Los humanos utilizamos el agua -uno de los recursos más críticos de nuestro planeta- fundamentalmente para alimentarnos. Desde los comienzos de la revolución neolítica, hace 10.000 millones de años, los agricultores hemos aprendido a utilizar el agua para alimentar a una población cada vez mayor, hasta llegar a los niveles actuales donde la agricultura concentra nada menos que el 70% del consumo de agua. Si tenemos en cuenta que en los próximos 50 años se incorporarán 2000 millones de nuevos comensales, cada vez más demandantes, es harto evidente que es imperioso disociar el consumo de agua del crecimiento económico. Dicho de otro modo, sencillamente no podemos darnos el lujo de seguir utilizando el agua tal como lo hemos venido haciendo hasta hoy.
Hasta hace muy poco tiempo sencillamente no éramos conscientes que el agua era un recurso escaso y finito. Por ello no llama la atención la ausencia de métricas para medir el uso del agua. La evaluación de su uso se realizaba exclusivamente midiendo o estimando su captación de las fuentes superficiales o subterráneas, ignorando la producción de bienes y servicios finales, sin tener en cuenta que estos productos se realizan en largas cadenas de producción con consumos específicos dentro de cada una de las etapas y con impactos específicos según cada zona.
Recién en el año 2002 fue el Prof. Arjen Hoekstra, un experto de la UNESCO, profesor de la Universidad de Twente, en los Países Bajos fue quien puso las primeras bases conceptuales creando el concepto de huella hídrica, un indicador de sostenibilidad que hoy en día es utilizado por centenares de investigadores, empresas y gobiernos en todo el mundo. Hoekstra no sólo acuñó este nuevo término, sino que también fundó en 2008 la Water Footprint Network, una comunidad internacional que analiza los datos existentes, establece objetivos de uso responsable del recurso y aborda las últimas investigaciones relativas a la crisis del agua.
La huella hídrica define el volumen total de agua dulce utilizado para producir los bienes y servicios que habitualmente consumimos. En otras palabras, es una variable necesaria que nos dice cuánta agua es necesaria para fabricar un producto. Es un indicador de apropiación humana del recurso hídrico dulce que “hace visible lo invisible”, toma en consideración el agua oculta en los productos a lo largo de la cadena de producción, brindando información sobre los efectos del agua asociados a los hábitos de consumo de las personas o de producción de las empresas.
Así como el concepto de huella de carbono, introducido durante la década del ‘90, permite calcular la demanda que se hace de los ecosistemas para satisfacer nuestra calidad de vida (comida, movilidad, vivienda y bienes/servicios) y contrastarla con la capacidad del planeta de regenerar los recursos y de asimilar los desechos, la huella hídrica permite conocer cuál es el volumen total de agua que se necesita para producir los bienes y servicios de un individuo, de una población, de una región, de un producto o de un proceso.
Gracias a esta información podemos comprobar que mientras que para producir un kilo de trigo o de soja son necesarios entre 1300 o 1800 litros de agua, para producir un kilo de carne de pollo, o de cerdo o de ternera son necesarios 3900, 4800 o 15500 litros de agua respectivamente. El primer paso para disociar el crecimiento de la demanda del consumo de agua es cambiar nuestros hábitos alimentarios y consumir menos agua en nuestra dieta. Esto es particularmente clave en un mundo cuando cada año millones de consumidores comienzan a incorporar la carne a su dieta después de haber vivido durante generaciones con un cuenco de arroz diario. Bajo esta perspectiva el concepto de huella hídrica nos permite para tomar conciencia que modificar nuestros hábitos alimentarios es un requisito imprescindible para asegurar la sustentabilidad de nuestra especia en este planeta. Sin embargo, a pesar de la importancia que tiene esta métrica, debemos tener mucho cuidado de cómo interpretar correctamente estos índices y no caer en la tentación de demonizar ciertas actividades a partir de las mismas.
Estas métricas se basan en estimaciones basadas en modelos productivos promedios y -como todos sabemos- no es lo mismo la producción de carne en base a modelos fundamentalmente pastoriles que aquellos basados en suplementación de grano. La huella hídrica de la ganadería bovina mundial, conforme a los lineamientos de las WFA, es de 7.400 lt/kg de peso vivo. Merced a las particulares características productivas de la ganadería argentina donde el ganado pasa la mayor parte de su vida en pastizales la huella hídrica promedio de la ganadería argentina es de apenas 2.300 lt/kg, según datos calculados por los técnicos de AAPRESID, es decir casi un 70% por debajo de la media.
Como consumidores tenemos la responsabilidad de consumir responsablemente, y conocer la huella hídrica es una métrica que nos proporciona valiosa información para comer responsablemente. Pero ello no debe inducirnos a hacer diagnósticos apresurados y demonizar ciertas actividades.
Como productores agropecuarios, debemos seguir y generando conocimiento que nos permita seguir reduciendo nuestra huella hídrica y contribuir a hacer más eficiente nuestra actividad. Adicionalmente, en un mundo cada vez más exigente y más crítico de la producción agropecuaria es nuestra obligación hacer valer y destacar la eficiencia de nuestra actividad.
Sobre la firma
Carlos BeccoBio completa
Newsletter Clarín
Recibí en tu email todas las noticias, coberturas, historias y análisis de la mano de nuestros periodistas especializados
QUIERO RECIBIRLO
Tags relacionados