«Un papel preponderante juega en ese andamiaje el argentino Oscar Pereira, cuya habilidad ya está siendo codiciada por algunos clubes grandes de la Liga. El volante posibilitó tres de los cinco goles de su equipo, en un rendimiento y derroche de energía digno de destacar». Así describió la crónica de un diario boliviano la actuación del volante creativo de San Aurelio de Santa Cruz de la Sierra, en el ascenso de aquel país. El recorte -de 1979- resiste el paso del tiempo, recuerdo de la fugaz carrera profesional de Oscar Pereira (69).

Nacido en Los Helechos, a los 16 años quedó huérfano de padre y se mudó con su mamá a Buenos Aires, donde pasó por las inferiores de Argentinos Juniors y San Lorenzo, aunque fue en Bolivia donde jugó en primera división para el Independiente Unificada de Potosí.

Sobre aquella experiencia, atesora la tarde que se enfrentó al mítico Jairzinho, campeón mundial con Brasil en México 1970. «Jairzinho jugaba en Jorge Wilstermann. Él tenía 36 años y yo 25, entonces el técnico me agarró y me dijo ‘no tiene que tocar la pelota, vos estás aclimatado a la altura. Tenés que lucirte esta tarde…’. Qué pasó: no lo vi, no lo pude agarrar nunca. Soné con él esa noche. Nos ganaron 2 a 1 y él hizo un gol. Jugaba parado, dosificaba su energía». 

Una lesión de esas bravas acortó su carrera y a los 28 años tuvo que dejar el fútbol profesional. Entonces se reinventó sobre la marcha e hizo un poco de todo, en Bolivia, Japón y España. 

En Bolivia vendió empanadas y tuvo taxis; en Japón trabajó en una fábrica de hierro y en la Sony ensamblando la PlayStation Uno.

El ataque a las Torres Gemelas frustró su intención de mudarse con su familia a los Estados Unidos en 2001, por lo que redireccionó su destino a España, donde hoy residen cuatro de sus cinco hijos. 

Los inicios en el Exa y Buenos Aires

Instado en Oberá desde 2016, Oscar preparó un mate, buscó su carpeta con fotos y recortes y repasó algunos capítulos de su versátil e intensa vida. Contó que su familia era muy humilde -más bien «de una pobreza franciscana», como graficó-, aunque desde muy chico se destacó jugando torneos relámpago en Los Helechos. 

Su calidad llegó a oídos de don Carlos Domínguez, histórico presidente de Ex Alumnos 185, y el entrenador Ítalo Sartori dio el okey para sumarlo a las inferiores. 

«El Exa tenía su sede por calle Leandro N. Alem y Corrientes. A los 14 años me dieron donde vivir y me consiguieron trabajo en la tienda Universal. Jugué un año, pero extrañaba mucho mi casa y me volví a Los Helechos. Yo era hijo único. A los 16 se murió mi papá y quedamos solos con mi mamá. Ella se fue a trabajar a Buenos Aires y después me mandó la plata para mi pasaje y me fui», contó con un dejo de melancolía. 

En la Capital consiguió trabajo en una gomería de avenida Cabildo. Su patrón, un gallego macanudo, le consiguió una prueba en Argentino Juniors y más tarde fue a San Lorenzo, donde conoció a Raúl Eduardo Navarro y se hicieron amigos. 

Más tarde Navarro hizo carrera en Bolivia y lo incentivó para que se pruebe allá, ya que conocía sus condiciones. «Fue después del Mundial 78. Me probé y quedé en San Aurelio de Santa Cruz de la Sierra, un equipo del ascenso, y salimos campeones. Gracias a eso, el Blooming me ofreció un contrato; pero no tenían plata, me querían dar un auto. Entonces opté por Independiente Unificada de Potosí, a 4000 metros sobre el nivel del mar», detalló. 

Primera, la lesión y breve paso por Oberá 

Tenía 25 años y su juventud ayudó a la adaptación a la altura, que tantas dificultades acarrea a los foráneos. «Aparte un frío terrible. Me acuerdo que íbamos al cine con frazadas», acotó. 

Jugó una temporada y pasó a Petrolero de Cochabamba, pero «me lesioné y casi no jugué. Me volví a Santa Cruz y arreglé con Destroyers, pero jugué tres partidos y me rompí los ligamentos. En esa época te operaban con motosierra», dijo con una cuota de humor para desdramatizar lo que terminó siendo el fin de su carrera profesional.

Ya tenía una hija, con su esposa pusieron una venta de empanadas y les fue muy bien. «Me compré un taxi y enseguida el segundo. Santa Cruz de la Sierra es el Miami de Bolivia, es hermoso y nos encantaba», remarcó.  

En el 88 regresó con su familia a Oberá, nació su cuarto hijo y lo anotó en Los Helechos. «Vivía de la renta de los taxis en Bolivia. En el 90 jugué en Ex Alumnos, donde no le dejaban patear tiros libres, pero hoy soy amigo de todos; y en el 91 pasé a Olimpia, ya estaba grande y René Bouix corría por mí», rememoró. 

Japón, España y la foto con Diego

La familia no terminó de adaptarse a Oberá, volvieron a Bolivia y en el 98 un amigo lo invitó para ir a Japón: «En vez de dos taxis, en seis meses vas a tener cuatro». Con el espíritu aventurero que tiene, Oscar viajó a Nagoya, donde trabajó en una fábrica de hierros para la reconstrucción de Kobe, que había sido destruida por el terremoto del 95. 

Después trabajó en Sony, donde ensamblaba la primera consola PlayStation: «En 15 días un brasilero me enseñó a manejar el robot a control remoto. Descubrí que, así como para nosotros los orientales son todos iguales, para ellos nosotros también. Estaba como los perros: entendía todo, sólo me faltaba hablar», dijo entre risas.  

Tras dos años y dos meses en Japón, decidió volver, pero se topó con que era un ilegal. En Migraciones le retaron: «Usted se burló de nosotros, vino como turista y se quedó más de dos años. Ahora se va cuando nosotros queremos. Venga en 15 días». 

«En ese lapso revisaron mis antecedentes y como estaba todo bien me dejaron salir, pero no podía volver por diez años», recordó.

De Japón volvió a Bolivia y en 2001 planificaba ir a los Estados Unidos, pero el atentado a las Torres Gemelas truncó los planes. De ahí redireccionó el destino a España, primero con su hija mayor, tras lo cual se acoplaron su ex y los hijos más chicos. 

«En España trabajé en una empresa de camiones con un hijo. Allá tengo un camión que me da una renta», mencionó, destacando que en Barcelona están sus cuatro hijos mayores y nueve nietos. 

Chocho, comentó que su nieto Santiago Baltazar, de 11 años, juega en La Masía del Barcelona; mientras que su hijo menor, Leonel, también de 11, sigue sus pasos en Oberá.  

Oscar volvió a Oberá en 2016 para quedarse, pero casi todos los años viaja a España para visitar a sus hijos y darse el lujo de ver fútbol. 

Entre tantos recuerdos, atesora una foto con Diego Maradona tomada en ocasión de un amistoso entre Oriente Petrolero y Argentino Juniors, en 1979. Lo mismo que otra con Enrique Bochini y Mario Alberto Kempes, con los que compartió equipo en un amistoso en el 97.

El mate había terminado y reflexionó sobre una reciente visita a la canchita de Los Helechos donde empezó su historia: «Uno siempre quiere volver adonde fue feliz, pero nunca es como antes».