La última vuelta de José «Pepe» Mujica en su tractor y el deseo de descansar para siempre junto a su perra de tres patas

La sinceridad en sus respuestas, sumada a la descarnada autocrítica y la coherencia de vivir como predicó, atípica para un político en estas latitudes, convirtieron siempre a José «Pepe» Mujica (1935-2025) en un entrevistado diferente, una de esas personalidades en las que cualquier periodista quiere zambullirse. El expresidente de Uruguay murió este martes, pero deja un legado reconocido por dirigentes de todo el mundo.

En la cobertura de la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Uruguay del año pasado, la suerte para una entrevista fue esquiva. Un mes más tarde, unos cinco días antes del balotaje de noviembre último, el generoso aviso del colega Carlos Tapia, editor del diario El País de Uruguay, abrió el camino con un dato.

«Está hablando», fue el mensaje. La puerta estaba entreabierta.

Después de dos llamados infructuosos, Lucía Topolansky (80) atendió su celular y desenredó con simpleza la intensa búsqueda. Corrió su cara del teléfono y le consultó a su esposo: “De Clarín, ¿qué le digo?”.

El micrófono captó un: «Decile que se venga». Unos segundos después, Lucía remarcó: «Sí, venga el miércoles a las 17». Pero antes de la consulta por la dirección se escuchó ese sonido abrupto del dedo arriba del botón rojo para cortar la comunicación.

A la mañana siguiente, un cruce inesperado en el desayuno de campaña organizado por el semanario Búsqueda reconfirmó la cita para la entrevista, con un agregado. Topolansky pidió que no fuera extensa porque Mujica estaba muy cansado.

Mujica, que se definía como un «animal político», derrumbaría el encargo al poner énfasis en cada respuesta y pasión para divulgar su pensamiento en la conversación que se extendió por una hora. Campechano para hablar, le gustaba que su idea se entendiera y no tenía reparos en criticar sus propias decisiones.

José Mujica, y su esposa Lucía Topolansky juntos en una entrevista en noviembre del año pasado. Foto: EFE/ Sofía Torres

Pero para llegar a ese punto aún debían correr las horas. Y aún faltaba un dato clave: la dirección de la chacra.

La respuesta la trajo la popularidad del expresidente. El exguerrillero, una cita de consulta para propios y ajenos, había llegado hacía tiempo a Google Maps. «Le sacan jugo al ladrillo. Es el mundo en el que vivimos», se quejaría más tarde con la TV de España.

Ahí, entre fotos satelitales, aparece la chacra, distante a unos 20 minutos del centro de Montevideo, en un terreno que el expresidente junto a Topolansky compraron en Rincón del Cerro cuando él salió de cumplir 13 años de cárcel como preso político por su militancia en el Movimiento de Liberación Nacional Tupamaro, la guerrilla de izquierda uruguaya.

Loteada con otras personas a las que nunca les cobró alquiler, una pequeña garita de seguridad es el único resabio de la custodia presidencial.

El agente lookeado con camisa fuera del jean y una gorra, fue estricto cumplimiento del protocolo. «¿Usted arregló con la señora Lucía?», preguntó por la llegada 40 minutos antes de la cita. Se metió en la garita y salió con dos sillas plásticas: «Si ella dijo a las cinco, es a las cinco».

Desde la silla se podía ver el tractor. «Con usted estará una hora y después va a querer manejarlo. Le gusta guardar el tractor», reveló el custodio el hábito del expresidente. Y un rato después se cumplió al pie de la letra. Mujica en sus dominios.

En la chacra en la que le concedió la última entrevista a Clarín descansan los restos de Manuela, la perra de tres patas que tuvo Mujica. El amor por esa perra llevó al expresidente a repetir que quería ser enterrado junto a ella en el jardín de la chacra. Le cumplirán su deseo y sus restos descansarán junto a Manuela.

En 2011, José Mujica como presidente de Uruguay paseaba por la chacra con perra Manuela

Hay decenas de fotos con la perra frente a esa galería que para noviembre del año pasado estaba cubierta por una frondosa vegetación. Los cajones con cholos se apilaban a la derecha, mientras que a la izquierda brotaba algo de humedad en los pilares. El vidrio repartido en las ventanas antecedía a la puerta con mosquitero. Adentro estaba Mujica. Allí siguió durante una hora sentado con vista a una estufa a leña, en paralelo a una gran biblioteca.

«Es bueno vivir como se piensa, de lo contrario pensarás como vives», dijo alguna vez ante las consultas por su austeridad. Los más de 30 años en esa chacra de Rincón del Cerro dan cuenta de su coherencia.

Antes de empezar a hablar del fracaso del comunismo y de definir a Javier Milei como de «la peor de las derechas», recordó que tras la operación por el cáncer de esófago le pusieron una sonda por uno de los seis agujeros de bala de su época de guerrillero.

José Mujica en su tractor de Rincón del Cerro. Foto: AFP/José Monestier

A los 89 años, nunca perdió el hilo de sus largas respuestas. Se mostró informado de la geopolítica de América del Sur y el mundo, recordó detalles de su ejercicio de cinco años de la presidencia entre 2010 y 2015. Hipnótico, supo transmitir profundos pensamientos sobre el rol del Estado, la izquierda, la crianza de los hijos, la tecnología y la economía con extrema simpleza.

Preocupado por el futuro de Uruguay, pero en especial de la humanidad como especie, tal vez quede como legado para predicar una de sus frases: «La generosidad es el mejor negocio».

En aquel momento, fiel a su estilo, terminó la entrevista. Salió, se apoyó sobre un pequeño tronco y se subió al tractor. Lo puso en marcha y lo guardó en el galpón, aquel que visitaba cada día, incluso en sus tiempos como Presidente.

AGE