Un río siempre significó una primera frontera para el ser humano, más allá de puentes o vados. Cada curso de agua generó desarrollos a velocidades diferentes, el desafío de cómo sortear ese paso, la tentación de generar en la otra orilla una identidad distinta a la vecina. El Senaizquierda, la “rive gauche”, la idea de bohemia y rebeldía, a partir de la presencia de la Sorbona y del Barrio Latino.
El lado derecho, donde se ubican el Louvre, la Plaza de la Bastilla, Champs Élyseés y tantos otros lugares famosos, quedó menos asociado a la agitación cultural propia de París.
Sin embargo, entre el final de la Primera Guerra Mundial y comienzos de la Segunda, alojó en sus arrondissements (distritos) sea por unas semanas o por años, a Hemingway, Sartre, Joyce, Dalí, Picasso, Cocteau, Frida Kahlo, Victoria Ocampo, Coco Chanel, Colette, Simone de Beauvoir y muchos otros nombres fulgurantes que recoge el doctor en Filosofía Giuseppe Scaraffia en La otra mitad de París (Periférica).
Verdadera guía cultural, sentimental y hasta erótica, el libro bucea en las historias transcurridas entre 1919 y 1939 en los barrios de la margen derecha del Sena y protagonizadas por las figuras culturales del momento o de quienes lograron ese reconocimiento décadas después.
Otra virtud de la obra es rescatar a escritores olvidados o ya poco leídos, porque ¿quién recuerda a Paul Morand, por caso, célebre en los ’20? ¿O al más famoso Anatole France, protagonista en el libro de Scaraffia de una escena con una prostituta en la casa del intelectual, en el callejón Villa Saïd, en el XVI Arrondissement?
París bien vale otra guía
Como afirma el autor en el prólogo, en el periodo entreguerras “la rive droite, en tantos sentidos olvidada, fue sin duda el escenario principal de la vida artística, literaria y mundana de París”.
Cada capítulo narra historias protagonizadas por intelectuales o artistas en un barrio diferente del lado derecho del Sena, historias que pueden ser una gélida cena entre James Joyce y T.S Eliot, la hiperquinesis escritural de Georges Simenon, las andanzas de Josephine Baker en su local nocturno, las querellas entre poetas surrealistas y los enojos de Frida Kahlo ante la frivolidad de muchos escritores y artistas del Parìs de aquellos años.
Las escenas que reconstruye Scaraffia con una erudición sutil se ambientan en el bar del Ritz, en el Bois de Boulogne, o en viviendas sobre el Boulevard Haussmann, solo por citar las decenas de nombres geográficos que pueblan La otra mitad de París.
Es un recorrido ideal para el amante de esa ciudad pero también para el voyeur que disfruta de las andanzas, pequeñas miserias y gestos de grandeza de poetas, novelistas, artistas plásticos y compositores musicales.
Pero también de mecenas ignorados en nuestras latitudes, como Misia Godeska, que aseguraba que lo único para ser una buena anfitriona era “ofrecer buen vino y buena comida, e invitar un buen número de mujeres hermosas para que así los hombres se entretuvieran hablando de ellas”, cosa que hacía en el 228 de Rue Rivoli.
El Sena, París, de Eugene Galien Laloue.
Los Jardines de las Tullerías son otros de los escenarios donde suceden las historias del libro. En ese lugar se encontraban Sartre y Simone de Beauvoir para ventilarse de sus trabajos en la Biblioteca Nacional y pactar sus “contratos de dos años” como pareja abierta, que diferenciaba las relaciones “contingentes” de la “necesaria”, que los unía a ambos.
Aparece también Erich Maria Remarque, el autor consagrado por Sin novedad en el frente, en los comienzos de su relación con Marlene Dietrich, hacia 1937. Los dos estaban casados por otras personas y padecían, como tantos millones, el “tedio del himeneo” del que hablaba el Marqués de Sade.
En ocasiones Remarque se cruzaba con la Dietrich, su marido y la hija de ellos, y se retorcía de celos. “No hay amor con la familia cerca”, sentenciaba.
La noche de la Ciudad Luz
Las horas nocturnas de ese sector parisino son actrices importantes en muchos de los capítulos. Jean Cocteau era inspirador, maestro de ceremonias y alma páter del Bar Le Gaya, en el 17 de Rue Duphot, a un par de cuadras del Jardín de las Tullerías. En ese local reinaba el jazz y el propio poeta se sumaba a veces a tocar la batería. El serpentario de los escritores ironizaba con que quizá aquel era mejor músico que escritor.
Le Boeuy sur le toit (El Buey sobre el tejado) era otro bar nocturno, que quedaba en el 28 de Rue Boissy-D’anglas, y que era sucesor del Le Gaya y también Cocteau ahí era el príncipe de la noche.
Ambientado en tonos beiges y negros, el lugar cruzaba a Picasso con Erick Satie, a Stravinsky con André Breton o Marcel Proust con Coco Chanel. El vino del Rin y el aguardiente de ciruelas lubricaban las conversaciones y los gestos, en donde reinaba el “espíritu sarcástico e iconoclasta de una generación que había visto a millones de coetáneos morir primero por la guerra y después por la gripe española”, de acuerdo a Scaraffia.
Cocteau es uno de los nombres que más se repiten en el libro, con los de Breton, Paul Valery y André Malraux. Entre otras semblanzas, del autor de Opio se recuerdan sus aventuras en su casa de Rue Vignon con Natalia Paléi, sobrina del zar de Rusia, que tenía una “belleza casi irreal” y que estaba casada con un modisto homosexual, Lucien Lelong.
“Nadie me ha prohibido los amores normales”, desafiaba Cocteau ante quienes se mostraban sorprendidos por esa peculiar pareja, ya que él siempre había mostrado predilección por los hombres.
Entre las perlas del libro de Scaraffia está el recuerdo de Irene Némirovsky, justamente amiga de Cocteau. Ella, que lograría una precoz fama con su novela David Golder en 1929, pocos años antes vivía en un primer piso de un edificio lujoso de Rue Boissiére.
Allí recibía a otros jóvenes rusos, como ella, exiliados de la Revolución Bolchevique. Uno de ellos, en esa vivienda, una vez la violó. La escritora contó que sintió “una tristeza parecida a la náusea”. En 1942 los nazis la matarían en Auschwitz.
Reproducción del cuadro El Sena en Pont De Grenelle París 1902 de Galien-Laloue Eugenio
Las riñas entre surrealistas tiene su lugar en el libro. Por caso, en el Café Cyrano, ubicado en una humilde plaza de Montmartre, congregaba a los integrantes de aquella corriente a la hora del aperitivo. Más tarde volvían a reunirse en la vecina casa de André Breton.
En aquel Café, a un poeta afeminado que había acercado Cocteau, Breton le preguntó: “¿Y usted es pederasta”. Ante la sorpresa de los que escuchaban la escena, el pope surrealista selló la escena de esta manera: “Si no lo es, acabará por serlo”.
Frida y Victoria
América Latina tiene su lugar en las páginas del libro. Victoria Ocampo aparece retratada en varias ocasiones. Así, se le reconoce su rol en Sur, “un puente de palabras entre la cultura francesa, la europea y la latinoamericana”.
Y se recuerda su cruce respecto del feminismo con la poetisa Anna de Noailles, que la había recibido en su casa en el número 40 de la Rue Scheffer. “Sin duda, el carácter de una mujer es un misterio que ellas mismas juzgan con severidad. Movidas por la necesidad de huir hábilmente de su desgarradora tristeza, se conforman solo con su ingenio natural, sin tampoco apreciarlo mucho”, decía la poeta.
Victoria dejó por escrito, sobre ese encuentro, que su contrincante ocasional se asemejaba al “bello y cruel cruce de un cisne y una serpiente”.
De Frida Kahlo se registra su paso por el departamento del 42 de Rue Fontaine de Andre Breton. El poeta surrealista la confinó a una habitación chica, compartida con la hija del dueño de casa. Además, la mexicana estaba irritada por otra causa: “Cuando llegué, los cuadros todavía estaban en la aduana, porque ese hijo de puta de Breton no se tomó la molestia de sacarlos”, dejó por escrito.
La artista no se dejó impresionar por la fama del mundillo cultural de París. “Este pinchísimo Paris me cae como patada en el ombligo”, afirmó, y, sobre la bohemia local, con pretensiones de superioridad, fue tajante: “Prefiero estar sentada en el suelo del mercado de Toluca vendiendo tortillas que tener tratos con esas putas artísticas de París. Se pasan horas sentados en los cafés calentando sus culos, hablando sin parar de cultura, arte, revolución, y más y más, figurándose que son los dioses del mundo”.
El libro de Scaraffia además permite entrever cómo en los intelectuales y artistas pesan en igual o mayor medida que el resto de la gente los prejuicios. “La rive droite tenía fama de frívola”, señala el autor, y no faltaba el escritor que se horrorizaba si un colega se iba a vivir al lado derecho del Sena. Esos años de entreguerras parecían un nuevo amanecer donde todo era posible, donde “ninguna provocación era suficiente”.
Pocos percibieron que ese ciclo se cerraría con violencia cuando la invasión nazi se desencadenó sobre Francia en 1940. Paul Morand recordaba: “Nos precipitamos hacia 1939 igual que en 1900 hacia 1914: dejándonos caer en el abismo como quien se abandona al placer”. Sabía de lo que hablaba: prestó servicios como diplomático para el régimen de Vichy, aliado de la Alemania hitleriana.
La otra mitad de París, de Giuseppe Scaraffia (Periférica).