Repitan conmigo: una serie o película inspirada en hechos, personajes o situaciones reales no es un manual de historia. No pataleen por lo que no dice, no se regodeen con los desvíos, no busquen la quinta pata al gato: evalúen la serie o película por lo que es, una recreación que, en tanto ficción, constituye una forma refinada de la mentira y sólo busca generar un efecto artístico, no un registro documental.
Hablo por “Menem”, la producción de Ariel Winograd a la que corren por izquierda diciendo que ha hecho foco en el carisma y la picaresca del riojano y no tanto en las consecuencias sociales que generaron sus políticas en el país. Pero también podría haber hablado de “Argentina, 1985”, la película de Santiago Mitre a la que algunos cuestionaron por haber dejado en segundo plano la importancia de Raúl Alfonsín en el juicio a las juntas militares.
El actor Leonardo Sbaraglia, caracterizado como Carlos Saúl Menem. Foto: EFE
Vuelvo a “Menem”. Al inicio de cada capítulo, una placa da cuenta de lo que hizo Winograd: tomó hechos y personajes históricos para procesarlos en la licuadora del relato ficcional. Es decir, ejerció su potestad de director para inventar diálogos y situaciones, y para recortar, de los hechos verificables de la era menemista, aquellos que les eran útiles en términos dramáticos.
¿No nos gusta? Fenómeno. Pero la crítica tendría que estar sostenida en argumentos artísticos (por ejemplo, malas actuaciones o flojo guion) y no en valoraciones historiográficas (“che, no cuenta tal cosa”) o morales (“hace parecer a Fulano como un tipo simpático y era un hijo de su madre”).
Better Man, la biopic sobre Robbie Williams.
Hay una biopic reciente que vale la pena considerar: “Better Man”, en la que el director Michael Gracey narra la vida del cantante Robbie Williams tomándose una licencia genial. En lugar de buscar un actor físicamente parecido al intérprete de “Angel”, utilizó un simio antropomórfico creado por computadora. Créanme que el recurso funciona y nos evita el juego mimético tan propio del género.
(Confesión: nunca superé el Freddie Mercury de Rami Malek en “Rapsodia Bohemia” por sus dientes de utilería barata).
Las biopics, en general, me dan un poco de tirria cuando caen en el pecado de asimilarse a Wikipedia: es decir, cuando se sienten obligadas a desfilar por todos los hitos del sujeto histórico elegido, al punto que el espectador de buena memoria puede adivinar cada escena que viene. Hay algo de eso en “Menem”. No así en las películas del chileno Pablo Larraín, que se concentran sólo en un fragmento específico, muy bien delimitado: la Navidad crítica de Lady Di cuando decide su separación (“Spencer”), lo que pasa con Jacqueline Kennedy inmediatamente después del asesinato de JFK (“Jackie”) o las horas finales de María Callas (“María”).
Asumida como entretenimiento, “Menem” cumple. Es tan pochoclera que hasta incluye al Riki Maravilla de hoy, con su cara inflamada de botox y dudosas cirugías, cantando “Qué tendrá el petiso”. Y recuerden: para historia, los libros.
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Horacio Convertini
Secretario de Redacción. Editor Jefe de la revista Viva. [email protected]
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