Deportaciones masivas, retiro de acuerdos y organismos internacionales, rediseño de cartografías y denominaciones territoriales, sanciones económicas unilaterales, propuestas de paz -o de guerra- que implican desplazamientos forzados de poblaciones. Así comenzó la segunda presidencia de Donald Trump, prometiendo una nueva “era dorada” para los EE.UU. y drásticos cambios en su relación con el mundo.
Hace diez años, Vladimir Putin anexó la península de Crimea a la Federación Rusa, lo que provocó una crisis en las relaciones entre Rusia y Occidente. Antes de invadir Ucrania, que reivindicaba como parte de la “Gran Rusia”, ocho años más tarde, reforzó su acuerdo estratégico con China, definido por Beijing y Moscú como “una amistad sin límites”.
Trump -con su intención de recuperar el canal de Panamá, rebautizar el golfo de México y comprar Groenlandia, entre otros anuncios y medidas, coloca a los EE.UU. en esa misma orientación de salida del sistema internacional establecido tras la segunda guerra mundial, basado en la integridad territorial de los estados y el multilateralismo. Y la rubrica con otras decisiones como el retiro de los Acuerdos de París sobre cambio climático y de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Fue justamente en Crimea, en la ciudad de Yalta, donde hace ochenta años, los líderes de las principales potencias aliadas de la Segunda Guerra Mundial definieron la finalización de la contienda y el reparto del mundo. Entre el 4 y el 11 de febrero del ’45, Franklin Delano Roosevelt, Winston Churchill y Yósif Stalin establecieron las bases del orden internacional de posguerra que imperó hasta nuestros días y hoy boquea.
En esa cumbre, que tenía que decidir el futuro de Europa, surgieron numerosas discrepancias que, al final, desembocarían en la Guerra Fría entre el bloque occidental y el bloque del Este, liderado por la Unión Soviética.
Febrero de 1945. Conferencia de Yalta. Roosevelt, Churchill y Stalin.
Los acuerdos de Yalta estipularon, en lo fundamental, la declaración de la Europa liberada, es decir, que ya no necesitaban seguir en estado de guerra, permitiendo elecciones democráticas; el desarme, desmilitarización y partición de Alemania, como un «requisito para la futura paz y seguridad» y la convocatoria a una conferencia a realizarse en abril en San Francisco, EE.UU, para organizar las Naciones Unidas. Se concibió además que estas tendrían un Consejo de Seguridad, integrado por las cinco potencias vencedoras de la guerra. La cuestión de los crímenes de guerra quedó postergada. También las decisiones sobre otras fronteras europeas.
Se arribó a Yalta después de que el mundo atravesara su mayor catástrofe en muertes y destrucción en pocos años. Y todavía se combatía en Europa y Asia, y faltaba Hiroshima y Nagasaki. Ochenta años después se vuelve a hablar de una tercera guerra mundial y hay otros «tres grandes” -Trump, Xi Jinping y Putin- y acaso algunos más, alegando pretensiones de potestad sobre sus “áreas de influencia”. ¿Tendrán estos líderes la capacidad para prevenir situaciones que parecen empujar a repetir aquella tragedia?
¿Llegará la próxima Yalta antes o después de otra catástrofe mundial como aquella de hace ochenta años?
Sobre la firma
Fabian Bosoer
Editor jefe de la sección Opinión [email protected]
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