Los rebotes de las pelotas naranjas son tan constantes como las gotas en una lluvia. Los gritos parecen perpetuarse por el eco que tiene el ambiente y las suelas de las zapatillas chillan contra el suelo de la cancha de madera del Club Taponazo, en el corazón de Claypole. Alrededor de una docena de jugadoras, de más de 50 años, salen del vestuario con musculosas verdes y blancas para entrenar. En el pecho tienen el nombre que las identifica como las Leonas. Más que un equipo, son amigas que comparten la misma pasión: el básquet.
Este grupo de mujeres se reencontró, más de 30 años después de la última vez que compartieron una cancha, en el mismo club en el que se conocieron. En su instagram @las_leonas_maxibasquet50 llamaron la atención por el humor con el que se toman los entrenamientos y la alegría que comparten. En sus redes suben partes de sus prácticas, se suman a tendencias de internet y muestran su buena relación tanto dentro como fuera del deporte. Sin embargo, durante muchos años no pudieron compartir tiempo dentro de una cancha.
Valeria Cáceres, es una de las fundadoras de las Leonas y quien se encarga de las redes, contó en diálogo con Clarín sobre su vínculo con sus compañeras: “Jugamos y fuimos amigas desde chicas”. El Club Taponazo vio nacer la amistad de estas mujeres cuando eran veinteañeras. Fue allí donde comenzaron a jugar al básquet y a conocerse. A pesar de la excelente conexión que se había formado, el equipo fue desarmándose poco a poco. “Algunas dejamos de jugar por trabajo, por temas de salud, o por tener hijos y formar una familia. Esas cosas de la vida hicieron que nos pongamos en segundo plano”, recordó.
La pandemia fue un punto de inflexión para las leonas. La mayoría de aquellas muchachas que alguna vez habían compartido cancha siguieron viviendo en el barrio. Eso hizo que se cruzaran y que algunas mantuvieran la relación desde entonces. Sin embargo, el confinamiento por Covid-19 dejó efectos negativos en el grupo. Algunas quedaron sumergidas en la depresión, otras no podían salir de la casa. Fue en ese momento cuando Cáceres, junto a un grupo de tres amigas, decidió que era buena idea volver a aquello que las había unido cuando eran jóvenes, jugar al básquet.
Encontrar un lugar para entrenar no les resultó sencillo. Los clubes no cuentan con un espacio para mujeres de más de 50 como ellas. Ante esta situación, Martín Cardozo, el presidente del Club Taponazo, ubicado en Jose Hernández 4357, les cedió un lugar en la cancha de básquet para que puedan entrenar los lunes, miércoles y viernes de 14 a 15.30. “A pesar de las complicaciones, todo resultó como esperábamos. Sólo quedaba empezar a entrenar y divertirnos”, recordó la leona fundadora.
El escudo que representa a las Leonas de Taponazo.
Los colores verde y blanco del club las abrazaron nuevamente como en sus veintes. Poco a poco y a pulmón, en 2024 las leonas arrancaron comprando algunas pelotas y apenas un juego de camisetas para cada una. Pero ahora, gracias al contenido que comparten en sus redes, consiguieron a su primer sponsor que les aportó las camperas con las que entrenan. Entusiasmadas por este apoyo inicial, siguen abiertas a sumar nuevas alianzas que las acompañen en su camino.
Su vuelta al básquet fue hace poco más de un año. Los gritos de vitoreo, los aplausos y las lágrimas se apoderaban de la cancha del Club Taponazo. “El primer partido fue algo que jamás pensamos que íbamos a vivir. Nuestros hijos, nietos y vecinos estaban alentándonos aunque hayamos perdido”, contó Valeria entre risas. Esa fue la primera experiencia de muchas que iban a vivir como un equipo que era más que eso, eran amigas de toda la vida.
Las chicas solo quieren divertirse
Los viajes en tren suelen traer malos recuerdos a los usuarios. La demora, la falta de frecuencia o el poco espacio libre que hay en los vagones son recurrentes. Sin embargo, las Leonas tienen muy presente el viaje sobre rieles que hicieron en equipo hacia San Pedro en octubre de 2024. El Club Pescadores las invitó a un partido amistoso.
El equipo de básquet de Claypole se fue de campamento, durmieron en colchones inflables y se pasaron toda la noche recordando anécdotas de su juventud. Hasta llegaron a hablar de los novios que habían tenido en Taponazo. “Algunas nunca habían vivido esa experiencia. En ese momento nos sentíamos como pibas de 20 de nuevo”, relató Cáceres.
El viaje del equipo de amigas para jugar en San Pedro es una experiencia que las marcó de por vida.
Para ellas, la competitividad queda relegada a un segundo plano. Lo más importante es la amistad que las une. Antes que encestar un triple, robar una pelota o hacer un pase de faja, prefieren disfrutar de jugar juntas, reírse de sus errores o juntarse a comer cosas ricas y bailar en el quinto cuarto del partido.
Hoy, cada vez que pican una pelota, que las arengan en los partidos cuando juegan de local o se van de viaje por deporte, las leonas saben que no solo volvieron al básquet, se reencontraron. Como cuando eran chicas, pero ahora con más historias para contar, con hijos y nietos para que las alienten y con una certeza: que la verdadera victoria no se mide en puntos, sino que en abrazos que no necesitan tablero ni cronómetro para ser festejados.