Es maravilloso sentirse Indiana Johnes por un rato. Una de las maneras de jugar a serlo es viajar a Ushuaia en días de mucho viento. Cuando el avión está por aterrizar oyes al piloto informar que espera la autorización o si no habrá que considerar otras alternativas, esa última frase le provoca un suspiro a más de uno, y peor cuando el avión empieza a temblar y en vez de en una aeronave de línea bien cuidada y reparada nos parece que estamos en uno de esos artefactos en los que suele escapar el personaje de Harrison Ford. Pero por suerte los pilotos argentinos son buenos y el aterrizaje en esa increíble pista de Ushuaia que da al mar o al canal, hablando con propiedad, es un placer que provoca el unánime aplauso de los aliviados pasajeros. Descendimos del avión con calma, orgullosos de estar en la ciudad más austral del mundo, porque eso merece cierto respeto.
Nuestros amigos nos estaban esperando y luego de los cálidos abrazos, fueron necesarias las especificaciones: “Tengan mucho cuidado con las puertas del auto que el viento se las lleva”. Imaginé las puertas de la camioneta emprendiendo un viaje sideral, por suerte no pasó, y de camino al centro supe que había una hermosa escuela llamada José Martí. Casi me sentí en Cuba al escucharlo, la escuela queda en el centro de esa ciudad de casas con techos inclinados y paredes tan multicolores que parece como si la búsqueda de la alegría fuera una declaración de principios.
Daniela y Francisco, nuestros anfitriones, viven en la calle María Elena Walsh que se cruza con la Fontanarrosa, lindos nombres para esa calle rodeada de montañas desde la cual se ven las cumbres nevadas a pesar de que ese día había una agradable temperatura. Nuestros amigos trabajan en la universidad y nos sentimos un poco más sabios escuchándolos hablar de la fundación de la ciudad, de los libros que publican en la editorial y de los pueblos originarios que tantos bellos nombres legaron a la geografía de Tierra del Fuego.
Caminamos mucho, subimos por el antiguo camino de los presos hasta una montaña desde la cual se veía la ciudad y el canal que la bordea. También conocimos hermosas y distantes playas y un zorro me miró con ojos tan llenos de compasión que daban ganas de llorar: tenía los ojos más humanos que he visto. El paisaje de esas playas llenas de gaviotas que trataban de romper las ostras lanzándolas contra los arrecifes, es de lo más hermoso que he visto de Argentina y cuando regresamos a la casa pusimos una película de Solanas que empieza en Ushuaia y durante la cual un joven Fito Páez le canta a la ciudad. Solo faltaba que nevara o que nos resbaláramos en el hielo para tener la aventura completa. Por suerte no nos resbalamos, pero si cayó una nevada intensa que cubrió los suelos de un blanco puro y cuando fuimos hasta la ladera del Martial todo era muy mágico, tanto que parecía que íbamos a despertar de un momento a otro.
Sobre la firma
Marcial Gala
Marcial Gala, escritor de la «patria de Guillén y de Borges». En Cuba ha sido Premio Alejo Carpentier, Nacional de la Crítica y de Cienfuegos en cuento y en poesía. En Argentina premio, Ñ Ciudad de Buenos Aires y en Estados Unidos estuvo entre los finalistas del Pen Club América. Aquí publicó cinco novelas: “Sentada en su verde limón”, traducida al italiano, “Rocanrol”, “La catedral de los negros”, al inglés, francés, alemán y árabe, “Llámenme Casandra”, al inglés, francés, italiano, portugués y polaco y, la última, “La máquina de ser feliz”.
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