en el INTA de Buenos Aires, y luego en el Instituto de Leloir de la UBA. En ese momento, 30 años atrás, eran escasas las oportunidades para hacer investigación en la UNaM, así que varios tuvieron que mudarse a otras universidades del país para culminar sus tesis de grado.
Como resumen de su paso por las aulas de la UNaM, la científica sostiene: “Le agradezco profundamente a la UNaM por los conocimientos fundamentales que allí adquirí, no solo en lo académico, sino también en lo humano. Crecí radicalmente como persona, enriquecida por las oportunidades y el saber, tanto formal como informal, que me brindaron”.
¿Cómo fue llegar a los laboratorios de Buenos Aires y luego a Estados Unidos y empezar a relacionarte con otros científicos?
La educación que ofrece la universidad pública en Argentina es de excelencia. Aunque nos faltaba experiencia práctica, el espíritu crítico y capacidad de análisis que nos habían ayudado a desarrollar en la UNaM fue fundamental y altamente valorado por los grupos más destacados de la Universidad de Buenos Aires o la Universidad de San Martín, donde mi esposo y yo hicimos la tesina y luego la tesis de doctorado.
El paso al postdoctorado fue un gran desafío a varios niveles. Por un lado, dejar la familia y los amigos. Por el otro, el shock cultural de mudarse a los Estados Unidos, sumado a que el corralito hizo que cuando llegamos a Boston tuviéramos que dormir en la alfombra del dormitorio hasta que recibimos el primer sueldo. Cuando estábamos terminando la tesis de doctorado en Buenos Aires, empezamos a mandar nuestros currículums y las cartas de interés a distintos laboratorios en Europa y Estados Unidos. A mí me interesaba trabajar en cómo los organismos se adaptan al estrés y cómo la falla de esos mecanismos de adaptación contribuyen a las enfermedades humanas. Y la respuesta fue muy positiva, recibí ofertas de varios laboratorios en universidades muy prestigiosas.
Decidí elegir el laboratorio de Gary Ruvkun sin pensar que 20 años más tarde iba a ganar el premio Nobel de Medicina. La ciencia era de excelencia y el ambiente de camaradería y colaboración. Esa combinación fue lo que me atrajo del laboratorio del Dr. Ruvkun. El laboratorio es parte del departamento de Biología Molecular del Hospital General de Massachussets, donde hay dos premios Nobel y seis miembros de la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos (la organización de científicos más prestigiosa del mundo).
La formación que mi esposo y yo recibimos en el sistema público, en la UNaM y en la UBA, no sólo nos permitió ser contratados como investigadores postdoctorales en este lugar de excelencia, si no también que nuestros aportes eran altamente valorados. Pronto estábamos siendo invitados a dar charlas en otras universidades (como el Massachusetts Institute of Technology o MIT), publicando en revistas prestigiosas, y nuestros proyectos reconocidos con becas y premios muy competitivos. Uno de esos premios me abrió la puerta a una posición independiente de jefe de grupo en el Broad Institute de MIT and Harvard, que es uno de los líderes en el mundo en genómica. Y todos estos logros académicos se los debo al conocimiento y la experiencia que adquirí en el sistema público de Argentina.
¿Cómo analizas el acceso a la educación superior en EEUU?
Este es un problema serio, y me preocupa más teniendo en cuenta los resultados de las elecciones presidenciales en Estados Unidos. No muchas, pero hay lo que se llaman universidades públicas porque reciben alrededor del 5 al 20% del presupuesto del estado provincial. Un ejemplo es la universidad en la que trabajo ahora, la Universidad de Virginia. Pero estas universidad “públicas” no son gratis. Los alumnos que son nativos del estado de Virginia o han vivido aquí por más de dos años, pagan una tasa descontada de 15 mil dólares por año. Y los estudiantes que vienen de otros estados en Estados Unidos o del exterior, pagan alrededor de 50 mil dólares por año (varía con la carrera). Y eso no incluye ni el alquiler de una habitación o departamento, ni la comida, el transporte o los libros.
Existen becas completas para los estudiantes más destacados, quienes no pagan absolutamente nada. Sin embargo, acceder a estas becas suele estar reservado para aquellos provenientes de familias con el poder económico y estatus social que les permiten acceder a entrenadores de élite en algún deporte o arte, ganar premios nacionales o internacionales en matemáticas o ajedrez, o haber fundado alguna empresa u ONG exitosa; todo esto, antes de los 18 años.
Una familia trabajadora no puede pagar las clases privadas de violín o de patinaje, y comúnmente no tiene los contactos para que sus hijos puedan trabajar en un laboratorio durante los veranos mientras están en la escuela secundaria. Entonces, es un engaño decir que existe la oportunidad de estudiar gratis a nivel superior. Hay una desigualdad enorme en el acceso a la educación en Estados Unidos, incluso a la educación no superior, que se auto-sostiene y promueve una sociedad con los niveles más grandes de desigualdad.
Y en cuanto al ejercicio de la ciencia ¿qué comparaciones podes destacar?
La lógica aquí es muy diferente porque los recursos son vastos comparados con Argentina. Por ejemplo, el presupuesto de la Universidad de Virginia solamente es de 2.3 billones de dólares por año. Uno diseña varios experimentos que podrían responder la pregunta de interés y compra lo que necesita. En cambio, en Argentina, uno tiene que realmente pensar profundamente cuál es la mejor manera de abordar esa pregunta biológica o médica y maximizar los recursos que existen para poder responder esa pregunta con lo que hay. Esa escasez de recursos fue muy importante en mi formación. La necesidad de minimizar las probabilidades de que un experimento falle aumenta el rigor de ciencia que uno hace.
¿Qué aspectos se podrían mejorar del sistema educativo y científico de Argentina?
A nivel nacional mantener consistencia en un nivel de apoyo financiero, administrativo, y de infraestructura que evite los constantes ciclos de crecimiento y destrucción. A nivel de la carrera de Genética de la UNaM, creo que mucho ha sido mejorado desde el plan de los años 90. El plan de estudio provee una base más fuerte en matemática, química, y física, eso es importante. También entiendo que han aumentado las oportunidades de tener una educación más práctica en genética, biología molecular, biología celular y bioquímica. Parece que hay laboratorios nuevos y más interacción con el sector privado y público fuera de la universidad. Pero seguro que más se puede mejorar. Algo que es fundamental y necesitaba refuerzo es más énfasis en aprender inglés. Es el lenguaje de la ciencia, sin esa herramienta ningún graduado puede continuar una carrera científica o biomédica de impacto. A pesar de mi nombre irlandés, yo estudié inglés mientras estaba haciendo el doctorado en la UBA.
Pero mi opinión es que lo más importante es ayudar a los estudiantes a desarrollar capacidad crítica. Como profesionales esto les servirá para mantenerse actualizados, distinguir las fuentes que son confiables de información de las que no lo son, ejecutar experimentos o pruebas clínicas confiables y concluyentes. A nivel humano, les servirá para ser ciudadanos más despiertos y ojalá más participativos. Eso lo obtuve hace 30 años en la UNaM, así que espero que todavía esté allí.
¿Cómo fue trabajar con un Nobel? ¿Qué aprendizajes te dejó esa experiencia?
En el día a día, todos trabajábamos de igual a igual. El ambiente, en particular en el laboratorio de Gary, era muy especial. Él es una persona muy divertida, con muchas historias que incluyen sus viajes de mochilero por Argentina. Y a nivel científico, en el grupo éramos alrededor de 30 postdocs y 4 estudiantes de doctorado. Todos con mucha energía y ganas de mover los límites del conocimiento. Gary nos formaba no diciendo, sino preguntando. Su forma de interactuar con nosotros, tratando de entender y aprender lo que estábamos haciendo, era lo que nos hacía crecer. Nos hacía cuestionar lo que estábamos haciendo y si había alguna forma mejor de hacerlo. Nos daba una total independencia. Ese constante desafío intelectual fue formativo para mí.
Actualmente, ¿cuál es tu tema de investigación?
El proyecto de investigación que desarrollé mientras estaba trabajando en el laboratorio de Ruvkun está relacionado con el envejecimiento. En particular cuáles son los genes y otras moléculas que limitan cuánto y cuán bien vivimos. Parecerá extraño, pero hay genes en nuestro genoma, en nuestro ADN, que cuando los desactivamos la consecuencia es extraordinaria: salud y longevidad. Lo opuesto también es cierto, tenemos genes que mejoran la salud y aumentan la longevidad cuando los activamos. Entonces, el objetivo de nuestro grupo de investigación es descubrir como enlentecer el envejecimiento, para de esa manera reducir la incidencia y la severidad de las enfermedades de la tercera edad como diabetes, cáncer, o Alzheimer. Lo ideal sería vivir saludablemente hasta el momento de la muerte.
La genética y la genómica son las principales herramientas de trabajo de mi equipo de investigación. Usamos principalmente el gusano Caenorhabditis elegans, pero también ratones y células humanas. Tenemos robots y microscopios automatizados que nos permiten ver cuál es el efecto de inactivar cada uno de los 20.000 genes en el genoma de C. elegans y ver cuál es el efecto en el envejecimiento y las enfermedades del envejecimiento. La capacidad de inactivar todos y cada uno de los genes de un organismo es muy poderosa, muchas veces necesitamos la ayuda de la inteligencia artificial para procesar la enorme cantidad de datos que generamos.
¿Y en algún momento pensaste volver a Argentina?
Cuando me fui pensé que volvería a Argentina. Pero afuera, uno encuentra demasiadas tentaciones. Algunas tienen que ver con la carrera: la abundancia y facilidad de acceso a recursos, y una meritocracia que funciona un poco mejor en Estados Unidos. Otro gran atractivo es la estabilidad y predicibilidad del futuro. Mi esposo y yo venimos de familias trabajadoras en Argentina. Tenemos dos niñas y dependemos de nuestro trabajo para mantenernos y ayudar a nuestras familias en Argentina. Después de sobrevivir a Cavallo, las incertidumbres del sistema científico y académico argentino resultaron ser demasiado para nosotros.
De todos modos, tratamos de ayudar de distintas maneras. Me mantengo en contacto con el Instituto Leloir de la UBA, donde siempre comparto oportunidades de subsidios internacionales. El año pasado, colaboré con una fundación para crear un programa de financiamiento enfocado en la investigación del envejecimiento en Latinoamérica. La convocatoria ya está abierta y ofrece subsidios de 50 mil dólares anuales durante cuatro años. También hemos recibido estudiantes para hacer pasantías en nuestros laboratorios. Sin embargo, siempre queda el anhelo desarrollar programas de investigación pujantes y estables en Argentina, devolver formando la próxima generación de científicos, y de estar con la familia y los amigos.
¿Qué opinas sobre la situación actual de la ciencia y la educación en Argentina?
Hace 140 años Argentina aprobó la Ley 1420. Ese hito sentó las bases del compromiso de Argentina con la educación pública. La inversión en educación pública ha tenido por generaciones un profundo impacto en la movilidad social y en el desarrollo de tecnologías locales.
Por eso es muy preocupante ver la degradación de las últimas décadas. Empezamos con la desfinanciación de la educación primaria y secundaria y la movilización en masa de la clase media mandando a sus hijos a la escuela privada. Varios gobiernos han atacado o desfinanciado la educación superior.
El sistema político argentino no parece entender que para conseguir desarrollo económico sostenible y sustentable, y reducir los niveles de pobreza hasta conseguir total empleo, necesitamos inversión en la educación y en la tecnología. Es doloroso ser testigo de cómo se trata de reducir el valor de la educación pública y del sistema científico argentino por motivaciones políticas o para justificar aún más ajustes de presupuesto.
Los científicos y los graduados del sistema educativo argentino son valorados en todo el mundo. Y es por eso que hay exportación de cerebros, lo ha habido por décadas. Ahora estamos en otra de esas crisis. Todo lo que Argentina invirtió en formación, se pierde en que la gente se vaya y trabaje afuera, como yo. La “fuga de cerebros” demuestra que lo que la educación y la ciencia pública producen es excelente, es de alto valor para todos menos para el sistema político argentino.
A futuro ¿cuáles son tus anhelos profesionales como científica?
Estamos muy entusiasmados con un descubrimiento que hicimos recientemente y publicamos el año pasado, en el que encontramos por primera vez una enzima que extiende la vida saludable. Esta enzima que rompe el alcohol, se llama alcohol deshidrogenasa 1 o ADH-1. Cuando activamos ADH-1 a propósito, a nivel genético, encontramos que los animales viven 40% más y son resistentes a la obesidad, la neurodegeneración y la falta de movilidad que comúnmente ocurren con la vejez. El equivalente en humanos sería vivir sin problemas de salud hasta los 100 años. Estamos muy entusiasmados en entender cómo es que esta enzima trabaja y qué está haciendo específicamente para mejorar la calidad de vida a medida que envejecemos. El objetivo último de nuestro programa de investigación es reducir el peso en el paciente, sus familias y el sistema médico de las enfermedades de la tercera edad.
Finalmente, nos gustaría que puedas compartir un mensaje para los futuros y las futuras científicas.
Desarrollar una carrera científica en Argentina es difícil, y a nivel global esto se complica aún más para mujeres y otras minorías, por factores como la desigual carga de la maternidad y la discriminación. Mi consejo es trabajar con excelencia y ser mentores para quienes enfrentan barreras similares, brindándoles oportunidades, apoyo e información que faciliten su crecimiento. Además, es clave trabajar en equipo y ayudarse mutuamente: el camino compartido siempre rinde mejores frutos.
Finalmente, trabajen arduamente para crear oportunidades y no olviden ser compasivos con ustedes mismos y los demás; todos cometemos errores, y aprender de ellos es parte de nuestro avance.
Nota publicada en la Revista Nexo Universitario Nº24. La encontrás AQUÍ