La semana fue explosiva, y ella pura dinamita. Sin hablar en público ni dar entrevistas, demostró en un puñado de días, y a partir de una secuencia de hechos sin antecedentes, que ostenta un poder único dentro del aparato del Gobierno.
El martes arrancó con la ofensiva final contra Eduardo Serenellini, un viejo objetivo cuya deriva en la gestión la fastidiaba particularmente. El miércoles fue el turno de la expulsión de Ramiro Marra, otro irredento con el que estaba enfrentada desde el principio de la gestión. Ese mismo día, había protagonizado junto con Patricia Bullrich la ruptura del bloque Pro en la Legislatura porteña, con el pase de tres representantes a LLA. El jueves dispuso una inusual custodia en el pasillo de la Casa Rosada donde los periodistas habitualmente suelen interrumpir el paso de Santiago Caputo para tratar de obtener información del Gobierno.
Mientras ocurría esto, trascendía que por una indicación suya el vicejefe de Gabinete, José Rolandi, era corrido de su oficina en la Casa Rosada, señalado como fuente de algunas filtraciones de reuniones de ministros y como vestigio arqueológico de lo que alguna vez fue el imperio de Nicolás Posse. En la caída, arrastró al viceministro de Interior, Lisandro Catalán: ambos funcionarios fueron excluidos esta semana de la primera reunión de gabinete del año y eliminados del chat de ministros. Ya era viernes cuando ella bajó la orden de no aplicar el protocolo antipiquetes para la marcha de ayer (decisión que dejó muy incómoda a Bullrich) y en alguna reunión informal admitió que la postulación de José Luis Espert en la provincia de Buenos Aires no la termina de convencer, razón por la cual el diputado tiene por ahora poca visibilidad en las actividades partidarias.
La implacable demostración de poder que hizo en estos días Karina Milei, “el Jefe”, cobra más relieve porque fue en detrimento de las principales figuras libertarias. Serenellini y Marra son dos amigos del propio Presidente desde mucho antes de que desembarcara en el gobierno. El primero llegó a albergarlo en su casa para las fiestas de fin de año, sensibilizado por la soledad de quien entonces era apenas un economista excéntrico. El segundo fue cofundador del partido y quien introdujo a Santiago Caputo al entorno de los Milei. El corrimiento de ambos demuestra los límites políticos que tienen los vínculos afectivos con el Presidente.
Rolandi y Catalán son los hombres de confianza de Guillermo Francos y estaban destinados a ser cuasi ministros cuando se resolvió fusionar la Jefatura de Gabinete e Interior. Santiago Caputo y Patricia Bullrich son espadas clave de la gestión. Todos ellos fueron testigos de cuan impiadosa puede ser la hermana cuando se propone algo. Lo que no tiene de experiencia lo suple con una frontalidad sin rubores. La sutileza no es lo suyo y quizás por eso nunca pudo sumarse al lote de funcionarios con mejor imagen. Es esencialmente verticalista.
Pesa en estos movimientos el desinterés y muchas veces el agotamiento que le produce a Javier Milei la ejecución diaria de la gestión en temas no económicos, y ni hablar de los preámbulos electorales. “Hablen con mi hermana”, es una frase que escuchan muy a menudo los interlocutores del Presidente. La pregunta de fondo sería: ¿Karina doblega a Javier, o en realidad Javier piensa lo mismo y Karina le sirve de escudo?
Él exhibe alivio en esa delegación de tareas ingratas, no lo asume como una devaluación de su poder. Siente que él y su hermana son parte de la misma esencia, aun cuando también tienen sus discusiones. Sobre todo en los últimos tiempos, por la relación con Mauricio Macri. Él dice sentir un gran afecto por su antecesor; para ella, es un exponente del pasado que fracasó.
Cuando Karina Milei avanza y dispone, el triángulo de hierro se convierte por un rato en una línea recta, que se inicia con Javier, sigue con su hermana y termina en Santiago Caputo. La geometría del poder es flexible. El asesor es un hábil intérprete de los Milei y sabe que en esa sociedad de gobierno es un gerente general, no un accionista.
Tiene un área de influencia verdaderamente sorprendente y muchas veces ejerce como un virtual jefe de Gabinete. Se encarga del “lado oscuro de la fuerza”: controla la SIDE con Sergio Neiffert y Diego Kravetz; gobierna sobre la ARCA con Andrés Vázquez; se ocupó del relevo en la UIF con Paul Starc; maneja la trastienda de Salud donde ubicó al padre de su amigo, Mario Lugones; administra el Ministerio de Justicia a través de Sebastián Amerio, además de ser el estratega detrás de los pliegos de Ariel Lijo y Manuel García-Mansilla, y de haber empujado a Rodolfo Barra y convencido a Milei de optar por Santiago Castro Videla para la Procuración del Tesoro. En estos ámbitos, obra con un grado de autonomía sorprendente.
Pero está teniendo algunas incipientes tensiones con Karina, especialmente cuando incursiona en el plano electoral, un territorio que ella busca concentrar junto con sus operadores principales, los Menem y Sebastián Pareja. Ocurrió por ejemplo cuando Caputo quiso llevar su buena relación con el intendente marplatense, Guillermo Montenegro, a una conversación por las listas seccionales. Ahí recibió una advertencia. El armado es de Karina, la dueña de LLA.
Ayer la secretaria General de la Presidencia encabezó una jornada de afiliación en la ciudad de Buenos Aires, donde es la cara visible de la embestida contra Jorge Macri. Está determinada a tener candidatos propios y a evitar un acuerdo con Pro, especialmente después del desdoblamiento electoral. Allí impuso su criterio sin encontrar resistencias internas. Habrá que ver si también puede determinar la estrategia nacional de la fuerza y eludir un entendimiento con el primo Mauricio. De lograr su objetivo, se habrá transformado en la diseñadora real del aparato del poder, para la segunda mitad del gobierno.
La rebelión silenciosa de los intendentes
La provincia de Buenos Aires se asoma a una transformación electoral de enorme profundidad, que hasta ahora aparece subestimada en los análisis pero que no pasó desapercibida para los intendentes. Lo que ocurrirá en los hechos es que, más allá de si se desdoblan los comicios provinciales, habrá dos elecciones distintas: una para diputados nacionales con boleta única de papel y otra para legisladores provinciales y concejales con el viejo modelo sábana. Si son el mismo día, habrá que montar dos dispositivos distintos (mesas y biombos separados, o votar en escuelas diferenciadas). También habrá una supervisión judicial dividida, una por la justicia electoral nacional y otra por la provincial. El desconcierto que provocó en 2023 la elección concurrente en la ciudad de Buenos Aires puede ser un anticipo del caos operativo que podría generarse a la hora de organizar esta duplicación electoral en el conurbano hondo.
Pero más allá de los aspectos instrumentales, hay un cambio político muy significativo: el fin del concepto de arrastre electoral, el principio por el cual quienes encabezaban la lista en la parte principal (en este caso los candidatos a diputados nacionales) prevalecían en la voluntad del votante y traccionaban a los postulantes de los otros tramos electorales. Esto establecía una supremacía del ordenamiento nacional por sobre la estructura provincial a la hora de definir las listas. Quienes más se beneficiaron, y también quienes más lo padecieron, fueron los intendentes peronistas, históricamente obedientes al dominio kirchnerista.
Esta dinámica será quebrada por primera vez porque habrá dos elecciones muy distintas. El segmento nacional con boleta única tendrá una lógica más individual que partidaria, donde lo importante serán las figuras que estén al frente de la lista. Pesará mucho más su nivel de conocimiento que su filiación; será el ámbito ideal para postulantes mediáticos y activos en redes digitales. Mientras tanto, el tramo provincial será profundamente territorial y estará dividido en ocho listas seccionales con cabezas de listas propias; será una compulsa donde pesarán en forma especial los viejos aparatos partidarios; una disputa con espíritu analógico.
“Los intendentes peronistas se van a liberar de los condicionamientos de Cristina Kirchner y de La Cámpora, porque ya no los pueden condicionar con sus boletas. Los intendentes van a trabajar para garantizarse sus legisladores y concejales y no estarán más forzados a militar la boleta de Cristina, más allá de que en algunos distritos les convenga. Y si además se desdobla la fecha, es un quiebre definitivo. El kirchnerismo siempre manejó la superestructura concentrada del partido, pero no el territorio”, señala Emilio Monzó, un auténtico baquiano bonaerense.
Esta rebelión silenciosa es la que está detrás de la presión de los intendentes sobre Axel Kicillof para que desdoble las elecciones, porque sería el corolario de su intento emancipador. El gobernador espera que se suspendan las PASO nacionales para avanzar (están enlazadas con las primarias provinciales por una ley que impulsó Néstor Kirchner justamente para evitar gestas independentistas). Sería el quiebre final con Cristina.
La reunión del martes en Villa Gesell, donde inesperadamente concurrieron 37 alcaldes, fue una demostración del interés generado por estas novedades. En ese vasto y heterogéneo contingente hay quienes ven en el gobernador al futuro líder del peronismo y candidato a presidente, a la espera de que el sábado próximo, en el acto que hará en Mar del Plata, plante la semilla de la autodeterminación.
Pero también están quienes sólo lo visualizan como un instrumento para correrse del control camporista, un escudo para protegerse de la ráfaga de Cristina. En todos los movimientos prevalece la desconfianza y la pregunta inevitable: ¿qué pasará cuando la jefa del partido retome funciones esta semana? Los intendentes, que muchas veces se muestran dispuestos a la arremetida brava y otras tantas lucen elegantes para el retroceso, temen una interna sangrienta. Ya hubo demasiadas revoluciones abortadas en la provincia con sólo un tuit.
Pero ahora parece que el desgaste de Cristina empieza a permear el olfato del peronismo profundo, que la nota más preocupada en proteger políticamente a su hijo que en ejercer como una líder nacional. Lo acaba de comprobar frente a lo que será la primera disputa electoral del año: la convencional constituyente de Santa Fe. Hoy cierran las alianzas y el domingo próximo las listas. La elección será el 13 de abril. Allí el peronismo quedó dividido.
La figura más convocante del distrito, el senador Marcelo Lewandoski, decidió abrirse y armar una lista propia, ante la falta de conexión con la conducción partidaria que ejercen Agustín Rossi, y los camporistas Marcos Cleri y Florencia Carignano. Cristina intervino esta semana para saldar las diferencias, pero no lo logró. Lewandoski le dijo que no tenía un problema con ella, pero que era una cuestión santafesina y que él no se sentía representado por sus delegados. Se percibe que a la vecchia signora se le aflojó el látigo.
Frente a ese poder menguante algunos piensan en Kicillof como un relevo. Por primera vez el gobernador da señales de convicción. En su entorno hablan abiertamente de “trabajar por un peronismo renovado” y de buscar “una nueva identidad”, terminología que genera urticaria en el Instituto Patria. Pero falta una eternidad para que se transforme en el nuevo líder y nadie descarta que al final un llamado de Cristina neutralice el proceso emancipador.
La otra opción es la atomización. Frente a un poder declinante, y sin que se haya consolidado un líder alternativo, los intendentes parecen dispuestos a regresar a la vieja era de los feudos, que habían montado en la época de Eduardo Duhalde. Su gran karma es la ley que limita la reelección y que le pondría fin a la mayoría de ellos en 2027. Se lo plantearon a Kicillof el martes y el gobernador les dijo que avancen, pero que se hagan cargo ellos mismos de impulsarlo en la Legislatura, que controla el kirchnerismo. Es una toma doble mortal: Kicillof tiene la espada del desdoblamiento; Cristina y Sergio Massa, el cuchillo de la reelección.
No digas la palabra “acuerdo”
El dilema de la boleta única también impacta en el resto de las fuerzas. Los estrategas libertarios reconocen que están complicados para armar desde abajo hacia arriba las listas provinciales porque tienen menos territorialidad que el peronismo. Allí aparece la esperanzas de los referentes de Pro y de la UCR, que han compartido estructura desde Cambiemos.
Esta semana hubo una reunión en la Casa Rosada con el fin de transparentar un manual de procedimientos para administrar los pases desde otros partidos. En primer término, el aspirante a libertario debe aportar un caudal de votos adicional, inaccesible para las “fuerzas del cielo”. En segundo lugar, no debe desembarcar con condiciones. Y finalmente, debe garantizar lealtad y obediencia al comando de campaña de LLA y a los lineamientos generales que emanan del Gobierno. Este menú es ofrecido a los intendentes amarillos y radicales que otean el horizonte.
Ante un posible desbande en el territorio Diego Santilli visitó esta semana a Lule Menem y le propuso una “integración” entre LLA y Pro, para evitar el término “acuerdo”, que les genera sarpullido a los libertarios. El funcionario fue escueto: “Dejame ver”, respondió. El diputado piensa que hay un margen para consensuar algún esquema en la provincia, aunque haya disputa en la ciudad, basado en antecedentes como los de 2013, cuando Macri acompañó a Massa en un pacto provincial contra Cristina, o el de 2017, cuando hubo competencia en la Capital Federal con el radicalismo. Jorge Macri es escéptico de que ese plan prospere, quizás porque en ese caso quedaría como el único que rivaliza abiertamente con el Gobierno.
En la reunión de la cúpula de Pro del martes Mauricio Macri bajó un mensaje: dijo que la oferta para hacer una mesa con el oficialismo destinada a coordinar estrategias regirá un mes más. Si no hay respuesta, se prepararán para competir, incluso con la posibilidad de que él mismo sea candidato. Quiere dejar en claro que si no hay entendimiento será por la intransigencia libertaria. A Karina, la otra presidenta, no le acompleja demasiado ese reproche. Observa el presente, y no siente necesidad de corresponder. No se desvela por lo que el futuro le puede deparar.