El infarto cerebral es una de las principales causas de deterioro cognitivo y problemas de salud a nivel global. Sin embargo, existe una variante menos conocida pero igualmente peligrosa: el infarto cerebral «silencioso».
A diferencia de los accidentes cerebrovasculares que presentan síntomas evidentes, este tipo de evento puede pasar desapercibido, afectando la memoria y otras funciones cognitivas sin que la persona lo note de inmediato.
Aunque su nombre sugiere discreción, sus consecuencias pueden ser devastadoras si no se detecta a tiempo. Las personas mayores, especialmente aquellas con antecedentes de hipertensión o problemas cardiovasculares, están en mayor riesgo. La buena noticia es que existen medidas preventivas eficaces que pueden reducir significativamente la probabilidad de sufrir uno.
¿Cómo afecta un infarto cerebral «silencioso» a la memoria?
Un informe de la Escuela de Medicina de la Universidad de Harvard reveló que más del 30% de las personas mayores de 70 años experimentaron un infarto cerebral «silencioso» sin siquiera sospecharlo.
En el presente, la neuróloga Cristina Koppel, del Hospital King’s College de Londres, destacó en una charla con BBC Mundo que estos episodios impactan en zonas internas del cerebro, lo que complica su diagnóstico precoz debido a la falta de señales evidentes.
El infarto cerebral «silencioso» puede dañar la memoria sin mostrar síntomas evidentes, según la BBC y la doctora Cristina Koppel. Foto: Unsplash.
El infarto cerebral «silencioso«, también conocido como infarto lacunar, ocurre cuando una pequeña arteria en el cerebro se bloquea, provocando la muerte de células cerebrales.
Según la neuróloga Cristina Koppel, a pesar de no generar síntomas inmediatos, su impacto acumulativo puede ser devastador para la memoria y el funcionamiento cognitivo.
La acumulación de estos microinfartos puede dañar las conexiones neuronales responsables de la memoria y la concentración, afectando la vida cotidiana de quienes los padecen. En palabras de Koppel, «aunque los pacientes no perciban señales evidentes, su cerebro sufre cambios que, con el tiempo, dificultan tareas simples».
La BBC también destaca un estudio publicado en la revista especializada Neurology que analizó a 650 personas sin historial de demencia, identificando en más de 170 de ellas pequeñas áreas de tejido cerebral muerto debido a la falta de irrigación sanguínea.
Sorprendentemente, solo 66 de estos participantes recordaban haber tenido síntomas relacionados con un infarto cerebral. Sin embargo, todos presentaban dificultades en la memoria y en procesos cognitivos, independientemente de otros factores asociados con la edad.
Entre las alteraciones más comunes se encuentran:
- Dificultad para recordar información reciente.
- Problemas para mantener la concentración en tareas cotidianas.
- Procesamiento de información más lento.
- Cambios sutiles en el comportamiento o la personalidad.
La falta de concentración y la lentitud en el pensamiento podrían ser efectos de infartos cerebrales no detectados. Foto: Unsplash.
Formas de evitar un infarto cerebral «silencioso»
Si bien no siempre es posible prevenir completamente un infarto cerebral, adoptar hábitos saludables y controlar ciertos factores de riesgo puede reducir significativamente las probabilidades de sufrirlo, según la BBC y su conversación con la profesional inglesa.
Estrategias clave para la prevención:
- Controlar la hipertensión arterial: es el factor de riesgo más importante. Realizá chequeos regulares y seguí las indicaciones médicas.
- Mantener niveles saludables de colesterol y glucosa: evitá dietas altas en grasas saturadas y azúcares refinados.
- Realizar actividad física regularmente: caminar a buen ritmo al menos 30 minutos al día, cinco veces por semana, mejora la circulación sanguínea.
- Adoptar una dieta equilibrada: consumí frutas, verduras, granos enteros y reducí el consumo de sal.
- Evitar el tabaquismo y el consumo excesivo de alcohol: estos hábitos afectan negativamente la salud vascular.
- Realizar controles médicos periódicos: especialmente si tenés antecedentes familiares de enfermedades cardiovasculares.
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