El submarino Kursk, conocido también como K-141, se hundió hasta el lecho marino el 12 de agosto del 2000, luego de que dos explosiones provocaran un desastre fatídico en todo el navío. Esa tragedia se cargó la vida de 118 tripulantes y entre los restos se halló la carta de uno de ellos, quien relató sus últimos minutos con vida.
El fondo marino, además de albergar vida, también es un cementerio de barcos y submarinos, en su mayoría militares, que al momento de hundirse, se llevaron con ellos todos sus secretos. Es posible que nadie sepa a ciencia cierta cómo se transcurren los instantes más desesperantes hasta que ocurre lo peor, sin embargo, el capitán Dmitri Kolesnikov llegó a describir parte de ese suceso angustiante, que más tarde se dio a conocer al mundo.
El submarino K-141 se hundió durante ejercicios militares en el mar de Barents y una falla técnica provocó una primera explosión en la sala de torpedos de la proa, después de que una soldadura defectuosa provocara una fuga de peróxido de alto rendimiento (HTP), el equivalente a entre 100 y 250 kilogramos de TNT.
Después de ese estallido, ocurrió un segundo, que generó daños irreversibles y provocó que la nave se hundiera 108 metros. Según los registros, esa explosión se sintió hasta los radares instalados en Alaska y su fuerza fue la del equivalente a la intensidad de un terremoto 4.2 en la escala de Richter.
Con la primera detonación sobrevivieron 23 tripulantes que lograron agruparse en una sala. Mientras el agua comenzaba a ingresar por doquier, Kolesnikov se dispuso a redactar una carta por si alguna vez se rescataban los restos del K-141.
“Todo el personal de las secciones seis, siete y ocho se trasladó a la sección nueve”, comenzó con el relato escalofriante y agregó: “Hay 23 personas aquí. Tomamos esta decisión debido a la emergencia. Ninguno de nosotros puede llegar a la superficie”.
Además de los detalles de ese instante, también aprovechó para dejar un mensaje a su esposa Olga y a su familia, a quien no vería nunca más. Según indicó el medio Zona Militar, el capitán les expresó su amor ante el hecho inevitable.
En ese entonces y tras la explosión, el vicealmirante Valery Ryazantsev advirtió sobre la deficiencia de los tripulantes en las pruebas submarinas y que los procedimientos de mantenimiento contribuyeron a que el desastre ocurriera.
“La tripulación no tenía experiencia con torpedos propulsados por HTP y no había recibido entrenamiento para manipularlos o dispararlos. Debido a su inexperiencia y falta de entrenamiento, agravada por inspecciones y supervisión incompletas, desencadenaron una cadena de acontecimientos que llevaron a la explosión», sentenció Valery.
Esa fue una de las peores tragedias de la Armada rusa a inicios del nuevo milenio. No hubo sobrevivientes, ni siquiera de los 23 que lograron encerrarse en una recámara especial. Según se informó más tarde, murieron asfixiados por la falta de oxígeno ocho horas después de incidente, aclaró The Moscow Times.
Los restos del K-141 se retiraron del fondo marino y se llevaron a un lugar estable donde se sacaron los cuerpos de los tripulantes y a posteriori se enterraron en un cementerio en memoria de la tragedia.
Este hecho ocurrió durante el primer mandato de Vladímir Putin, quien durante los iniciales cinco días rechazó la ayuda de occidente y le restó importancia a la explosión. Más tarde, el pueblo caracterizó a las medidas de los funcionarios como ineptas y lentas.