River presiona alto, es intenso para recuperar la pelota muy rápido después de cada pérdida en fases medias o altas, es protagonista desde la posesión, se multiplica en ataque con sus laterales, tiene futbolistas de mucha técnica en todas las líneas, jugadores con sentido de pertenencia, también referentes que son voces y guías dentro del campo para marcar el pulso del equipo, hace un gol y va por más. Podría ser un breve comentario de lo que mostró el CARP este lunes por la noche contra Barracas para pasar a los cuartos de final del torneo Apertura, pero la reseña también encajaría para describir en distintos tramos a casi todos los River de Marcelo Gallardo a lo largo de una década.
Si Marcelo Gallardo es mago, entonces en todos estos años no le pudieron descubrir sus trucos. Lo bueno funciona: las ideas del Muñeco, las mismas de siempre, son las que con distintos planteles, con distintos rivales y formatos y campos de juego y contextos, siguen vigentes en todo este tiempo. Y son el faro que guió al entrenador cuando la bruma parecía enceguecer a toda la opinión pública, acaso con cierta lógica: Gallardo sí veía una luz cuando no tantos la veían. Una luz tal vez tenue, lejana, que ahora ya con el cielo despejado se advierte con claridad que ilumina todo el Monumental, como sucede en El Eternauta. Con un asterisco: acá no hay efectos Sci-Fi ni trucos de magia: hay apenas “trabajo, convicción y tiempo”.
De repente el camino es otra vez evidente para todos. Siempre lo fue para MG. Por eso la ironía ante la enésima pregunta que le hicieron para descubrir cuál había sido su secreto. Qué pasó para que su equipo pasara de registros históricamente malos en términos de gol a tener un promedio de casi tres gritos por PJ, para que los delanteros volvieran a agarrar confianza, para que la mitad de la cancha fuera otra vez una usina de fútbol, para que los volantes llegaran al área rival con peligro, para que se elevara la competencia interna con el ejemplo paradigmático de Nacho Fernández, para que River volviera a dar la cara en las bravas, para explicar por qué en los primeros 17 partidos de 2025 la cosecha fue de 15 goles y en los últimos seis juegos, de 17.
Gallardo en la puerta del vestuario del Monumental. ¿Con su libro de magia en el maletín? (Foto: Prensa River).
No, no fue magia. Y de hecho el propio deté se había encargado, por las dudas, de advertirlo desde un principio: “No puedo pretender que el equipo funcione ya como yo quiero. No hay magia en esto, no soy ningún mago. Simplemente soy una persona que tiene una idea de trabajo, que trata de bajar una línea para que los jugadores asimilen, que la hagan propia, que vayan sintiendo cuáles son los conceptos que queremos desarrollar para que el equipo funcione de la mejor manera posible”, decía Gallardo después de ganarle 1-0 a Talleres en Córdoba hace nueve meses, el tiempo que necesitó para que naciera este River que ya empieza a dar sus primeros pasos y que hoy, con un mercado de pases hecho a su medida, después de una pretemporada larga y muchas horas de entrenamiento ya tiene definitivamente su sello personal.
Claro que ahora deberá sostenerse, algo que nunca es simple y menos en un fútbol argentino que por su nuevo formato ya no da margen de error en instancias de playoffs. Pero lo bueno es que el Muñeco ya demostró que valía la pena esperar y que estos jugadores pueden jugar a lo que él quiere y generar una identificación en la gente, que el lunes se fue del Monumental llena de fútbol. La serenidad que alguna vez pidió MG en su primer ciclo fue tal vez la mayor virtud del entrenador en esta etapa. Más maduro, el técnico no se dejó llevar por las urgencias que dominan al fútbol argentino (y que él mismo expuso indirectamente en el rival de siempre, por caso, al ganarle el superclásico) y que parecían pedirle golpes de timón semanales cuando la cosa no andaba. Se ancló en sus ideas y también en la experiencia: ya transitó otros momentos de vacas flacas que se transformaron en gloria, incluso en gloria eterna. Algo de magia, en definitiva, siempre hubo…
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