– Má, ¿cuándo vas a leer a Saer?
– Cuando vos leas a Mujica Lainez.
¿En qué momento los hijos empiezan a recomendarte libros? O, mejor dicho, a obligarte a leer a tal o cual autor.
Hace unos días, apareció sobre mi mesita de luz el libro Cicatrices, del “más grande escritor argentino, después de Borges”, según la notita en tinta azul que encontré dentro de la solapa. Su título me interpeló ¿Cicatrices? Fui al diccionario: cicatriz significa señal o marca que queda en la piel después de cerrarse una herida. Impresión profunda y duradera que deja un hecho doloroso. ¿De qué heridas estará hablando el autor? ¿Tendrá esto algo que ver con mi hijo?
Lo leí en dos noches y las preguntas siguieron latiendo entre las costuras de los renglones, pero no me importó: la inmersión obligada al mundo de Juan José Saer fue un camino de ida. Reconozco que le había escapado durante todos estos años por tener fama de “difícil”, aunque sus fans siempre lo han considerado más bien como un autor exigente con su lector.
“Una vez que entrás a su obra no vas a salir más, má, creeme”, insistió mi hijo. Recordé entonces que Beatriz Sarlo también había recomendado acercarse a Saer con Cicatrices, una de sus primeras novelas, publicada en 1969, un año después de dejar Santa Fe para radicarse en París, donde murió hace 20 años. El libro trata sobre un joven que intenta dar sus primeros pasos en el periodismo y en la vida. Son cuatro relatos que se conectan y cada episodio se cuenta desde la perspectiva de un personaje distinto: lo que importa no es lo sucedido (un asesinato), sino lo dicho acerca de eso.
La primera vez que mi hijo me recomendó un libro fue hace 10 años, cuando llegó de la escuela con Tokio Blues en la mochila:
-No puedo creer que todavía no hayas leído a Murakami- me retó.
Haruki Murakami, escritor japonés
Lo del autor japonés sacudió aquella tarde de invierno todos los estantes de la estructura familiar, y escolar. ¿Cómo la profesora de Literatura les pide a chicos de 14 años que lean un libro sobre suicidios y sexo? El grupo de Whatsapp de padres se mantuvo agitado por aquellos días, pero nada impidió que el alumno siguiera adelante con la defensa del autor y de su “relato maravilloso” sobre el camino del protagonista hacia la madurez.
Lo mismo ocurrió años más tarde con Canadá, un libro de Richard Ford. El personaje principal también es un chico que se ve obligado a salir al mundo, solo y como puede, huyendo de un delito que cometieron sus padres. Hasta que llega a Canadá para abrirse una nueva vida, una vida de adulto. El libro del autor estadounidense permaneció durante varias noches cerrado sobre mi mesa de luz hasta que finalmente fue leído por insistencia de mi hijo que, como un predicador sin iglesia, baja y comparte textos del altar de su biblioteca. Tal y como lo hizo con Saer, un autor que transmite el placer de escribir y que injustamente había permanecido dormido en el estante de los “difíciles”.
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Diana Baccaro
Editora Jefa. Mesa Central [email protected]
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