Ultimas noticias sobre el negocio del juego: el casino más famoso funciona sin licencia y nadie se da por enterado. O, mejor dicho, a nadie le conviene que haya enterados. Es una situación extraña: el gobierno no puede legalmente prorrogarle la licencia ni adjudicársela a otra empresa. Sí puede estatizarlo y hacerse cargo de la operación. Pero eso metería tanto ruido político que han descartado la alternativa. Al menos por ahora.
Hablamos del casino flotante que montó Menem en 1999, encima de un barco inmóvil, con capitán y marineros que nunca abandonan Puerto Madero y al que puso un nombre esperanzador: Estrella de la Fortuna. En 2006 sumó un segundo barco, Princess. Todo para sacar al casino de la Ciudad y pretender que, porque estar sobre un río, es de jurisdicción nacional. Un cuento para eludir el pago de impuestos. Grande, Carlos.
Una década después, Kirchner perfeccionó el disparate y le dio rango federal a la arena y los ladrillos del hipódromo de Palermo y a su estacionamiento y su semáforo exclusivo que no lleva a ninguna calle sino a la mayor concentración de tragamonedas del país. ¿El motivo? El mismo que el de Menem. Con otro nombre y apellido: Cristóbal López, a quien le extendió 10 años la concesión con opción a 5 más: vence en 2032. Le impuso una durísima condición. Que multiplicara por cinco la cantidad de tragamonedas. Otro regalo de Kirchner a López, que fue un regalo a sí mismo.
En la historia del casino flotante hay otras historias. Algunas de ellas, extraordinarias. Menem le dio el negocio a CIRSA, del español Manuel Lao. Pero a mediados del 2007, Kirchner le sacó a Lao el 50% para dárselo a Cristóbal y sus socios De Achával y Benedicto, que cortan el bacalao en Palermo.
Ilustración: Agustín Sciammarella.
Y lo hizo a lo Kirchner: apretando con los servicios de informaciones. Hay un capítulo que es de película pero fue real. Ocurrió el 14 de diciembre de 2006. Mandados por la SIDE, agentes de la Aduana le decomisaron a Lao en Ezeiza una docena de jamones de jabugo. Los traía para regalarlos en las Fiestas a funcionarios y políticos. También le sacaron 500.000 euros que llevaba escondidos entre ellos, quizás con el mismo fin, y que nunca le devolvieron. Botín de guerra.
Asustado, Lao se fue a Uruguay y de allí volvió a España. Seis meses después, izó la bandera blanca y Kirchner se quedó con la mitad de los barcos. Jaime Stiuso, entonces el jefe de sus espías, manejaba las cámaras del casino para saber quiénes jugaban, y sobre todo, cuánto jugaban.
La historia del apriete de Kirchner revivió en abril de 2018, cuando Lao vendió su grupo CIRSA de 147 casinos, 70 bingos y más de 2.000 centros de apuestas deportivas al fondo norteamericano Blackstone. Blackstone rechazó comprar el casino de Puerto Madero porque vencía su licencia y por la historia de los Kirchner.
El negocio del juego es de las pocas cosas transversales que quedan en nuestra política y únicamente Lao y López saben la fortuna que amasaron en esos años. Sus casinos fueron zonas francas en la Ciudad. Una fábrica de plata negra. Puerto Madero con tragamonedas y mesas de juego y Palermo sólo con tragamonedas. Mirando las cifras que hoy se disponen, podemos imaginar el tamaño de la montaña de plata que ganaron e hicieron ganar a la política, operando sin controles y convalidados por jueces amigos, si es que puede llamarse así a jueces simplemente corruptos.
Desde 2016, que pasaron a la Ciudad, están auditados y pagan canon, ingresos brutos y ganancias. Números muy fresquitos del 2024, que fue un mal año pero dan una idea del negocio, cantan que cada casino le dejó a la Ciudad sólo por el canon unos $40.000 millones. El 80% va a desarrollo social. El canon es el 30% del net win, la diferencia entre lo que ingresa por apuestas y lo que se paga por premios.
Y una última historia dentro de la historia de la corrupción y el juego, revelada en los Panamá Papers. Su protagonista es la offshore Val de Loire, que dicen armó De Achával y tuvo domicilios en Uruguay y en Nevada, Estados Unidos. La investigación mostró que Val de Loire tenía el 37% de las acciones del casino de Palermo y que a través de ella sacaron del país US$ 70 millones entre 2007 y 2013.
La Ciudad es un paraíso para Lao, Cristóbal López y socios. Entre paréntesis: López vendió a Benedicto y se corrió del negocio. Es lo que dice. Otros dicen que fue una venta simulada y que como a Benedicto no le alcanzaba la plata se la prestó Lao. El rencor por lo que pasó en el barco quedó atrás y Kirchner y López metieron a Lao en otros casinos como el de Rosario. El mes pasado López ganó la licitación en Neuquén, con guiño incluido del gobernador Figueroa. ¿Qué tiene la Ciudad? Es la de mayor poder adquisitivo, recibe turismo todo el año y la oferta de juego está concentrada en dos lugares, uno de ellos en una zona como Palermo, algo que no se ve en otro lado.
La concesión del casino flotante venció en 2020 pero Lao (ahora reemplazado por su hijo), Cristóbal y sus socios han conseguido mantenerla viva gracias, cuándo no, a la justicia que acude generosa y cobra nuevo protagonismo en el negocio. Pese a todo el dinero que se embucharon, dicen que pagar impuestos a la Ciudad les provocó tanto daño que deben ser recompensados con la prórroga de la concesión. Y ganaron casi 5 años en un proceso donde los manejos del fuero Contencioso Administrativo se exhiben en estado puro. Embarran la cancha y ganan tiempo con cautelares que se confirman o caen según convenga, fallos de los mismos jueces que validan o apenas cambian lo que ya hicieron para disparar nuevos reclamos y cautelares hasta abrir finalmente rutas hacia la Corte donde está ahora.
Pero esta vez la demora no incomoda a nadie. La Constitución de la Ciudad impide que la timba esté en manos privadas. El gobierno no puede ni extender la concesión ni dársela a otra empresa. Solo podría estatizar, cosa que no quiere. El problema es que tampoco quiere perder la recaudación. Hagan juego.