Ricardo Luis Melogno marcó un capítulo oscuro en la historia criminal de Argentina. Conocido como “el asesino de los taxistas”, en septiembre de 1982 ejecutó a tres choferes en el barrio porteño de Mataderos.
Sus asesinatos seguían un patrón: abordaba un taxi, daba una dirección y, al finalizar el recorrido, disparaba a la cabeza del conductor con una pistola calibre 22. Siempre robaba los documentos de las víctimas, pero dejaba intacto el dinero recaudado.
La investigación policial, inicialmente sin pistas claras, dio un giro decisivo gracias al aporte su propia familia. Su hermano indicó el paradero, lo que permitió detenerlo. Al encontrarlo, confesó los crímenes de Mataderos y un cuarto asesinato en Lomas del Mirador. También hallaron un altar con los documentos de las víctimas, y el propio Melogno relató su peculiar ritual de fumarse un cigarrillo luego de cada homicidio.
Tras ser declarado inimputable en la Ciudad de Buenos Aires, pero responsable penal en la Provincia, Melogno fue condenado a cadena perpetua. Durante más de 30 años, transitó por distintas prisiones y hospitales psiquiátricos, hasta ser derivado a una clínica, en 2016.
Su caso, en el que la ausencia de un motivo claro desafió las lógicas tradicionales de la justicia y la psiquiatría, continúa generando debate sobre los límites de la responsabilidad y la comprensión de la mente criminal.
Ricardo Luis Melogno: La aterradora historia del asesino en serie que dejó un velo de terror en Argentina
16 de octubre de 1982. La tapa de Clarín de ese día daba cuenta del arresto de «el asesino de los taxistas».
En la primavera de 1982, «el asesino de taxistas” conmocionó a Buenos Aires. Los testigos que conocían a este joven de 20 años dirían luego que era un muchacho introvertido. En esa época vivía en las calles y a veces paraba en la casa de su hermano o en un depósito de su padre.
En apenas una semana, mató a tres conductores, siguiendo un modus operandi metódico y frío: abordaba taxis durante la noche, daba una dirección en Mataderos o alrededores y, al finalizar el trayecto, les disparaba con una pistola calibre 22.
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En lugar de huir raudamente de la escena, se quedaba en el asiento de atrás fumando y contemplando el hecho. Luego, continuaba su rutina comiendo siempre en el mismo bodegón “Los dos hermanos”, sin mostrar remordimiento. El menú se repetía tras los asesinatos: suprema de pollo napolitana con papas fritas y mousse de chocolate como postre.
Entre el 23 y el 27 de septiembre de 1982, Melogno cometió tres homicidios. Su primera víctima fue Ángel Redondo, de 51 años, que manejaba un Fiat 125. Redondo fue ejecutado de madrugada y hallado con la cabeza apoyada sobre el volante en la calle Pola al 1500.
Horas más tarde, Carlos Alberto Cauderano, de 33 años y que también conducía un Fiat 125, fue encontrado agonizando dentro de su taxi, en la calle Oliden al 1800. Aunque lo trasladaron al hospital, murió en el camino.
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El tercer asesinato ocurrió el 27 de septiembre y la víctima fue Santísima Trinidad Gálvez, un español de 56 años. A Gálvez lo hallaron muerto en su Peugeot 504 en la esquina de Basualdo y Tapalqué. Ninguno de los conductores tenía relación entre sí. Tiempo después, Melogno confesó que el crimen de un chofer, ocurrido en Lomas del Mirador (partido de La Matanza), también había sido de su autoría.
Pasaron casi 20 días para que el desconcierto policial llegará a su fin gracias a la presentación espontánea de su hermano. El 15 de octubre de 1982, un hombre llegó al Palacio de Tribunales, y frente al juez Miguel Ángel Caminos acusó a su hermano de los homicidios. Entre el shock y el miedo, declaró que había visto a Ricardo Melogno armar un altar y poner en el los documentos de las víctimas.
En base a su testimonio, los investigadores llegaron al departamento de la calle Espinosa al 1800, en La Paternal, donde encontraron al asesino desayunando y también el macabro altar que este había creado con los documentos de los taxistas.
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El “asesino de los taxistas» enfrentó dos procesos judiciales: declarado inimputable en la Capital Federal, por un lado y condenado a cadena perpetua, por otro, en la provincia de Buenos Aires.
Melogno pasó más de 30 años tras las rejas. Estuvo en el penal de Devoto, en la Unidad 20 del Hospital Borda y, en 2011, fue trasladado a la cárcel de Ezeiza. Finalmente, en 2016, fue derivado a una clínica psiquiátrica donde se espera que permanezca el resto de su vida.
Para los expertos, se trata de un caso llamativo porque sus crímenes al parecer fueron “inmotivados”: nunca pudieron encontrar un móvil concreto para sus actos homicidas.
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