Nunca antes en la historia un grupo tan pequeño de empresas había tenido tanta presencia en las interacciones sociales globales. Las Big Tech se han convertido en mediadoras activas de las relaciones sociales configuradas por las tecnologías digitales. Y los mediadores no son neutrales: interfieren en los flujos de opinión, modulan la atención y provocan reacciones en millones de usuarios.
Sus plataformas capturan datos de cada clic y acción, alimentando algoritmos que predicen deseos y comportamientos. Esto permite lo que puede describirse como una “monetización total de la vida social”.
Actuando de forma invisible, concentran presupuestos publicitarios gracias a su dominio algorítmico de la atención. Así, perpetúan una lógica de espectacularización, donde “buena información” equivale a lo que genera más engagement. El compromiso con la calidad informativa ha sido mayoritariamente retórico: clics, ataques, exageraciones y desinformación son bienvenidos si resultan rentables.
En este contexto, con el regreso de Trump, Elon Musk encabeza la ofensiva contra la regulación, promoviendo la idea de que regular es censurar. Su noción de libertad no es democrática: se basa en la fuerza y la asimetría. Para esta visión, la libertad significa que el poderoso ejerza su poder sin límites, lo que distorsiona el principio de igualdad de expresión.
En las plataformas digitales, no prima la libertad de expresión, sino el poder del dinero. Se impone la monetización de todas las relaciones, en una arquitectura vertical y controlada. Las decisiones sobre sus reglas son tomadas de forma unilateral y arbitraria por sus directivos, guiadas solo por su rentabilidad y su visión ideológica.
¿Quién puede pensar que los algoritmos de X serán neutrales ante el choque entre extrema derecha y democracia? ¿O que Meta no favorecerá discursos afines al trumpismo? Estas estructuras son plutocráticas: dominadas por el dinero.
Peter Thiel, referente de la extrema derecha tecnológica, declaró en 2009: «Ya no creo que la libertad y la democracia sean compatibles». Hoy, muchas élites que antes defendían el neoliberalismo han roto con la democracia y abrazado soluciones autoritarias. Si no comprendemos esta ruptura, no podremos defender eficazmente la democracia.
Como recordaba Michel Foucault, el poder es también una estrategia. En este caso, destruir el debate racional basado en hechos se ha convertido en táctica central de la extrema derecha. El ataque a la ciencia, la información verificada y la realidad busca generar confusión y violencia bajo la bandera de la “libertad”.
Vale recordar a Georg Simmel: conflicto y cooperación son elementos inherentes a la vida social, pero advertía que sin formas reguladoras, la fragmentación y la negación absoluta del otro conducen al caos.
Simmel no conoció el mundo hiperconectado actual, donde la desinformación y el odio son amplificados algorítmicamente. Pero su análisis nos ayuda a ver con claridad: es urgente regular estos megaoligopolios y construir soluciones que garanticen la calidad e integridad de la información.w
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