Por Hernán Sainz Rozas, especialista en fertilidad de suelos del INTA Balcarce y Nahuel Reussi Calvo, investigador del Conicet y de la Universidad Nacional de Mar del Plata
El cultivo de soja constituye uno de los pilares productivos más importantes de la región, tanto en superficie sembrada como en aportes a la economía agrícola. Sin embargo, los análisis actuales muestran que existen brechas de rendimiento del 30 al 35% entre lo que obtiene el productor en promedio y el potencial alcanzable en condiciones de secano. Dichas brechas responden a múltiples factores, donde la nutrición es uno de los engranajes dentro de un sistema complejo que también depende de la genética, el manejo del agua, las prácticas agronómicas y la salud del suelo.
Uno de los aspectos más preocupantes es el balance negativo de nutrientes. En los últimos años, se estima para el cultivo de soja que la extracción de fósforo (P) supera en 11 kg/ha al aporte medio de fertilización, mientras que en el caso del azufre (S) la diferencia negativa alcanza los 7 kg/ha. Estos números muestran una tendencia sostenida a “minar” la fertilidad del suelo, ya que se remueven más nutrientes de los que se reponen. En un cultivo altamente demandante como la soja, esta situación se traduce en una disminución progresiva de la capacidad productiva y en una pérdida de competitividad frente a sistemas más balanceados.
La situación actual de los suelos confirma esta preocupación. Los relevamientos más recientes indican que:
–El 42% de la región agrícola presenta niveles de fósforo (P) por debajo del umbral crítico, por lo cual, si no se fertiliza, no solo se ve limitado el rendimiento de la soja sino también que condiciona la eficiencia del uso de otros nutrientes y la fijación biológica del nitrógeno, lo cual puede llevar a balances negativos de este nutriente.
-En el caso de micronutrientes como zinc (Zn) y boro (B), la deficiencia se observa en un 56% de los lotes, evidenciando un problema silencioso pero creciente, ya que ambos son esenciales para procesos reproductivos, formación de granos y calidad de la producción.
-A su vez, se registra una pérdida promedio de 1,2% de materia orgánica (MO) de los suelos respecto a su condición prístina, un indicador clave de la fertilidad no solo química sino también física y biológica.
Estos resultados muestran que la nutrición no debe pensarse de forma aislada, sino como parte de un sistema integrado de manejo. La fertilización estratégica, ajustada en base diagnóstico y monitoreo, es una herramienta necesaria, pero insuficiente si no se acompaña de prácticas que conserven y regeneren el recurso suelo. Entre ellas se destacan la rotación de cultivos con gramíneas, la inclusión de cultivos de servicio, el manejo racional de la fertilización y el monitoreo permanente de indicadores de calidad edáfica.
En conclusión, la soja enfrenta un escenario donde las brechas de rendimiento persisten y el deterioro de la fertilidad avanza. Los datos de balances negativos, deficiencia generalizada de nutrientes y pérdida de materia orgánica son una señal de alerta.
Para sostener la competitividad y la sustentabilidad del cultivo, se requiere un cambio de paradigma en la nutrición y el manejo de los suelos, con un enfoque sistémico que apunte a cerrar brechas, reponer nutrientes y mejorar la salud del suelo en el largo plazo. Lograrlo exigirá mayor compromiso con el diagnóstico, inversión estratégica en fertilización y la incorporación e integración de tecnologías insumos y de procesos que permitan cuidar hoy la base productiva para asegurar la soja del mañana.
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