No. No se trata del robo de novias, sino de novias-robots. Como ya lo informaron algunos noticieros, en Las Vegas, Nevada, una empresa acaba de exhibir en una Feria Electrónica (Consumer Electronics Show) un “producto” muy singular, fabricado con IA: una muchacha, cuyo nombre es Aria.
Se trata de una “novia” especial para solitarios , pensada para “conexiones íntimas”, y que, supuestamente, según los ejecutivos de la empresa, está creada para reemplazar a las mujeres reales, ya que esos robots son indistinguibles de una persona humana.
Además de que su belleza sea eterna, con los años no envejece, ni se enferma, parece de carne y hueso, camina y hasta sabe hablar y puede emocionarse. Una mujer-objeto perfecta, ideal, producto de una tecnología de punta. Su costo es una bagatela: unos 220.000 dólares, pero –según lo afirmado por sus inventores- es mucho más rentable que una pareja real. Y puede ser adaptada a los gustos de los compradores, ya que pagando un plus se puede personalizar según las preferencias.
Cuando me enteré de esta novedad, no sabía si reír o llorar. Ya el nombre de Aria – rubia ella, de ojos claros (seguramente)- me trajo nefastas reminiscencias de la raza aria, relacionada con los ideales hitleristas de una raza superior.
Parece mentira que en nuestra época, donde las mujeres “hemos recorrido un largo camino” en defensa de equiparar nuestros derechos con los de los varones, aparezcan estas nuevas mujeres-objeto, exponentes del más rancio machismo.
En verdad la existencia de la muñeca inflable es antigua. Parece que nació en Francia en el siglo XIX y que se debió, sobre todo, al éxito del caucho , convertido en el gran material de aquellos tiempos.
Se decía también que, en la Segunda Guerra Mundial Hitler quería repartir esas “mujeres de goma” a los soldados, para que pudieran tener relaciones sexuales, evitando así las enfermedades venéreas. No pudo llevarse a la práctica, pero el Führer avizoró esa posibilidad.
Con los avances de la ciencia y de la tecnología, cambiaron los materiales (la goma por las siliconas y quién sabe cuál otro elemento en el futuro) y desde el año 2017 se logró que esas mujeres-robots pudieran hablar. Ahora, consiguieron que tuvieran cierta memoria y experimentaran emociones.
Recordé que el tema de la mujer inflable apareció en la Literatura y también en el cine. Por ejemplo, el italiano Tomasso Landolfi escribió La mujer de Gogol (1954) y antes, el uruguayo Felisberto Hernández, Las hortensias (1940). En cine, recuerdo haber visto la estupenda película española No es bueno que el hombre esté solo, de Pedro Olea con el gran José Luis López Vázquez (1973) y la comedia Tamaño natural de Luis Berlanga (1974).
En verdad, a pesar de las conquistas del Feminismo , – movimiento iniciado en Europa en el siglo XVIII y que pasó a los Estados Unidos en el siglo XX – y que apoyamos luego tantas mujeres en los años 60, la muñeca inflable permaneció ilesa: atravesó las décadas y sigue existiendo, ahora perfeccionada en forma de robot, en esta versión 2025.
Es maniobrable, bella y seguramente sumisa, dice lo que un hombre quiere escuchar, reacciona románticamente, no procrea, ni se deteriora. En un mundo superpoblado que ya no sabe qué hacer para bajar la tasa de natalidad, sería un aporte más que se sumaría a una variedad de métodos anticonceptivos.
Un ejecutivo de la empresa fabricante, afirmó con mucha seguridad que está destinada a “reemplazar a las mujeres reales”. Claro que, por el momento, sería un lujo para potentados.
Justo ayer estaba leyendo un artículo publicado por mi más vieja amiga de la vida, la rumana Verónica Pavel, que vive en el Canadá. Ella es ingeniero químico, pianista y poeta y por lo tanto, tiene una formación científica, pero también está dotada de una valiosa sensibilidad artística .
Verónica se pregunta si, dados las grandes y vertiginosas transformaciones producidas en la sociedad y en las comunicaciones en materia de tecnología, etc. el tiempo va a cambiar siempre, todo.
Y cuenta que, en el laboratorio de Química analítica de Bucarest, aprendió a observar las reacciones específicas de unas sustancias en contacto con otras. Se acordaba de cierto elemento que, mezclado con otro, se ponía siempre verde. Con lo cual- manifiesta- esas reacciones son siempre las mismas y, por lo tanto, las sustancias de las cuales está hecha la materia permanecen siempre iguales. “Esta constante que vence el tiempo – comenta- me reconforta. El tiempo no va a cambiar nunca la verdad de las ciencias y tampoco la del arte”. Y, digo yo. El tiempo tampoco puede cambiar algo de lo cual la novia-robot ( y otros inventos de la IA) carece: el carozo de la vida humana, el alma.
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Alina DiaconúBio completa
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