Vuelan los abrazos y las lágrimas en el lobby de este hotel de Reykjavik. Parado junto a la puerta, el rubicundo chofer de ojos azules que nos llevará al aeropuerto a Fabi, a Clara y a mí mira sorprendido, sin entender. “¿Por qué se abrazan tanto?”, pregunta con una incredulidad indisimulable, para rematar con un “eso no es muy islandés”. “Somos argentinos -se dispara la respuesta-, y hasta hace diez días casi no nos conocíamos”. Es verdad. Llega a su fin el maravilloso Viaje literario que emprendimos de la mano de Santiago y Cata, líderes insuperables, y la despedida tiene un regusto amargo.
Fede y Ana Lía partieron muy temprano. Jorge y Martín -los hermanos sean unidos- y María lo harán a la tarde; María Inés y Ernesto toman su vuelo a la noche. Además de Santiago y Cata, Susana, Moni, Agus, Eduardo y Edi abandonarán la capital islandesa en los siguientes dos días; Gaby prolongará su estadía todavía una semana. Rumbo a Buenos Aires o a otros destinos, además de valijas y libros, cada uno carga en su equipaje los ecos recientes de una experiencia rica y enriquecedora. Y, sobre todo, compartida.
Desde las lecturas de Fosse hasta la recorrida por la casa de Ibsen y el increíble Museo Munch, hasta la navegación por los fiordos noruegos, la visita a la vivienda del único Premio Nobel islandés y la tumba de Snorri Sturluson, pasando por Borges recitado al tope de un acantilado o una noche en vela esperando la aurora boreal, perfectos desconocidos la mayoría hasta días antes fuimos capaces de abrir nuestros corazones y nuestras mentes para emprender la aventura de conocer y conocernos. La emoción que sobrevuela la separación no es muy islandesa, como dice nuestro chofer. Es total y saludablemente “argenta”.