¿Te ha pasado que, cuanto más intentas dejar de pensar en algo, más presente está en tu mente? Este fenómeno, tan común como frustrante, tiene raíces profundas en la evolución, la neurobiología y la psicología. En realidad, tu cerebro está programado para pensar en aspectos negativos.
A pesar de miles de años de evolución, dos terceras partes del cerebro, interconectadas entre sí, siguen diseñadas para protegernos de las amenazas de dos maneras muy simples: luchar o huir.
En la prehistoria, quienes estaban más atentos a los peligros del entorno, como un mamut, tenían más posibilidades de sobrevivir. Por eso, nuestro cerebro aprendió a registrar, concentrarse y recordar con mayor intensidad las experiencias negativas.
Aquí te explicamos las principales razones por las cuales tu cerebro insiste en pensar lo que quieres evitar. Y, también, te damos algunas claves para tratar de evitarlo.
El pensamiento rumiante es un mecanismo de defensa del cerebro.
Por qué tu cerebro insiste en pensar lo que querés evitar
Como dijimos, el cerebro está programado para enfocarse en lo negativo, una tendencia conocida como sesgo de negatividad, es un mecanismo de defensa. La amígdala, una pequeña estructura cerebral que gestiona las emociones, dedica cerca de dos tercios de sus neuronas a detectar señales de peligro y almacena rápidamente esas experiencias en la memoria a largo plazo.
Por eso, es más fácil recordar lo negativo y, además, estos pensamientos suelen aparecer de manera intrusiva y repetitiva. Es un mecanismo automático: el cerebro anticipa posibles amenazas y prepara al cuerpo para enfrentarlas, aunque muchas veces esas amenazas solo existan en nuestra mente. Este círculo vicioso puede llevar a la rumiación, un patrón de pensamiento en el que las ideas negativas se repiten una y otra vez.
Además, la corteza cingulada anterior y la amígdala se activan con mayor intensidad ante estímulos negativos, regulando emociones y guiando decisiones basadas en el miedo o la prevención. Esta activación refuerza la tendencia a pensar en lo que queremos evitar, incluso cuando somos conscientes de que carece de realismo o utilidad.
Paradójicamente, cuanto más intentamos evitar un pensamiento, más fuerza cobra. Este fenómeno se conoce como el “efecto rebote” o “efecto de supresión irónica”. Cuando tratamos de no pensar en algo, una parte de nuestra mente sigue monitoreando si lo estamos logrando, lo que mantiene el pensamiento activo y presente.
Aunque el sesgo de negatividad es parte de nuestra biología, no estamos condenados a pensar siempre en lo peor. La neurociencia ha demostrado que el cerebro tiene mucha plasticidad y puede entrenarse para enfocarse en lo positivo.
Técnicas como la reestructuración cognitiva, la meditación, el mindfulness y el registro diario de experiencias positivas ayudan a contrarrestar la tendencia natural al pensamiento negativo.
Es clave reconocer estos pensamientos y redirigir la atención. Foto: Shutterstock.
Un artículo del sitio The Conversation explica que el primer paso es reconocer que estos pensamientos forman parte de nuestro funcionamiento cerebral y no definen quiénes somos. «Luego, podemos practicar el cuestionamiento de ideas negativas, buscar evidencia objetiva y redirigir la atención hacia aspectos positivos o neutros de nuestra vida», aconseja.
Conclusión: tu cerebro insiste en pensar lo que querés evitar porque está diseñado para protegerte, anticipando peligros y preparándote para afrontarlos.
Sin embargo, este mecanismo puede volverse contraproducente en la vida moderna, donde muchas amenazas son imaginarias, y causas del estrés prolongado. La buena noticia es que, con entrenamiento y conciencia, puedes cambiar tu enfoque y reducir el peso de los pensamientos negativos.
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