Es raro que el Coyote no se diera nunca cuenta de que los dispositivos marca Acme a los que recurría para atrapar al Correcaminos en la serie de dibujos animados de los años 50 funcionaban mal. Definitivamente mal. Pero él insistía, así como otros antes y después de él insisten en una idea igual de fallida: que es posible silenciar a un libro.
La quema de libros del Centro Editor de América Latina. Foto: archivo Clarín.
No por mala ha perdido entusiastas. Durante la última dictadura militar, la lista de títulos censurados era amplia, variopinta y en ocasiones delirante: El beso de la mujer araña, de Manuel Puig; El libro de los chicos enamorados, de Elsa Bornemann; La vida es un tango, de Copi; Respiración artificial, de Ricardo Piglia; Operación Masacre, de Rodolfo Walsh; La torre de cubos, de Laura Devetach y muchos otros.
También fue prohibido el libro de física La cuba electrolítica porque los censores confundieron el recipiente llamado cuba con el país gobernado por Fidel Castro en la época. Porque, todo hay que decirlo, en general los censores siempre han tenido dificultades de comprensión lectora o pereza: prohiben lo que no entienden o lo que no leen.
Amenazas de muerte
Eso mismo pasa ahora en España con el libro Vidas e historias LGBT de la Edad Media, un texto académico del investigador Carlos Callón que fue atacado ¡antes de que se publicara! Cuando el autor anunció en redes sociales información sobre su trabajo, fue blanco de una campaña de acoso y amenazas de muerte.
Pasa el tiempo, pero la torpe intención de los censores es siempre la misma: que no se hable de homosexualidad, de crímenes políticos, de familias distintas, de mujeres o de varones que no responden a los mandatos, de amores libres, de libertad. Que los y las adolescentes no sepan esto o lo otro, que no se asomen a tal o cual tema, que los chicos no descubran esto y aquello… como si eso fuera posible cuando viven con un celular en la mano.
La quema de libros del Centro Editor de América Latina. Foto: archivo Clarín.
Pero la censura, a fin de cuentas, siempre resulta ser de marca Acme: El beso de la mujer araña, de Manuel Puig recorrió el mundo, fue película e incluso musical; El libro de los chicos enamorados, de Elsa Bornemann y La torre de cubos, de Laura Devetach son clásicos desde hace generaciones. Respiración artificial, de Ricardo Piglia fue considerada una de las diez mejores novelas argentinas y Operación Masacre, de Rodolfo Walsh es material de estudio en las universidades del país.