El jetlag social es el desajuste entre el reloj biológico interno de una persona y los horarios impuestos por la sociedad, como los del trabajo, la escuela o actividades sociales. En Argentina este desajuste es cercano a las 2 horas y crece hasta 4 cuando hablamos de adolescentes. De esto estuve conversando con Diego Golombek, doctor en Biología, investigador superior del CONICET y director del Laboratorio Interdisciplinario del Tiempo de la Universidad de San Andrés que me explicó que hay una manera de combatir este desajuste y es diseñando ciudades circadianas.
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Una ciudad circadiana es aquella que está diseñada y funciona teniendo en cuenta los ritmos naturales de las personas, buscando optimizar el bienestar y la eficiencia de sus habitantes. “Somos relojes ambulantes: en lo profundo del sistema nervioso hay un núcleo que mide el tiempo y le indica al cuerpo qué hora es. La cronobiología estudia estos ritmos y sus consecuencias individuales y sociales en la vida laboral, en el rendimiento escolar y físico o en la programación de tareas y viajes, así como en muchos aspectos de la medicina (incluyendo los horarios óptimos para tomar medicamentos)”, me explicó. Tres ideas que resalto de nuestra charla que, más allá de necesitar de políticas públicas, todos podemos abordar en alguna medida en nuestra vida privada.
Primera, alinear los ritmos sociales con los ritmos biológicos lo más posible para mejorar el bienestar y rendimiento general. Las personas que sufren más el jetlag social tienen un sueño de menor calidad y duración y su productividad se reduce. En adolescentes, que tienden a tener cronotipos vespertinos, se ha demostrado que retrasar el horario de inicio escolar mejora el rendimiento académico, reduce la somnolencia y el ausentismo.
Dos, promover el sueño saludable como derecho y bien público ya que este es esencial para la salud física, mental y económica. Hoy, el 62% de la población adulta mundial duerme menos de las 7 horas mínimas recomendadas por noche. Algunos datos para pensar: el déficit de sueño cuesta entre el 1% y el 3% del PIB en países desarrollados y mejorar las condiciones para dormir en barrios pobres (con colocación de ventiladores y cortinas oscuras) aumentó el bienestar y el rendimiento laboral de sus habitantes.
Tercera idea, regular la exposición a la luz y rediseñar el entorno urbano, ya que la luz es el principal “zeitgeber” (sincronizador) del reloj circadiano. Las ciudades y oficinas deben planificar la iluminación y los entornos para respetar el ciclo natural día-noche. Algunas claves: la luz artificial nocturna afecta la secreción de melatonina, engorda y altera el metabolismo. La contaminación lumínica nocturna contribuye al insomnio y a la fragmentación del sueño, afectando especialmente a personas mayores y a quienes viven en entornos urbanos densos y ruidosos. Una ciudad circadianas es una inversión estratégica en productividad, equidad, salud y calidad de vida para todos.