Las preguntas de Ñ encontraron a Alicia María Zorrilla participando en Ecuador del XVII Congreso de la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE), una red que ella conoce muy bien porque es presidenta de la Academia Argentina de Letras e integrante de otras.
Doctora en Letras por la Universidad del Salvador; licenciada en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid; académica correspondiente por las academias Chilena y Norteamericana de la Lengua Española, Zorrilla es autora de obras literarias y lingüísticas especializada, pero además de dos libros que no dejan de ganar fans: ¡¿Por las dudas…?! y Sueltos de lengua (ambos de Libros del Zorzal) en los que socializa una característica que le conocen bien sus alumnos: un sentido del humor punzante e inteligente.
Alicia Maria Zorrilla. Foto: Andres D’Elia.
–A fines de septiembre, la justicia argentina ordenó suprimir del diccionario de la Real Academia Española (RAE) un significado ofensivo de la palabra «judío», a pedido de la Fundación Congreso Judío Mundial y la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA). Lleva usted décadas trabajando con, sobre y en el idioma: ¿sirve de algo prohibir palabras, usos, significados?
–Si el uso es real y se halla dentro del sistema gramatical, es decir, si no lo altera, no son válidas las prohibiciones. Respecto de la palabra “judío”, la quinta acepción que aparece en el Diccionario de la lengua española puede caberle a cualquier persona de cualquier etnia. El Diccionario aclara muy bien lo siguiente: “usado como ofensivo o discriminatorio”, es decir, acepta la realidad de su empleo, pero eso no significa que lo favorezca ni que lo considere correcto.
–La denuncia señala la existencia de un uso discriminatorio o incluso ofensivo del sentido de esa palabra y adjudica a la RAE y a la AAL la responsabilidad de «incitar al odio contra la colectividad judía a través de la acepción discriminatoria del término». ¿Qué opinión le merece este razonamiento?
–Ni la Real Academia Española ni la Academia Argentina de Letras incitan al odio contra la colectividad judía. ¿Quién nos juzga así con tanta ligereza? De hecho, tenemos académicos judíos, y todos nos respetamos mucho y nos ayudamos y nos enriquecemos mutuamente con el contenido de nuestras especialidades. Antes de hablar sin fundamento, debe saberse qué es una Academia. El uso antiético de la palabra “judío” como insulto es reprobado por todas las Academias de la Asociación de Academias de la Lengua Española. Y somos 23.
–Las academias de la lengua, la AAL o la RAE por caso, son percibidas como la autoridad en materia del idioma, las que mandan cómo se usa. ¿Es correcta esta mirada, es eso lo que hacen estas instituciones?
–La labor de las Academias se centra en estudiar y analizar los usos lingüísticos de cada uno de los países de habla hispana y en contemplar circunstanciadamente las dudas lingüísticas que los hablantes les comunican. Esta es una rica fuente para entender las necesidades de los que hablan y escriben en español. Ante los requerimientos de los consultantes, las Academias brindan una orientación, una guía normativa, sin exigirles nada. Tienen la obligación de responder, por ejemplo, cómo se usa el gerundio en un texto; qué preposiciones deben acompañar al verbo vincular; cómo se construyen las oraciones condicionales; por qué hay que evitar la rima entre palabras en los textos en prosa. ¡Nadie “manda” cómo se usan las palabras! Si esto fuera cierto, habría muerto la libertad de expresión, pero ser libre no significa decir lo que uno quiere en detrimento de la buena comunicación, que implica entender y ser entendido.
–¿Qué actitud tomó la Academia Argentina de Letras ante este requerimiento judicial que también le fue enviado?
–La Academia Argentina de Letras no recibió ningún requerimiento judicial. Como Presidenta de la Corporación, puedo asegurarlo.
Alicia Maria Zorrilla. Foto: Andres D’Elia.
–Esta pregunta es de doble vía: ¿cambia el idioma porque un grupo decida modificar o prohibir alguna de sus manifestaciones? y en sentido contrario: ¿cambia una sociedad si se subvierten algunas de las normas del idioma?
–En primer lugar, ningún grupo puede “decidir” modificaciones lingüísticas ni tratar de imponerlas a todos los demás por cuestiones ideológicas. “Imponer” es, etimológicamente, ‘poner encima’, un acto de falta de altruismo y hasta de soberbia. En segundo lugar, si esto sucede, se altera el sistema gramatical del idioma y se opaca la transparencia de la comunicación, que significa ser visibles, claros y accesibles a través de las palabras. ¿Por qué decir Nosotres, Lucía, Javier, Manuela y Luis, les amigues de Paula, le daremes pronte una sorpresa, con errores gravísimos en la forma verbal (*daremes por daremos) y en el adverbio, que siempre es invariable (*pronte por pronto), en lugar de Nosotros, Lucía, Javier, Manuela y Luis, los amigos de Paula, le daremos pronto una sorpresa? Ante una oración como esta, ¿quién puede afirmar que nosotros o amigos se refieren solo al sexo masculino? El masculino genérico o gramatical contiene a todos los humanos cualquiera sea su sexo. El uso de la lengua requiere, pues, reflexión y estudio para que cualquier diálogo sea posible y enriquecedor. Leamos y digamos la vida con generosidad y nobleza. La sociedad no cambia si se transgreden algunas normas del idioma. Lo padecemos todos los días cuando escuchamos los errores lingüísticos que se cometen por amor a la ignorancia. La sociedad sigue viviendo como puede, pero debemos reconocer que es otra, cuando sus hablantes se entienden, comprenden las opiniones de los otros aunque no las compartan. Nuestra sociedad necesita preservar la lengua española como un valioso bien, pues expresa quiénes somos y qué valores poseemos y defendemos.
–Es hermosa la idea de una lengua que nos expresa, pero al mismo tiempo tal vez sea un poco compleja: ¿en qué sentido el idioma que usamos nos expresa?
–La lengua que hablamos nos expresa cuando elegimos cuidadosamente o no las palabras para transmitir nuestros pensamientos. Cada persona es lo que comunica y cómo lo comunica. A veces, los vocablos suenan como latigazos, ya que hieren y hasta desgarran el alma; otras, acarician, abrazan, no porque elogian, sino porque sentimos que, con ellos, nos llega el respeto de quienes los recibimos, la corrección fraterna, la felicidad del afecto tan necesario en estos tiempos en que cuesta tanto acercar a los demás la paz con una sonrisa.