En Stanford hay más estudiantes hijos del 1% más rico de la población que del 50% más pobre. Y no se trata de que no haya talento en los barrios de clase trabajadora. Según el economista Raj Chetty, un estudiante perteneciente a una familia del 1% más rica de la sociedad americana tiene 77 veces más probabilidades de ser admitido en una universidad de élite que uno del 20% más pobre. En otras palabras, la supuesta igualdad de oportunidades no es más que un mito conveniente.
A primera vista, Stanford parece estar haciendo lo correcto: si una familia gana menos de 65.000 dólares al año, la universidad cubre la matrícula, el alojamiento y la comida. Pero entonces, ¿por qué apenas el 3.8% de los estudiantes en las Ivy-Plus Colleges provienen del 20% de ingresos más bajos según el New York Times? La respuesta es simple: el verdadero obstáculo no es solo el dinero, sino el acceso.
Para muchos jóvenes de bajos recursos, la idea de postularse a Stanford ni siquiera pasa por su mente. No porque no tengan las calificaciones, sino porque no saben que podrían intentarlo o porque su entorno no les ofrece el apoyo necesario para navegar el complejo proceso de admisión.
Mientras que los hijos de familias adineradas crecen rodeados de mentores, asesores y programas de preparación, la mayoría de los estudiantes de bajos ingresos tienen que descifrar y entender el sistema por su cuenta. Como resultado, terminan postulando a universidades menos selectivas y, paradójicamente, pagando más por una educación supuestamente de menor calidad.
Si Stanford y otras como ella realmente quiere ser un motor de movilidad social, no puede conformarse con ofrecer ayuda financiera a quienes logran entrar. El verdadero cambio debe empezar antes de la admisión. No basta con esperar a que los estudiantes de bajos recursos toquen la puerta; la universidad debe salir a buscarlos.
Porque el problema no es que falte talento, sino que las reglas del juego favorecen a quienes ya tienen ventaja. Si la educación superior sigue funcionando como un club exclusivo donde solo los que conocen el camino pueden entrar, entonces Stanford no está formando a la próxima generación de líderes. Está formando a la próxima generación de élites. Y esa es una gran diferencia.
Sobre la firma
Pablo Foncillas
Columnista de la sección Economía
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