Las diferencias entre Javier Milei y Victoria Villarruel ya no son presumibles, sino que se han convertido en una indisimulable realidad, que no por cruda deja de ser habitual en la vida política de la Argentina.
En este contexto, vuelve a ser útil, para la profundización de la educación cívica de los ciudadanos, echar una mirada sobre la figura institucional de la vicepresidencia de la Nación, la cual, indudablemente, más allá de quien sea la persona que ocupe el cargo, posee una enorme ambigüedad institucional, que tiene, por un lado, notorias debilidades, y por otro, destacables fortalezas. Veamos.
El vicepresidente, en la Argentina, tiene, constitucionalmente asignados, dos roles bien definidos: el primero es reemplazar al presidente en caso de ausencia, y el segundo es presidir el Senado.
En el primero de esos roles, el vicepresidente tiene una tarea en expectativa, cual es la de reemplazar al presidente, que se activa, sólo ante la ausencia del primer mandatario. Esa “ausencia” puede ser transitoria -por enfermedad o salida del país-, en cuyo caso el vicepresidente lo reemplaza mientras dure la ausencia de aquel; o definitiva, por muerte, renuncia o destitución del jefe de Estado, en cuyo caso el reemplazo también es definitivo, y el vicepresidente se convierte en el nuevo presidente hasta la finalización del período en el que se produce la vacante.
Este rol del vicepresidente, de reemplazar al presidente en caso de ausencia, es el principal, y el que da fundamento a la creación constitucional del cargo.
El otro rol constitucional del vicepresidente, es el de presidir el Senado de la Nación, y en ejercicio de este rol, quien ocupa el cargo, preside los debates y administra el funcionamiento de la cámara alta.
Obsérvese, entonces, que, en su rol más importante, el vicepresidente es un suplente; mientras que, si bien presidir el Senado no es su rol constitucional principal, es el que ejerce en forma cotidiana. De cualquier manera, aun presidiendo el Senado, el vicepresidente no es legislador, es decir, no participa en los debates ni vota leyes, salvo en caso de empate.
A esta debilidad institucional, se le suma otra: la del vicepresidente es una figura prescindible, ya que no hay obligación constitucional de reemplazarlo en caso de ausencia, siendo, ello, una decisión que corresponde al Congreso de la Nación.
Vale la pena recordar que solamente en dos oportunidades se reemplazó al vicepresidente de la Nación: en 1928, había triunfado la fórmula Yrigoyen-Beiró, pero éste último falleció antes de asumir el cargo, motivo por el cual, el entonces Colegio Electoral designó a Enrique Martínez. Y en 1952, Perón y su vice, Hortensio Quijano, habían sido reelectos, pero antes de asumir el segundo período, el vice falleció, motivo por el cual se convocó a elecciones, habiendo triunfado en ellas Alberto Teisaire, que acompañó a Perón en su segundo mandato.
Sin embargo, a pesar de las referidas “debilidades”, por otro lado, la del vicepresidente es una figura con destacadas fortalezas, por cuanto, al ser elegido mediante el voto popular, tiene legitimidad democrática de origen, y, en consecuencia, aun cuando tuviera profundas disidencias con el presidente, éste no puede removerlo de su cargo.
Además, como si ello fuera poco, está en la primera línea de la sucesión presidencial, y de repente, tal como ocurrió seis veces en la Argentina, de ser un “suplente”, puede convertirse en presidente de la Nación, y quedarse con todo el poder político.
En efecto, ello ocurrió cuando Carlos Pellegrini debió reemplazar a Juárez Célman; cuando José E. Uriburu hizo lo propio con Luis Sáenz Peña; cuando Figueroa Alcorta asumió el cargo de presidente, por fallecimiento de Manuel Quintana; cuando Victorino de la Plaza hizo lo mismo al fallecer Roque Sáenz Peña; cuando Castillo reemplazó a Ortiz, y finalmente, cuando María Estela Martínez reemplazó a Perón.
Como lo señalé antes, la relación entre los presidentes y vicepresidentes no siempre fue óptima. Hubo grandes contrapuntos entre Sarmiento y Alsina, entre Yrigoyen y Enrique Martínez, entre Ortiz y Castillo, entre Perón y Teisaire, entre Frondizi y Gómez, entre Menem y Duhalde, entre De la Rúa y “Chacho” Alvarez, entre Kirchner y Scioli, y entre Cristina y Cobos. Como se observa, lo que ocurre entre Milei y Villarruel, es una historia repetida.
Un detalle histórico es esclarecedor: ninguno de los cinco presidentes argentinos que gobernaron durante más de un período (Roca, Yrigoyen, Perón, Menem y Cristina), repitió a su vicepresidente en su segundo período. Roca tuvo, como vicepresidente, a Francisco Madero en su primera presidencia, y a Quirno Costa en la segunda. Yrigoyen gobernó con Pelagio Luna en su primera presidencia, y con Enrique Martínez en la segunda.
El caso de Perón fue particular, por el fallecimiento de Hortensio Quijano, pero en su tercera presidencia, en 1973, fue acompañado por su esposa, María Estela Martínez. Mientras tanto, Menem tuvo como vicepresidente a Eduardo Duhalde en su primera gestión, y luego a Carlos Ruckauf en la segunda; y finalmente Cristina Fernández gobernó con Julio Cobos en su primera presidencia, y luego con Amado Boudou en la segunda.
En definitiva, es claro que la figura vicepresidencial tiene un alto grado de ambigüedad, y, por otro lado, la experiencia indica que la relación entre los presidentes y vicepresidentes ha sido compleja en un tercio de los períodos presidenciales que se desarrollaron en nuestro país, no siendo llamativo lo que ocurre en la actualidad.
Félix V. Lonigro es profesor de Derecho Constitucional (UBA)
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Félix V. Lonigro
Profesor de Derecho Constitucional (UBA)
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