Rara vez Boca llega tan de punto a un partido como el de este lunes frente a Benfica por el debut en el Mundial de Clubes. Al cabo, el 2-2 deja la misma sensación en el cuerpo de quien corre por el andén y el tren igual se va. El equipo de Miguel Ángel Russo, que los 69 años inició su tercer ciclo en el club, jugó un partido casi perfecto ante el gigante portugués «top 10, 15 de Europa», según las palabras de Ander Herrera -arrancó bien, pidió rápido el cambio y después se hizo expulsar- en la previa del partido. Pero como empezó 2-0 arriba, se sintió perjudicado por un penal de VAR y jugaba con un futbolista más que su rival cuando ganaba 2-1, el empate le termina quedando chico.

Russo había avisado que no se podía «meter atrás». Y cumplió. Tampoco es que Boca fue una máquina de atacar, pero le jugó un primer tiempo de igual a igual al Benfica y logró sacar dos goles de ventaja, que hubieran tenido otro efecto si conservaba la diferencia antes de llegar al vestuario. Pero el muñequeo del árbitro mexicano César Arturo Ramos Palazuelos y la asistencia del video ante una gran exageración de Nicolás Otamendi frente a un toque ingenuo de Carlos Palacios en el primer palo luego de un córner desde la derecha le dieron un giro al partido que al final dejó «a todos contentos». Porque muy distinto hubiera sido si Boca llegaba 2-0 al vestuario.

Boca vino a competir al Mundial de Clubes y lo hizo ante el Benfica. Lo hizo con mucha astucia y orden. Y más allá de si logra o no la clasificación a los octavos de final (chocará con Bayern Múnich el próximo viernes 20 y ante Auckland City, el martes 24) el equipo cambió la imagen respecto a lo que había mostrado en el primer semestre con Fernando Gago y Mariano Herrón. La eliminación ante Alianza Lima e Independiente fueron golpes demasiado duros, por eso otro tropezón en Estados Unidos era inadmisible.

Russo fue al frente. Y cada jugador hizo lo que tenía que hacer: nunca una de más, nunca desordenarse, siempre mantener la concentración y la postura. Boca aguantó los primeros 15 minutos ante un Benfica que tiene ritmo europeo (concentra el juego por la banda izquierda para hacer el cambio de frente al extremo, que en este caso era Ángel Di María) y después aprovechó sus oportunidades. Un jugadón de Lautaro Blanco derivó en el 1-0 de Miguel Merentiel. Y enseguida, tras un córner desde la izquierda, Ayrton Costa la devolvió al primer palo donde Rodrigo Battaglia metió la cabeza para el 2-0. Iban 27 minutos y el Hard Rock Stadium era un sueño azul y amarillo.

Hasta esa jugada del final del primer tiempo. Un córner intrascendente, una avivada de Otamendi, la asistencia del VAR y la oportunidad para que Di María desde los doce pasos y con un saltito previo a impulsar suavemente el balón contra el arco achicaran la diferencia en el marcador. Y también los ánimos.

En el segundo tiempo se vio todo el repertorio de los 36 años de experiencia de Russo dirigiendo en el fútbol argentino y sudamericano. Llevar un ritmo pausado, aprovechar cada lateral para recuperar el orden, no dejar espacios entre líneas y tratar de aprovechar un error para poder lastimar a su rival. Y lo que se conoce como «hacer tiempo», en definitiva, sin ponerse colorado. Con una pelota parada casi se pone 3-1, pero Battaglia esta vez falló con su cabezazo.

La roja para Andrea Bellotti -el otro 9 que mandó a la cancha el DT del conjunto portugués para buscar el empate- por una patada en la cara de Ayrton Costa -gran actuación del zaguero izquierdo que dejó a Marcos Rojo en el banco tras llegar sobre la hora a Estados Unidos luego de conseguir su visado- levantó al público de Boca, que se hizo sentir a pesar de los parlantes y de las pantallas gigantes.

Pero rápidamente, todo eso que Boca construyó se desmoronó en otro córner. Y el cabezazo de Otamendi perforó los corazones. El defensor que tantas alegrías les dio a los argentinos con la Selección fue silbado y reprobado permanentemente por el público de Boca. Todos saben que es hincha de River. Entonces dolió el doble: primero porque a Boca se le escapó una victoria que era vital para clasificarse a los octavos de final y segundo por la afiliación pasional de Ota al rival de toda la vida.

En el final, Boca lo fue a buscar, pero no logró inquietar a su rival y en un tumulto Nicolás Figal se hizo expulsar. Eso fue todo. Boca se fue orgulloso y con la certeza que «se hicieron las cosas bien» en todas las patas: la dirigencial, el cuerpo técnico, los jugadores y la gente que alentó siempre no trasladó su nerviosismo al campo. Pero el punto, que antes del partido era una victoria insoslayable, ahora parece muy poquito y que no alcanzará para seguir en el torneo más allá de la excursión a Nashville para enfrentar a los neozelandeses porque se entiende que frente al Bayern Múnich todavía se le hará más difícil. Dicen que el tren pasa solo una vez.