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Una nueva era parece haber comenzado en el Hard Rock Stadium de la ciudad de Miami, en Estados Unidos. Para toda la historia quedará escrito que aquí se jugó el primer partido del Mundial de Clubes definitivo, ya no del proyecto embrionario que se disputaba tras la extinta Copa Intercontinental, sino el torneo que Gianni Infantino, presidente de la FIFA, quiere dejar como legado: 32 equipos, ocho grupos, playoffs y una final. Como el de selecciones, pero con los mejores equipos del mundo.
El duelo entre el Inter Miami de Lionel Messi -clasificado por haber conseguido la Supporter’s Shield, el título casi honorífico al mejor equipo de la temporada de la MLS, pero no al campeón- y el Al Ahly de Egipto puso en marcha el campeonato que tantos adolescentes soñaron que se hiciera realidad cuando creaban en la play ese campeonato de fantasía en el que -por ejemplo- Boca o River se enfrentaban con los gigantes de Europa.
La cámara de Alireza Faghani. Foto: REUTERS/Hannah Mckay
Y tras el partido inaugural la libreta de apuntes que regala la organización a los miembros de la prensa parece más bien una reliquia. Es que con el nuevo formato y con Estados Unidos como sede -también organizará el Mundial 2026, que por primera vez se jugará con 48 selecciones- se desprende una certeza: el fútbol va de la mano con los tiempos que corren. La «tecnocracia» en el fútbol es una verdad instalada.
Esta nueva forma de tomar decisiones a través de la ciencia, los expertos técnicos y la tecnología avanza en la vida cotidiana -sobre todo en occidente, sobre todo en América del Norte- y el fútbol no es ajeno. El árbitro del partido, Alireza Faghani -con pasaporte australiano, pero nacido en Irán- lleva una cámara en el pecho. El offside semiautomático determina que el gol de Wessam Abou Ali no debe ser convalidado. La cámara cenital que cuelga de unos cables y sobrevuela el campo de juego, el VAR, los intercoumincadores, las tablets, los GPS en los jugadores, el campo de juego con aire acondicionado, el sonido del estadio, las luces LED, las pantallas gigantes, el chip en la pelota… Es abrumador.
La misma tecnología permite ver que al sur del conurbano bonaerense, dos hombres intentan secar con un colchón viejo el campo de juego del estadio Pablo Comelli, donde Talleres de Remedios de Escalada perdió por 1-0 ante Central Norte de Salta por la Primera Nacional. Todo desde el palco de prensa del Hard Rock Stadium que tiene conexión permanente, ocho televisores de última generación y unas ventanas insonorizadas que alejan a los cronistas acreditados de los gritos de los egipcios (son mayoría en un estadio que se fue completando con el correr de los minutos) o de los argentinos que cantan por Boca (debutará aquí el lunes).
Alireza Faghani le explica a Lionel Messi por qué no le cobró una infracción. Foto: REUTERS/Marco Bello
No se trata de caer en la trampa de creer que todo tiempo pasado fue mejor, sino de no quitarle la esencia al evento cultural más convocante del planeta. Porque para que el público llene los estadios en las 12 sedes que tiene este Mundial de Clubes será necesaria la pasión de los hinchas y también la improvisación de los jugadores.
Por suerte, todavía Lionel Messi se anima a pasar la pelota de pie a pie para dejar en el camino a un rival y asombrar a la gente; por suerte los egipcios que apoyan a su equipo se animan a saltar en sus butacas para reclamarle al árbitro un penal que después atajará Oscar Ustari. Por suerte, solo por suerte.
