Guillermo Arriaga (Ciudad de México, 1958) mira como si en sus ojos acuosos estuviera la historia difícil del mundo que cuenta, desde Amores perros, 21 gramos o Babel, sus películas, a sus libros, como Escuadrón Guillotina, Un dulce olor a muerte, El búfalo de la noche, El Salvaje, Extrañas o Salvar el fuego, que en 2020 ganó el premio Alfaguara.
En ninguna de las dos facetas, el cine, la literatura, deje de ser este hombre deudor de su pasado, de la vida que vivió desde la niñez, de la vida que cuenta y de los mundos por los que ha transitado.
Esos universos, duros y a veces tristes como las miradas de los perros, tienen ahora un corolario intenso que se parece a la historia del mundo hasta este instante desde 1815. Este libro, El Hombre (Alfaguara), parte de la historia de un muchacho al que sus compañeros de escuela o de calle tratan a las patadas y contra los que el chico utiliza la más expedita de las almas: el asesinato.
La lectura comienza ya, en ese año, como el tenor de lo que va a ocurrir en toda la novela, lo que sucede en el mundo, en aquel pequeño mundo, pero también en el mundo de las metáforas que aquí se inician. Nada de lo que ocurre, desde esa fecha hasta 2024, cuando sigue presente ese universo de maldad y de miedo, es ajeno al mundo de hoy, iguales personas, similares maldades.
Así empieza este libro que tiene cerca de setecientas páginas y está escrito como con un cuchillo en la boca: “1815. El calor. El metálico chirriar de las chicharras. El inacabable verde. El aire ardiente e inmóvil. ´Hacía calor`, adujo Jack Barley para justificar frente a su madre el asesinato de Louis Vincent, el hijo de los vecinos cuya casa se hallaba al final de la aldea. En realidad, el crimen lo ocasionó una burla: Louis se mofó de la condición de bastardo de Jack, ´ni siquiera tu madre sabe quién es tu padre`. Los demás muchachos rieron, el hijo de Thèrese Barley era su blanco favorito. Día a día le endilgaban apodos humillantes y le pegaban palizas. Jack, de apenas once años, poco podía hacer frente a los grandulones de quince o dieciséis, o poco hasta ese día. Cuando salió de su casa esa mañana ya iba preparado para matar, desde hacía meses guardaba un puñal amarrado a la pantorrilla. Sólo buscaba una excusa para clavárselo a uno de ellos. Semana a semana fantaseó con la idea de verlos desangrarse en el polvo con una herida mortal en el corazón”.
“Hacía calor”. De parecida manera Camus contó la naturaleza del asesinato en El extranjero.
Ese introito impresionante se me metió a mi mismo en el corazón, así que le escribí a la editora del libro, en Alfaguara: “Una novela es un libro en cuanto te atrapa como una historia personal”. Yo viví, como lo vivió Arriaga en la adolescencia, la persecución de los que podían más. Y sin duda esa historia suya, que ahora es ficción en una novela impresionante, estará siendo leída en este tiempo como un hecho de actualidad en los patios de los colegios en los que los niños perseguidos, o los adolescentes pobres, viven el recuerdo perenne del maltrato.
La lectura de esos párrafos me llenó de pasión por la historia del libro, que es la historia de la esclavitud de los que sufrieron, en México y en Estados Unidos, la dura persecución que los poderosos del norte infringieron, de las más variadas maneras, a los negros y a los mexicanos que fueron sus esclavos y sus siervos.
Es una novela, claro, pero desde que empieza hasta que acaba es una forma de contar la historia de la humanidad tal como ha vivido, y convivido, en esos años, dos siglos ya, bajo las más diversas maneras del exterminio que han sufrido los humillados y los pobres. Hasta ahora mismo, es decir, hasta este momento en que estoy escribiendo, meses después de que Arriaga escribiera la última de las entradas que tiene El Hombre: “2024”.
Pues es tan actual la naturaleza de lo que cuenta, tan cercano, que este ruido de sables balísticos que siembra el mundo de ruina, de dolor y de sangre, como desde antes y desde Hitler, suena ahora como si en la cibernética actual estuviera implícita la naturaleza de la pasión por matar al otro con la idea de venganza o de burla.
El libro alcanza, en esos capítulos que llevan el 2024 como emblema, a la historia que ahora vuelve a tener como protagonista a Trump, aquel Trump que se reía con su hijo mayor viendo la imagen del acoso al Capitolio en su propio país. La esclavitud y el desdén por el ser humano, la apropiación indebida de México como territorio que fuera suyo, hace a la América del Norte el lugar en el que se vuelcan los episodios que se alternan para explicar las señas de esclavitud que ahora no son tan solo recuerdo escrito de lo que pasó sino, en puridad, puro periodismo. Pues aquí se cuenta la maldad que vemos hoy en los países, cientos de países, donde niños como aquel que llevaba un cuchillo al cinto siente que ni la adolescencia es inmune y donde los perdederos lo son desde su nacimiento.
Lo escuché hablar varias veces a Arriaga de lo que cuenta, y sentí que, como lo cuenta, se parece en gran parte a como lo vivió en la geografía mexicana de sus primeros tiempos, como lo vive hoy mirando al mundo de Trump, al actual, a los que se le parecen o se le han parecido a lo largo del tiempo… Esclavitud, saqueo de tierras, masacres de nativos, ´el progreso sentado en un trono de sangre’, como se dice en una ocasión…
El nuevo orden, desde que la sociedad que convive con aquellos periodos en que empieza el libro, hasta este mismo instante, el nuevo orden, el futuro, el exterminio, son elementos que provienen de una raíz que arranca, en la novela, y en la historia, de aquella retórica de odio que hoy se sube al caballo ultra de la vida del mundo. “El progreso sentado en un trono de sangre”.
Una novela es un libro cuando su historia te afecta, sino ese libro es tan solo una novela… La brutal infancia y juventud de Jack Barkley es hoy, en cualquier lado del mundo, porque el mundo es cada vez más chico, más parecido a aquel lugar en el que se inicia el recuerdo que relata Arriaga. Un mundo en el que la sangre y la burla son risa y barbarie disfrazándose de poder y de progreso.
El talento del novelista ha hecho que todas las épocas, desde 1815 a 2024, y a 2025, estén puestas aquí, en estas páginas suyas, como un testimonio de que la escritura es el mejor testigo de la historia, para que esta no se repita o por si esa, como ahora ocurre, se repite como un asesinato en la triste escuela del mundo.
Él dice que siempre sale feliz de los libros que escribe, “no importa el tema que estoy escribiendo… Los que escribimos dramas así somos gentes que realmente salimos indemnes de los que escribimos”. A él lo cura escribirlo, pero dentro de esa escritura es legítimo encontrar, en todos los capítulos, el presente latido de un universo en que el ganan cada vez más los despiadados.
Su deseo, el de Arriaga, es que esta prosa herida que parece un paseo asustado por un mundo roto llegue a quienes sufren las guerras que no gana nadie, en las que los perdedores son los que ya habían perdido.
“Hacía calor”.
Hace calor en el mundo.