Querido diario, Donald está más insoportable que nunca desde que volvimos a la Casa Blanca. Esta mañana entró en mi habitación…¡sin tocar a la puerta! Me da igual, igualito. Que se salte todas las reglas de la Constitución y tal pero nuestras reglas -MIS reglas- son sagradas y él lo sabe. Y la primera que le he impuesto es: respetar mi privacidad. Él tiene su vida, yo la mía y así es cómo me gusta.
Encima, estaba durmiendo y el pelotudo me despertó. Solo eran las once de la mañana, por Dios. Estuve furiosa. Le dije de todo. Le recordé por enésima vez que él no era la persona más poderosa del mundo, sino yo. Que si yo quiero, él cae. Solo tengo que hacer públicas un par de fotos de él sin su maquillaje naranja. o sin su peluca de paja, y adiós President Trump. O contar al mundo lo que realmente pienso del affair que tuvo con esa actriz porno mientras yo estaba embarazada con Barron.
Sí, le dije todo eso y más. Y le recordé que si pido el divorcio no solo saldrán todos sus trapos sucios en el juicio, sino que iré a la prensa y contaré sus sórdidos hábitos personales (verle comer es una película de terror), y después escribiré un libro que cuente la verdad de cómo es, del desprecio que siente por sus seguidores y tal, que sería el mayor best-seller de todos los tiempos, y eso él también lo sabe.
Bueno. Casi me dio lástima. Me pidió perdón mil veces. Casi se puso a llorar, como el niño pequeño que sé que es, yo mejor que nadie. Ahí está el secreto de nuestra relación. Que yo mando. Yo, una inmigrante (¡qué risa!), tengo en la palma de mis manos al presidente de Estados Unidos de América. ¡Ja!
Al final, cuando me juró una y otra vez que nunca jamás volvería a entrar en mi boudoir sin avisar, me tranquilice. “Está bien”, le dije “Vamos. ¿Qué querés? Espero por tu bien que sea importante.”
“Bueno, Melania, cariño…tengo una propuesta para vos. Creo que te va a gustar.”
“Lo dudo, pero seguí…”
“Acabo de ver en Fox News que tengo un nuevo aliado en Europa. Un presidente que dice que quiere dejar la Unión Europea y la OTAN y dar un giro hacia Putin. Súper noticia, ¿no?”
“¿Para eso me despertás a estas horas? ¿Qué demonios tiene que ver conmigo?”
“Todo, mi amor. ¡Todo! Quiero llamarle a felicitarle y decirle que tiene todo mi apoyo. Y quiero que vos hagás de traductora.”
“¿De traductora?”
“Sí, escuchá. Agarrate. Es el líder de tu país. Es el presidente de… ¡Eslovaquia!”
Lo quería matar.
“A ver”, le dije. “A ver, Donald, querido. ¿Cuánto tiempo llevamos casados?”
“Mmm…no sé…Doce, trece años…”
“Veinte, imbécil. ¡Veinte!”
“Ah, sí, es verdad. Trece fue con la anterior…”
Me levanté de la cama y le di una bofetada.“Mira,” le dije. “Escúchame bien y no lo vuelvas a olvidar nunca más en tu ridícula vida, Mr Cara Naranja. ¡Nací en Eslovenia, no en Eslovaquia! Es-lo-ve-nia. ¿Capisci?”
¡La cara que puso el idiota!
“P-p-pero… ¿no son lo mismo?”
Le di otra bofetada.
“¡Fuera de aquí! No te quiero ver en mi habitación nunca más, ¿me oíste? Ni acá en esta choza de mierda a la que me trajiste, ni en el departamento de Nueva York, ni en Mar-a-Lago. Ahora, ¡fuera!”
Dos horas después, cuando acabé de maquillarme, me puse a pensar. Me hizo gracia reflexionar que la gente ahí fuera, en el vulgar mundo real que hace tanto abandoné, me ve como si estuviera hecha de hielo. ¡Si solo nos pudiesen ver en privado a mí y al burro con el que tuve la suerte de contraer -o, mejor dicho, contratar- matrimonio!
Bueno, digo suerte, querido diario, por su riqueza, por los millones que ha conseguido extraer de las crédulas multitudes. ¡Pero qué sacrificios que he tenido que hacer! Cuando pienso en los agentes del servicio secreto que me acompañan por todos lados, lo buen mozos que son, y cómo me miran de reojo cuando creen que no los veo…pero no. Nunca caeré en la tentación. No puedo. Porque si lo hiciera y se descubriera lo pierdo todo. O sea, pierdo el control que tengo sobre él y eso, junto a su dinero, es el tesoro más valioso que tengo, el que me gané tras manipular–soy brillante– al man-baby para que se casara conmigo y me salvara de la miseria que me esperaba a los 34 años, con mi carrera como modelo ya más que caducada.
Sí, yo soy el sueño americano hecho carne. Por cierto, me repugna la suya. Me refiero -bueno, no solo, jaja- a lo que come. Hamburguesas McDonald’s todo el santo día. ¡El olor que hay en el despacho Oval! Vomitivo. Por eso nunca me acerco al ala oeste. Ni a él, si puedo. Tuvieron razón los malditos de la prensa, por una vez, cuando dedujeron que me puse ese sombrero el día de la inauguración para que le fuera imposible hacer el numerito y darme un beso ante las cámaras de televisión. Bueno, es justo. Él tiene su muro para protegernos de los mexicanos, yo mis artimañas para protegerme de él. No nos hemos besado desde lo de Stormy Daniels. Tengo toda la intención de mantener el récord intacto hasta el día que se muera.
Solo espero que aguante cuatro años más. Es que me agrada esto de ser la Primera Dama. Fama y gloria sin tener que hacer nada. Ya cumplí la única tarea que se me exigirá, hacerme esa foto “oficial” en la que dicen que poso como Lady Macbeth, o la esposa de un capo mafioso. Que digan lo que quieran. Que ladren los perritos. Yo estoy casada con el presidente de Estados Unidos y eso no me lo quita nadie.
Hace unos años una víbora que yo había pensado que era mi amiga (aprendí mi lección, ya no tengo ni una) escribió un libro titulado “Melania y yo”. Está repleto de mentiras pero hay una cosa que dijo que fue verdad. Cuando me preguntaron cual era mi reacción cada vez que oía otro rumor más de sus infidelidades, respondí, “Sé con quién me casé.”
Y, sí, Así es. Lo tengo bien clarito. Si el público supiera lo que yo sé mi marido no hubiera llegado ni de cerca a la Casa Blanca. Y el mundo sería menos idiota. Pero a mí me da exactamente igual.
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