Producir los propios alimentos bajo técnicas orgánicas, dentro o fuera del casco urbano es una tendencia en alza, tanto por el lado de economizar como por consumir productos libres de agroquímicos. En el departamento de San Pedro se pueden observar muchos ejemplos de quienes le sacan provecho a pequeños o grandes espacios de tierra para cultivar. En este sentido, se plantan desde hortalizas a frutas con la premisa de contagiar a los vecinos.
Una de las familias que lleva adelante una alimentación basada en el consumo de alimentos que cultivan en su chacra, viven en Santa Cruz del Monte, un pequeño paraje dentro de Pozo Azul.
Fernando Calelio (40) de Buenos Aires y Mónica López (38) de Cerro Azul, decidieron dejar atrás la vida urbana para vivir en armonía con la naturaleza y poner en práctica los conocimientos que cada uno adquirió en sus trayectorias de formación profesional, las que se complementan con los invaluables saberes de los productores agrícolas que son sus vecinos.
“Yo decidí salir de la carrera de ingeniería agronómica por no estar de acuerdo a nivel ético con la propuesta única del uso de los venenos, los agroquímicos. Yo quería estudiar agricultura para poder vivir en el campo y poder producir mis alimentos, y así vivir tranquilo de forma sana”, manifestó Calelio a El Territorio. Además, relató cómo dejó la gran ciudad para cultivar sus alimentos en el medio del monte.
Por otro lado, su compañera de vida, estudió Genética, y regresó a su localidad de origen luego de experiencias en las que se encontró desengañada por las modalidades aplicadas en laboratorios y como profesora en Brasil, ya que también sus principios apuntaban a lo natural, a la agroecología.
Fue en ese período, el de buscar caminos que los lleven a conectarse con la naturaleza y desarrollar actividades amigables con el entorno, cuando se conocieron. “Lo que nos unió con Moni en este camino es la búsqueda del buen vivir, es la base, el hilo conductor de todo lo demás. El cómo rescatar y reciclar las cosas es lo que nos juntó y nos mantiene unidos”, coincidió la pareja que hoy busca transmitir ese estilo de vida a su pequeño hijo Kunumi.
Alimentos propios
Con una visión de agricultura familiar a escala mediana, producen todo tipo de alimentos, desde arroz y maíz hasta zapallo, batata, hortalizas y frutas con el plus de consumirlos en su estado natural o utilizar la materia prima para elaborar de manera artesanal envasados, dulces, harinas e incluso abono orgánico, que es la especialidad del Caleilo.
En este sentido, en la chacra implementan cultivos tradicionales como variedades exóticas que crecen muy bien en la zona como el yacón. El excedente lo comercializan o lo intercambian.
“Ciertas producciones las hacemos para tener de sobra para la venta de semillas seleccionadas. Trabajamos con muchísimas variedades de cada planta. De arroz por ejemplo estamos reproduciendo la semilla de seis variedades, tres variedades de maní, porque a más variedad y diversidad encontramos una armonía nutricional”, sostuvo.
Incluso, cultivan plantas medicinales y condimentos, como romero, lavanda, aloe vera, salvia, orégano y ajo. Hace poco tiempo empezaron a producir tinturas, y aprenden a conocer y aprovechar las propiedades medicinales de las plantas disponibles en el monte.
Este estilo de vida y la posibilidad de generar vínculos con los vecinos no solo les posibilita intercambiar alimentos y semillas, sino también conocimientos relacionados a cultivos libres de veneno con lo que impulsan el comercio justo y solidario. Así como con vecinos intercambian productos con productores de otras provincias como Córdoba, Santa Fe y Catamarca.
En este contexto, se mostraron muy contentos en lograr un cambio de conciencia en varias familias. “Una de las cosas más valiosas es poder intercambiar, aprendemos mucho de nuestros vecinos y pudimos concientizar sobre los efectos del uso de venenos, eso nos beneficia porque podemos conseguir alimentos libres de agroquímicos en nuestro paraje”, destacaron.
En la misma línea, afirmaron que “la agroecología no es solo una forma de producir alimentos, es una forma de vida que nos permite conectar con la naturaleza y vivir de manera más auténtica”.
Trabajar en la tierra
En su chacra reciben a voluntarios que desean aprender sobre la agroecología y la vida en el campo. A cambio de su trabajo, los voluntarios reciben alimentación y alojamiento, y pueden aprender sobre la producción de alimentos y la vida en armonía con el medio ambiente. Esta iniciativa les permite abaratar costos en mano de obra.
Para la pareja productora, el impacto económico de su estilo de vida ha sido muy positivo. “No necesitamos dinero para comprar alimentos, porque los producimos nosotros mismos. No consumimos productos químicos y servicios, porque aprendimos a vivir de manera más sostenible y sentir menos necesidad de consumir determinados productos, claro que nos damos algunos gustos”, afirmaron.
“El hecho de empezar a sincronizarse con los ritmos de la naturaleza para poder cultivar hace que cambie el pensamiento entonces hay un cambio económico. Es una experiencia maravillosa, es muy gratificante traer a la mesa y más aún con nuestro hijo, alimentos sanos. Hoy básicamente nuestra alimentación está cubierta con lo que producimos”, concluyeron.
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