La teoría de la estupidez, muy estudiada por la sociología, puede resumirse en los cuatro principios enunciados por el economista e historiador italiano Carlo María Cipolla:
* Siempre se subestima la cantidad de estúpidos en circulación, y se subestima el daño de pronto ilimitado que causa la estupidez sobre todo cuando se la ignora.
* La probabilidad de que una persona sea estúpida es independiente de cualquier otra característica propia de dicha persona. Hay estúpidos mentalmente rápidos, con habilidades intelectuales diversas. Son estúpidos de todos modos, por ejemplo fanáticos a-criticos, una legión que protagonizó en buena medida la gran producción de males y desmanes argentinos.
* Un estúpido es quien causa daño a los demás, provocándose a la vez daño a sí mismo.
* Asociarse con estúpidos siempre e invariablemente tiene costos graves.
* Una persona estúpida es el tipo de persona más peligrosa que puede existir.
Los estúpidos, más allá de cualquier posición política, son para Cipolla la manada humana más temible de todas.
Establece otra clasificación concomitante:
Los inteligentes según Cipolla son quienes benefician a los demás y a sí mismos.
Los incautos, o desgraciados, son aquellos que benefician a los demás y se perjudican a sí mismos.
Los malvados o bandidos: perjudican a los demás y se benefician a sí mismos
Pero para él, nada es peor que la propagación de los estúpidos, perjudican a los demás y a sí mismos. Entre otras cosas porque hay aún más estúpidos que malvados.
Y porque los estúpidos no producen ningún tipo de beneficio, solo desastres.
Podría establecerse una geografía política diferente: más allá de izquierdas y derechas, entre estúpidos y los demás.
Puede sonar un poco arrogante ésta taxonomía porque en rigor todos cometemos estupideces y varias veces al día, pero el drama es la estupidez dogmática, la permanencia de la estupidez.
Es precisamente la negación de que en algún lugar todos somos un poco o bastante tontos.
El estúpido no sabe, ni quiere saber que es estúpido y ese es su mayor pecado. Por el contrario, muy habitualmente se concibe astuto. Y mas aún, el estúpido puede tener un inmenso poder.
Y desde el poder atraer a una legión de estúpidos que lo veneran.
La estupidez tiende por su propia naturaleza a expandirse como una mancha venenosa.
Cuando la estupidez aumenta las sociedades se hunden.
Otra gran teórico de la estupidez fue el sacerdote luterano Dietrich Bohnhoffer, un alemán que se opuso a Hitler, que fue encarcelado por los nazis y que reflexionó sobre esa inmensa y terrible estupidez casi unánime en Alemania que produjo la violentisima muerte de millones de personas y que destruyó también a los alemanes.
Para Bonhoeffer; los estúpidos son incapaces de reflexionar críticamente. Están completamente satisfechos de sí mismos, y son egoístas, cobardes y codiciosos.
Si se analiza la historia argentina podría visualizarse una analogía entre estupidez extendida y fanatismos extendidos, y sobre todo transversales. Hubo y hay peronistas, radicales, izquierdistas, liberales y libertarios estúpidos. La pertenencia a un partido o agrupación política no cura la estupidez, a veces, muchas veces, esas pertenencias acentúan la estupidez porque azuzan convicciones absolutas, sentencias, pontificaciones sin ninguna autocrítica.
Es el problema de la militancia devotamente fanatizada.
Hipnotizada.
El kirchnerismo no careció de estúpidos, pero tampoco el libertarianismo, ni la izquierda, ni el PRO, ni los radicales…
La estupidez se alimenta a la vez de oportunismo.
Es la estupidez por conveniencia.
Apoyaremos la ola dominante, para evitar toda introspección pensante.
En el fondo, la estupidez es una voluntad de poder. Evitando la autocrítica, la estupidez daña por imposición a los demás y al propio estúpido sumido en unos dogmas que podrán cambiar según la temporada política de turno pero que serán siempre dogmáticos.
La estupidez es un sometimiento al cuadratismo, una huida de la reflexión, una destrucción muchas veces masiva por imperativa.
La estupidez impera.
Porque la estupidez profunda es ese autoritarismo que califica todo el tiempo a los demás y de manera simplista: “Zurdos” es un ejemplo muy en boga.
“Facho” es otro.
“Tibio” es otro.
“Puto” es otro.
Hay otra, ahora muy presente, supremacista y racista: “Marrones”.
Es una etno descalificación que se considera superadora del wokismo, ese progresismo de tono europeísta que existe, pero que en buena medida es aquí distante aunque muy presente en el discurso.
Y muchísimas más, todos formuladas para desacreditar sin datos que permitan inferir su veracidad.
Cuando falta o se ignora deliberadamente la información, la estupidez crece, porque requiere de la generalización.
La estupidez es una droga.
Produce sensación de poder.
El estúpido descree de la información.
Hay invasiones de estúpidos cotidianamente.
La generalización “Woke”, no alcanza a describir el mal argentino, como algunos oficialistas o para-oficialistas teóricos pretenden.
¿Qué tiene que ver el narcotráfico incrustado con el wokismo?
¿En qué se vincula el totalitarismo de Gildo Insfrán con ese alardeo de progresismo que predomina en espacios tan lejanos a la Argentina más profunda?
Enamorada de las sentencias vacías sin información, los núcleos estúpidos propician el contagio; los estúpidos se multiplican y el idiotismo crece.
La inteligencia no es la suposición de que somos perfectos, sino exactamente lo contrario.
Es saber que no sabemos de verdades absolutas.
Más que derechas e izquierdas, hay estupidez o inteligencia colectiva.
Y esa es la cuestión
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Miguel Wiñazki
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