Si uno camina por el barrio de Once, entre el bullicio de los colectivos y el aroma a café con leche de los bares antiguos, puede imaginarse a un joven flaco, de mirada intensa, que escribe versos en servilletas mientras escucha tangos de fondo.
Ese joven es Raúl González Tuñón, nacido el 29 de marzo de 1905, hijo de inmigrantes españoles, sexto de siete hermanos, y uno de los poetas más comprometidos y originales que dio la Argentina del siglo XX.
Pero Raúl González Tuñón no fue un poeta que escribía encerrado en su torre de marfil. Fue también periodista, cronista, viajero, militante, amigo de los grandes y voz de los que no tienen voz.
Escribió para el diario Crítica, ese vespertino que en los años treinta del siglo pasado revolucionó el periodismo argentino con su estilo sensacionalista pero también literario, donde convivían en sus páginas desde Jorge Luis Borges a Roberto Arlt, pasando por Carlos de la Púa.
Más tarde, colaboró con Clarín, escribiendo sobre artes plásticas y crónicas de viaje.
Pero su verdadera revolución fue poética. Desde sus primeros versos publicados en 1922 en Caras y Caretas, hasta sus libros más combativos como La rosa blindada (inspirado en la Revolución de Asturias de 1934), Tuñón construyó una poesía urbana, social, lírica y profundamente humana.
Raúl González Tuñón. / Archivo Clarín
En los años veinte, la literatura argentina se dividía entre dos grupos: el de Florida, más estético y cosmopolita, y el de Boedo, más social y comprometido. Tuñón, aunque vinculado al primero por su participación en la revista Martín Fierro, tenía el corazón en Boedo. Era amigo de Álvaro Yunque y Elías Castelnuovo, y sus versos hablaban de marineros, prostitutas, obreros y contrabandistas.
Su poesía no se limitaba solo a Buenos Aires. Viajó por Europa, escribió en París La calle del agujero en la media, y fue corresponsal durante la Guerra Civil Española. En ese tiempo trabó amistad con Federico García Lorca, Miguel Hernández y Pablo Neruda. Con este último fundó la sede chilena de la Alianza de Intelectuales para la Defensa de la Cultura, en plena lucha antifascista.
La voz de los que no tenían voz
Tuñón no escribía para los salones. Escribía para los que no tenían voz. En Miércoles de ceniza, por ejemplo, retrató la picardía de los muchachos del puerto. En La rosa blindada, en cambio, la heroica resistencia de los mineros asturianos.
En cada verso, una denuncia, una caricia, una esperanza.
Fue comunista, pero sobre todo fue humanista. Su poesía no adoctrinaba: emocionaba. Y eso lo convirtió en un referente de la poesía social en la Argentina, precursor de una entonación rioplatense que influiría en las generaciones posteriores.
Cumbre de poetas: González Tuñón con Federico García Lorca y Pablo Neruda. / Archivo Clarín
La noche del 13 de agosto de 1974, Raúl escribió su último poema, dedicado al cantor chileno Víctor Jara, asesinado por la dictadura de Augusto Pinochet.
Al día siguiente, murió en Buenos Aires, dejando una obra que sigue latiendo en cada calle, en cada verso que busca justicia.
Dijo de él el cantautor español Joaquín Sabina: “Raúl González Tuñón, bendito sea; porque uno, en su ignorancia bautismal, ni sabe ni quiere saber cuáles son los mecanismos sutiles y misteriosos por los que un racimo de versos imborrables queda tatuado a fuego en la memoria de los veinte años como jamás, por sublime que fuera, lo haría después otro poemario”.
“¿Cómo no iba a gustarme si hablaba del farolito de la calle en que nací, del balcón donde volverían a colgar sus nidos las más oscuras golondrinas, de las Magdalenas imposibles con las que nunca dormiría, de las patadas en la puerta que, a medianoche, me desvelarían?”
“¿Cómo no iba a amarlo si yo también coleccionaba tarjetas postales y quería viajar y ser feliz y, antes que nadie, sí, que nadie, estuve enamorado de Rosita?”
EM
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Sobre la firma
Felipe Pigna
Historiador y autor argentino.
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