¿Qué se pierde si se pierde el Hospital Garrahan? ¿Cuánto valen 37 años de construcción de un sistema de atención con equipos interdisciplinarios capaces de abordar pacientes pediátricos de alta complejidad, con o sin cobertura, en un volumen incomparable al de otros hospitales? Si la unidad de valor es la “productividad”, ¿cómo se mide, en términos de “productividad”, una reducción del 10% en la mortalidad por cáncer infantil? ¿Y la creación de protocolos médicos que luego aplican tanto el sector público como el privado? ¿Cómo convive la “vocación” con no poder pagar un alquiler? ¿Y con tener que complementar un salario médico con un microemprendimiento para llegar a fin de mes, mientras se es acusado de ñoqui en redes sociales?
De la primera camada a las más recientes, TN entrevistó a tres médicos del Garrahan —una fundadora, un jefe de sala y una residente— para conocer, desde distintas miradas generacionales, cómo viven la crisis que atraviesa la institución.
La crisis combina un deterioro salarial sostenido con renuncias recurrentes de médicos experimentados. Según denuncian sus trabajadores, entre 2024 y 2025, se fueron 210 profesionales (médicos, enfermeros, bioquímicos, farmacéuticos, terapistas, entre otros), quienes encuentran en otras instituciones, sobre todo privadas, sueldos varias veces más altos. Las autoridades del hospital solo niegan que las bajas por renuncia sean mayores que las que se vienen produciendo en los últimos años.
A las renuncias -insisten, sin embargo, quienes trabajan en el hospital todos los días- se suman dificultades para cubrir cargos, la desarticulación de equipos formados a veces a lo largo de más de una década, y el debilitamiento de una forma de trabajo basada en la dedicación prolongada y la colaboración permanente entre especialistas de gran experiencia. Las protestas de trabajadores del Garrahan no son inéditas. Se realizaron medidas de fuerza y reclamos también en los últimos dos gobiernos. La diferencia, señalan algunos profesionales, es la aceleración de la crisis, el destrato público y la falta de un canal de diálogo real.


Lidia Fraquelli: la médica que abrió la primera historia clínica del hospital
Lidia Fraquelli pasó más de la mitad de su vida en el Garrahan. Estuvo ahí cuando se fundó el hospital en agosto de 1987. Ingresó por concurso: se presentaron 700 candidatos a médico asistente, y ella quedó entre los 25 seleccionados. Antes de jubilarse, 35 años más tarde, llegó a coordinar el Centro de Atención Integral del Paciente Hemato-Oncológico del hospital. El Garrahan, vale destacar, recibe alrededor del 40% de los casos oncopediátricos de todo el país. Hoy sigue trabajando, “ad honorem”, en un proyecto educativo a distancia, con centros de todo el país que hacen soporte clínico en pacientes oncológicos, a través de presentación de casos clínicos.
Fraquelli es la médica que abrió la primera historia clínica del Garrahan. Recuerda — además del frío que hacía en un edificio por entonces mucho menos poblado que ahora— que la paciente era una chica con síndrome de Down a quien, como el hospital todavía no tenía atención neurológica, debieron derivar al Hospital Gutiérrez. “Me acuerdo de esa impotencia de no haber podido ayudarla nosotros. Bueno, recién estábamos empezando”, aclara.
Treinta y siete años después, las cifras oficiales del Garrahan reflejan cierto crecimiento. El último año, el hospital registró 633.293 consultas ambulatorias, realizó 9.999 intervenciones quirúrgicas —más de 27 por día— y atendió 77.357 consultas en emergencias (guardia y urgencias). Se atendieron 24.338 consultas oncológicas y se administraron 5.283 quimioterapias. Desde su apertura, se realizaron más de 3.200 trasplantes (renales, hepáticos, de médula ósea, de corazón, de pulmón, de córnea): en 1988, un solo trasplante, el primero; el año pasado fueron 115, promedio de uno cada tres días.


Según Fraquelli, que vivió desde adentro el crecimiento del hospital, lo que diferencia al Garrahan de otros centros de salud no es solamente la cantidad de pacientes ni la complejidad de los casos, sino un modelo de atención multidisciplinaria que hasta ahora logró sostenerse. Describe un trabajo articulado entre múltiples especialidades, con expertos disponibles a lo largo de toda la jornada para tomar decisiones conjuntas, responder y también acompañar tanto a los pacientes como a sus familias, que -recuerda- en muchos casos regresan años después a saludar o a agradecer. Incluso padres y madres de chicos que no lograron superar sus enfermedades.
Su temor es que la falta de presupuesto y la caída de salarios siga provocando la renuncia de profesionales, o que —como ocurre en otros hospitales— se intenten compensar bajos sueldos con menos dedicación horaria, lo que fragmentaría los equipos y desarticularía la atención.
“Considerando la especialidad que elegí, tengo que tener una base optimista y creer que pueden superarse cosas muy difíciles. Pero también soy realista. Me atraviesa la tristeza y la impotencia de sentir que ya no puedo hacer nada, más que contar. Es el sentimiento común de todos los que vimos cómo creció esto. Si las cosas no crecen, decaen. Acá no solo se dejó de crecer: hay un peligro grave de decadencia”, advierte Fraquelli.
Pablo Puccar jefe de sala de cuidados intermedios: “No es que somos mejores, es un sistema armado durante 37 años”
Pablo Puccar tiene 48 años y es jefe de una de las diez salas de Cuidados Intermedios y Moderados que tiene el Garrahan. Se formó como médico en la UBA -donde hoy también es docente ad honorem-, realizó su residencia en el Hospital Posadas y en 2009 obtuvo el título de especialista en pediatría. Ese año ingresó al Garrahan para completar una segunda especialización en medicina interna pediátrica. En 2010 concursó para convertirse en médico de planta. “Entrar al Garrahan era como entrar a correr en Fórmula 1”, resume. Ahora coordina un equipo de cinco médicos con quienes atiende, en promedio, a 30 pacientes por día. Gana $ 2.800.000 al mes.
El Garrahan, destaca Puccar, no tiene por encima un hospital de mayor complejidad al que derivar pacientes. Es, en términos pediátricos, el último nivel de atención. Eso implica recibir casos que no pueden tratarse en otras instituciones, pero además en un volumen que excede al que manejan la mayoría de los hospitales del país.
“Entra a la mañana un paciente muy complejo, de difícil diagnóstico. Lo revisamos y evaluamos si se trata de algo inmunológico, oncológico o reumatológico. Llamo a los jefes de los distintos servicios y al mediodía armamos una reunión interdisciplinaria con cinco especialistas excelentes. Se analiza, cada especialista opina, se arma un plan de diagnóstico, se hacen imágenes, laboratorios, y al día siguiente el superespecialista en imagen nos dice: para mí es esto”, relata y agrega: “Ese trabajo interdisciplinario, poder juntar a toda esta gente con una experiencia enorme, poder abordar un chico grave y en dos días hacerle un diagnóstico que seguramente no se lo harían ni en un mes en otro lugar… eso es el Garrahan”.
Eso es también, subraya, lo que estaría en riesgos de perderse. Pero va más allá. Además del trabajo clínico cotidiano, en el hospital existe una tarea tal vez menos visible: la investigación y la producción de conocimiento médico. Solo el año pasado, el Garrahan aprobó 96 nuevos protocolos. Son protocolos que luego utilizan otras instituciones, privadas o públicas. Así, por ejemplo, Puccar y su equipo trabajaron, a partir de pruebas y la experiencia con cientos de pacientes, en un protocolo que permitió, hasta ahora, que 450 chicos dependientes de ventilación mecánica, que antes debían permanecer internados, puedan regresar a sus casas de forma segura.
“El valor real de mi experiencia es haber visto miles de chicos con ventilación invasiva, miles de chicos con traqueotomías. En los últimos 10 años, la gente de oncología bajó un 10% la mortalidad en todos los cánceres infantiles, porque hay médicos preparados, que participan de protocolos de mejoras, que saben cómo abordarlo y cómo tratarlo en la emergencia. Si para ser bueno en cirugía de microlaringe tenés que hacer 100, en otro hospital quizás tardas una vida, y acá pueden hacerse 20 en una semana”, cuenta.
En ese sentido, advierte: “Si se te va un hepatólogo, no es que no existen fuera otro hepatólogo, pero es posible que no haya visto un chico trasplantado. Necesitas 10 o 15 años de una curva de aprendizaje para tener especialistas como los que están y los que se están yendo. Cuando se te va esa persona, te hace un agujero en un equipo, te lo desarma”.
El hecho de que el Garrahan no tenga un hospital de mayor complejidad al que derivar pacientes pediátricos supone algo más: la mayoría de los chicos con enfermedades graves, cuando mueren, mueren en el Garrahan. En el 2024, fueron 210 chicos.
“Cuando voy a hablar con un paciente y su familia, puedo ir con la psicóloga, con el oncólogo, con el médico paliativista. El padre ve un equipo de trabajo. La psicóloga entiende cómo abordar a la familia. El oncólogo va a responder todas las preguntas sobre el tratamiento. El paliativista les va a asegurar por qué su hijo no va a sufrir. Y nosotros vamos a cumplir con todo lo dicho. No podés hablar dos minutos e irte. Son noticias muy difíciles, y estamos preparados para darlas. Bueno, el Garrahan también es eso”, afirma Puccar.
Y cada vez que teme sonar soberbio, repite: “No es que somos mejores que nadie, ni somos todos unos genios: es un sistema armado durante 37 años lo que genera todo esto”.

Laura Cappobianco, residente: “Hoy no sé si es la mejor opción entrar al hospital”
Laura Cappobianco tiene 33 años. Ya recibida como médica en la UBA, ingresó al Garrahan en el 2021 para realizar su residencia médica de pediatría con especialización en terapia intensiva. La residencia es, en resumen, un programa de formación de posgrado, para profesionales universitarios, con dedicación exclusiva y a tiempo completo: ella cumple jornadas laborales de ocho horas diarias y realiza seis guardias mensuales de 24 horas: una guardia por semana, y dos fines de semana al mes.
“El hospital es el mejor que podría haber elegido para formarme, el de mayor complejidad, el que te da las mejores herramientas. Aspirar a convertirme en médico de planta del Garrahan era un ideal. Cuando digo esto se me hace un nudo en el estómago: hoy no sé si es la mejor opción entrar al hospital”, se lamenta Cappobianco.
Su último sueldo -el más alto entre las categorías de residentes- fue de un millón de pesos, a los que se suman dos bonos no remunerativos: uno de $200.000 que ya pagaba el hospital con los recursos genuinos, propios, que produce atendiendo al 35% de los pacientes que tiene cobertura, y uno adicional de $300.000 que definió el Ministerio de Salud nacional el mes pasado en medio de las protestas.
Vive con su padre: “Sería difícil pagar un alquiler, expensas, gastos, servicios. Ni hablar de proyectar algo más grande que pagar un alquiler. Mi sueldo real es un millón de pesos. El bono hoy lo tengo, mañana no sé, es la definición de bono”, dice. Afirma que, aunque el contrato es exclusivo, tiene compañeros con varios empleos; algunos que arman microemprendimientos, como el caso de una compañera que vende ambos y el de otra que vende pines para la tira del estetoscopio.
Este mes, el Gobierno nacional modificó el sistema de residencias en hospitales nacionales y definió dos nuevas modalidades de formación para los médicos recibidos: la “Beca Ministerio” y la “Beca Institución”. La primera incluye aportes previsionales y cobertura de salud, pero excluiría el acceso del profesional a bonos u otros beneficios que pueda dar un hospital sobre el sueldo que paga el Ministerio de Salud; con la segunda, el profesional podría recibir bonos o incentivos que otorgue una institución, y no se le aplicarían descuentos sobre su ingreso, pero, por lo tanto, tampoco garantizaría cobertura médica ni aportes jubilatorios. Los residentes del Garrahan denunciaron que las becas suponen el pasaje de un sistema que reconocía derechos laborales básicos, a un mecanismo de renovación anual discrecional que obliga a elegir entre mantener algunos derechos laborales y perder remuneración, o mantener remuneración y perder derechos laborales.
“Más allá de nosotros los residentes, lo que gana un médico de planta es muy poco, considerando los años de experiencia, la dedicación horaria y el nivel de responsabilidad. A veces supervisan sectores enteros de pacientes. La vocación es importante, pero esto es un trabajo: uno tiene que pagar un alquiler, los médicos también tienen hijos y tienen que mantenerlos. Hoy no sé si mi opción sería intentar quedarme en el Garrahan cuando termine la residencia”, repite Cappobianco.
“Me está angustiando entrar al hospital cada día. Uno no sabe con que noticia se va a encontrar, o qué novedad va a traer el próximo boletín oficial. Lloro casi todos los días. El hospital es mi segunda casa, paso más horas adentro que en mi propia casa. El hospital está en terapia intensiva, y en vez de darle un remedio, lo estamos dejando morir. Y la casa que yo elegí, se está cayendo a pedazos”, advierte.
En 2023, el Garrahan organizó un acto de despedida para los médicos que se jubilaban ese año y de bienvenida para quienes ingresaban al hospital por primera vez. Lidia Fraquelli, que se retiraba ese año tras más de tres décadas en la institución, habló ante un auditorio lleno, en el que se mezclaban médicos recién llegados y colegas de larga trayectoria. Eligió tres palabras para resumir lo que significaba haber trabajado en el Garrahan: “gracias”, “orgullo” y “pertenencia”. Agradeció a los pacientes y a las familias por la confianza, se mostró orgullosa de haber formado parte de un equipo que trabaja colectivamente, revisa sus prácticas y celebra los logros como propios, y destacó el valor de construir lazos duraderos con una institución.
“En aquel momento dije que era un desafío para las autoridades y para toda la institución inculcar el valor de pertenencia en las nuevas generaciones, el deseo y la motivación para seguir estando. Hoy, frente a la crisis que estamos viviendo, estas palabras suenan lejanas y duele que en vez de seguir viendo el crecimiento del proyecto que comenzó hace tantos años, estemos presenciando la pérdida de lo más valioso, que es el recurso humano”, concluye hoy Fraquelli.
Créditos:
Infografías y portada: Sebastián Neduchal e Iván Paulucci
Producción de videos: Antonella Liborio.
Edición de videos: Belén Duré.
Edición: Paola Florio.
(Fuente: Todo Noticias TN)