Misiones
Hoy investiga enfermedades neurodegenerativas
“Nuestro lugar de origen no tiene que definir nuestro futuro”
Sólo quien nació y se crió en una chacra misionera sabe de los sacrificios de crecer en el seno de una familia productora. Levantarse antes de que salga el sol y trabajar desde temprano para que el día rinda es un hábito y en las tareas colaboran todos sus integrantes al llegar a una determinada edad.
Esa era la vida de Cristina Weber (26) hasta que algo en su interior se encendió y supo que la tradición familiar que habían seguido sus seis hermanos mayores no era para ella. No quería casarse tan joven ni tampoco heredar ese trabajo -aunque no reniega de la chacra a la que ama profundamente-, sino estudiar, perseguir otro camino y otra vida.
Cristina nació en el paraje El Doradito, de Colonia Aurora, y fue la primera de toda su familia en terminar el secundario y tener una carrera universitaria. Tiene siete hermanos (seis mayores que ella y una menor), su madre terminó la primaria y su papá no aprendió ni a escribir. La labor en la chacra y formar una familia estaban por encima de los estudios.
Por ello no fue fácil la lucha de este joven por perseguir sus sueños. Primero, de empezar la secundaria, y segundo, de salir del pueblo para seguir su propio rumbo. No faltaron las discusiones y los desacuerdos con su mamá Paola (59) y su papá José (61), pero ahora lo entienden. No es excusa para el accionar de sus padres, pero la falta de recursos y de oportunidades golpean a muchas familias; subsistir es lo importante.
Cristina se recibió de bioquímica en 2023 en la Facultad de Ciencias Exactas Químicas y Naturales de la Universidad Nacional de Misiones (Unam). En su paso por la secundaria y la universidad fue apadrinada por la Asociación Conciencia, a la que estará para siempre agradecida. Actualmente es becaria del Conicet e investiga un posible método de diagnóstico y seguimiento de enfermedades neurodegenerativas en el Instituto de Histología y Embriología de la ciudad de Mendoza, donde se mudó hace un año.
“Que todos sepan que podemos y que nuestro lugar de origen no tiene que definir nuestro futuro”, dice Cristina a El Territorio, quien también se encarga de ayudar a su hermana menor a que consiga entrar a las fuerzas.
¿Quién puso en vos el fueguito de querer seguir estudiando?
Mi única abuela que conocí fue la mamá de mi mamá, Helena. Era una mujer más culta, creía mucho en Dios. Me decía que eso no era para mí, que tenía que estudiar para ser maestra, viste que antes era una de las profesiones que más se estudiaba. Yo pasaba mucho tiempo con ella, si no iba a la escuela me iba a ayudar, a estar con ella, era de las nietas que más presente estaba. Puede ser eso o tal vez que mis hermanas no la hayan escuchado.
Lamentablemente hay muchas familias que siguen con esa tradición. Mi abuela veía que todas mis hermanas se casaban; por ejemplo, mi hermano, el mayor, se casó a los 15, después ya tuvo hijos. No juzgo, pero todavía sigue esa cultura de que las chicas quieren casarse jóvenes. Yo también me quiero casar, pero no me quería casar a los 18.
¿Cómo era un día en la chacra?
Todos desde chicos teníamos que ayudar a mi papá a trabajar en la chacra, teníamos que levantarnos temprano para plantar tabaco. Nos levantábamos a las 5 de la mañana, en la chacra es despertarse temprano para aprovechar el día.
Después lo mismo en la cosecha o la clasificada. Si algunos se quedaban, ayudaban a mi mamá a ordenar las vacaciones porque hacíamos queso para vender. Teníamos que lidiar con los terneros, con los chanchos también.
Todo el día siempre había algo para hacer, no hay como un domingo que uno dice “bueno, me voy a tal lugar y vuelvo a tal hora”; no, en la chacra, si tenés vacas tenés que levantarte temprano a ordeñar ya la tardecita lo mismo.
Mi papá nunca nos dejó faltar comida, pero no nos sobraba tampoco, entonces si no trabajábamos, no había forma.
Es una vida muy sacrificada…
Una de las cosas que recalco es que, más que nada mis hermanas, cuando estaban indispuestas (con la menstruación), tenían que ir a trabajar bajo el sol. Veía todo eso y decía “esto no es para mí”, porque no era lo que yo quería. Tampoco quería seguir esa vida porque no sentía que era para mí, no me gustaba. No desprecio la chacra porque a mí me encanta, pero trabajar ahí no era lo mío.
¿Cómo fue tu formación?
La primaria hice en la Escuela 741, en el paraje Siete Vueltas, tenía que caminar unos seis kilómetros para llegar a la escuela, era un plurigrado en el turno tarde. La secundaria había comenzado en una UGL, en la Escuela 391. Fui por unos días hasta que se abrió una nueva escuela secundaria, el Instituto de Enseñanza Agropecuaria Nº 9.
Ya había discutido mucho con mi papá para que me anotara en la otra para hacer la secundaria, pero al final terminó cediendo y me escribió. Él le quería mucho a su suegra, mi abuela, y creo que fue por ahí que tal vez se dio todo.
Fue todo mucho más fácil para mí ir a la otra secundaria porque ya teníamos transporte, no tenía que caminar, salía a la ruta y la Municipalidad había dispuesto un tráfico para llevarnos y ahora es un colectivo. Teníamos el comedor, que antes era gratuito, ahora cada padre tiene que pagar una cuota.
Me vino muy bárbaro la apertura del colegio y si tendría que volver a anotarme, me iría nuevamente.
¿Cómo viviste el traspaso de vivir en la chacra a hacerlo en Posadas?
Siempre fui una chica de suerte, me llevaba muy bien con el rector de la secundaria y con su señora, que era la preceptora. Fueron ellos los que me acercaron a Posadas, porque mi familia tampoco tenía condiciones para que me anotara en la universidad.
Me consiguieron un alquiler en la casa de una señora que vivía sola, un monoambiente detrás de su casa. Ella me había orientado para ir a la facultad en colectivo.
Fue en febrero de 2018 que vine a vivir a Posadas y en marzo me contactaron una vez más de la Asociación Conciencia, me becaron en toda la universidad y me designaron una tutora. Por eso estoy tan agradecida y ahora quiero contar mi historia porque creo que tener esas ONG, que muchos creen que no sirven o que es política, realmente para mí fue el empujón de todo.
¿Tu tutora te guiaba en cosas de la vida universitaria?
Mi primera tutora se llamaba Estefi y tener una persona que estudió en la Unam, que vivía en Posadas, me ayudó un montón, porque me orientó en todo desde cómo rendir o cómo tener un buen promedio. Después de cambié de tutora, pero me acompañaron hasta el último día en que me recibí en agosto de 2023, incluso estuve en mi recibida.
En junio se hace un evento anual de Conciencia para juntar fondos y me convocaron para dar mi testimonio. Con la plata de la beca podía pagar mi monoambiente, que era chiquitito, pero yo vivía cómoda, podía pagar las fotocopias ya veces me sobraba plata y podía ahorrar.
¿Tus papás estuvieron de acuerdo con que vivas en Posadas?
Ellos no querían, pero ya sabían que yo quería estudiar. Cuando abrió el colegio nuevo siempre convocaban a los padres para ir a ayudar en la construcción y mi papá sabe bastante y si yo le decía, él siempre iba a colaborar. Nunca me dijo: “Cristina, yo te apoyo”, pero con esas acciones siempre sentí que me estaba apoyando. Mi papá en todos los actos de la escuela que pudo ir estuvo presente.
Ahora siempre le jodo porque ellos nunca nos abrazaban, era una familia muy a la antigua. Ahora ya todos somos grandes y podemos velar por nuestros compromisos y crecimiento personal.
¿Qué significa para vos ahora Conciencia y la Unam?
Con Conciencia siempre voy a estar agradecida. Ojalá algún día pueda contribuir tanto económicamente como con recurso humano para devolverles todo lo que hicieron por mí.
Y a la Universidad de Misiones la voy a defender siempre. Cuando me recibí había puesto una frase en agradecimiento a la universidad que decía que no es una obligación estudiar, sino que era una oportunidad ya mí ellos me dieron eso. Son oportunidades que espero que siempre tengamos y la educación pública, de calidad la voy a defender siempre desde donde pueda.
Antes de recibirse de bioquímica, Cristina ganó una beca para ir a estudiar en el Instituto Balseiro de Río Negro, una institución especializada en física, matemáticas e ingenierías y allí tuvo un primer acercamiento con lo que se encuentra investigando actualmente.

Mientras estaba terminando la carrera trabajada en el Laboratorio de Biología Molecular de la Unam, hizo ayudatías, todo ello logró a base de golpear puertas, preguntar e insistir.
En Mendoza es docente en dos cátedras (Inmunología y Química Biológica II) del cuarto año de la carrera de Bioquímica de la Universidad Juan Agustín Maza y en septiembre se va a Brasil, gracias a otra beca, a seguir capacitándose en la Universidad de San Pablo. Asimismo, tiene pendiente una pasantía en Londres que tiene relación con su beca doctoral.
¿Qué sigue después del doctorado?
Hasta 2030 tengo la beca, la idea es sacarme una posdoctoral después. No me quiero ir de Argentina, quiero estar acá. Si tengo que ir a hacer cursos o estadías lo haré, pero quiero hacer ciencias desde Argentina e irme al exterior cuando saque becas, pero no me quiero ir a vivir al exterior.
¿Qué le dirías a alguien que está en la situación que estabas vos?
Les diría que signifiquen sus sueños, que signifiquen su intuición, porque cuando tenemos sueños y tenemos ganas, la fuerza para lograrlo siempre viene de adentro. Que siempre golpeen puertas, eso fue lo que también me trajo acá, nunca tuve vergüenza de preguntar nada. Que todos sepan que podemos y que nuestro lugar de origen no tiene que definir nuestro futuro.
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