Después de los sesenta es necesario que te reinventes. Con suerte quedan algo así como más de veinte años de tu vida y debes elegir cómo vas a vivirlos. Da un poco de miedo el declive. Alguien dijo “la buena vejez es un pacto con la soledad”. Hermosas palabras, pero injustas, porque una de las cosas más difíciles de definir es la vejez y cuándo empieza.
Para algunos, muy temprano. Otros tienen más suerte. Son ese tipo de gente que hace recordar el poema de Nicolás Guillén: “Iba por un camino pero con la muerte di, la muerte me está llamando pero no le respondí”. Esos viven eludiendo a la parca y a su prima la vejez. Asisten a consultas de médicos prestigiosos, hacen ejercicios físicos, practican yoga, meditación y buscan en Internet maneras de alargar la vida.
Y ahí la cuestión comienza a ponerse curiosa, quizás peregrina o tal vez bizarra, porque en Internet abunda el gurú de la salud, de la buena vida o del último consejo (descubierto tal vez por los académicos de la universidad del Yukón o por los hermanos budistas de un antiguo monasterio pegado al Himalaya).
Nutricionistas sin diplomas, consejeros espirituales sin título de psicólogo y entrenadores físicos de toda laya van dando consejos de vida capaces de torcérsela al más sano y quitarle las esperanzas al más optimista, de “guiarte”.
Por ellos corres el riesgo de convertirte en un don Quijote de la vida sana o en un émulo de Ponce de León e ir a buscar la fuente de la juventud en un post de Facebook o en un reel de Instagram. Y despreciar a un profesional que lleva añares analizando los más disimiles casos.
Hay panaceas para todos los gustos que entusiasmados gurús promocionan con voces cálidas. Ya sea beber agua de mar, consumir mantequilla de ese toro, el Yak, que vive en las cumbres del Himalaya, seguir la dieta Neandertal o empezar a beber café etíope con mantequilla.
No pongo en dudas que algunas de esas sugerencias puedan funcionar. Para adivino, Dios.
Pero de lo que no hay dudas es que la mejor terapia alternativa no debe sustituir al más discreto médico que pasó años quemándose las pestañas en la universidad. Cuando uno de esos especialistas escucha cómo un sesentón vestido a la moda le dice que decidió empezar otro tratamiento porque leyó en Internet una alternativa que además de presentarse como eficaz es más cool, se le cae la mandíbula de asombro y a Esculapio, el dios romano de la medicina, se le cae la toga y queda en pelotas.
En fin, dicen que los sesenta de ahora son los cuarenta de antes, no lo creo del todo, pero sesentón al fin les doy un consejo gratis: confíen en doctores, psicólogos, nutricionistas, kinesiólogos y demás especialistas, y si alguno de ellos les parece trucho, vayan a buscar a algún otro graduado con título avalado, que en Internet cualquiera parece sabio.
Sobre la firma
Marcial Gala
Marcial Gala, escritor, su último sueño consistió en que era un senador que apoyaba a Zelensky. En Cuba ha sido Premio Alejo Carpentier, Nacional de la Crítica y de Cienfuegos en cuento y en poesía. En Argentina premio, Ñ Ciudad de Buenos Aires y en Estados Unidos estuvo entre los finalistas del Pen Club América. Aquí publicó cinco novelas: “Sentada en su verde limón”, traducida al italiano, “Rocanrol”, “La catedral de los negros”, al inglés, francés, alemán y árabe, “Llámenme Casandra”, al inglés, francés, italiano, portugués y polaco y, la última, “La máquina de ser feliz”.
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