Durante años, simplificamos nuestra comprensión de la inteligencia artificial (IA). Nos conformamos con la idea de que la IA reemplazaría únicamente trabajos repetitivos y mecánicos, liberando a los humanos para tareas más creativas e intelectuales. Pero esta interpretación es errónea y superficial.
Lo que experimentamos no es un reemplazo de empleados, sino una mutación estructural del concepto mismo de trabajo. Analicemos un ejemplo concreto: una aseguradora promedio con diez administrativos. Cada uno opera unas diez horas diarias, cinco días a la semana. Tienen vacaciones, pueden enfermarse, tener un mal día, distraerse con problemas personales o simplemente no estar concentrados. En el mejor de los escenarios, estos empleados generan unas 400 horas semanales de trabajo efectivo.
La inteligencia artificial representa una realidad diferente. No duerme, no se enferma, no tiene distracciones emocionales. Trabaja 24 horas al día, todos los días del año, sin quejarse, sin necesidad de descanso, sin variaciones de rendimiento. Más aún, esta tecnología tiene capacidades que la distinguen de cualquier herramienta anterior: aprende sola, se autocorrige, y mejora sin intervención humana directa.
Por primera vez en la historia, creamos una herramienta que no es una extensión del ser humano, sino una entidad funcional autónoma capaz de producir valor sin supervisión constante. Es un salto cualitativo que desafía todas nuestras concepciones tradicionales sobre trabajo y productividad.
El absurdo de esta situación es que nos sentimos amenazados por algo que nosotros fabricamos. Es como la antigua fábula bíblica de Abraham, quien cuestiona la adoración de estatuas hechas por su propio padre. Construimos una tecnología eficiente y ahora le tememos, reconociendo que es superior en muchos aspectos.
Tomemos como ejemplo una inteligencia artificial como la que OpenAI pretende alquilar por 20.000 dólares mensuales. Esta supera a un profesional: completa en una semana lo que un especialista hace en un año.
¿Qué sentido tiene entonces hablar de colaboración entre humanos y máquinas? Cuando la productividad, constancia, capacidad de análisis y creatividad de la inteligencia artificial superan ampliamente cualquier equipo humano, la colaboración parece un concepto obsoleto. No estamos ante el final de algunos trabajos, sino ante el fin del trabajo humano tal como lo conocíamos.
La entrada de la inteligencia artificial en una compañía transforma todo su modelo operativo. La velocidad para procesar información, tomar decisiones y ajustar estrategias es tan vertiginosa que las estructuras tradicionales se vuelven obsoletas. Sin embargo, seguimos viviendo de espaldas a este proceso, como si no ocurriera, aferrándonos a carreras universitarias como si fueran escudos protectores.
Lo más fascinante es que por primera vez la inteligencia —ese atributo que considerábamos exclusivamente humano— se puede “alquilar” como un servicio. Como quien arrienda un tractor o una oficina. Y si se puede alquilar, significa que ya no nos pertenece completamente, sino que pertenece a quien puede pagarla.
No es una tragedia ni motivo de celebración. Es simplemente un hecho histórico, un punto de inflexión radical. Asistimos al nacimiento de una inteligencia diferente, fabricada por nosotros mismos. No deberíamos esconder la cabeza ni resistirnos, sino mirar con asombro y apertura. Porque esto no es el futuro. Esto es ahora.
Mookie Tenembaum es analista internacional.
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Mookie Tenembaum
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