Durante cien años, entre 1862 y 1963, el 12 de octubre fue la fecha de asunción de los binomios presidenciales designados bajo normas de la Constitución Nacional. La primera dupla, Mitre-Paz, surgió como consecuencia del fin de la lucha entre la Confederación y Buenos Aires y la consiguiente unión nacional.
La última, la de Illia-Perette de la UCR, asumió en el marco de una serie de planteos militares y la proscripción del peronismo. Diez años después, tras el fracasado mandato de Cámpora-Lima iniciado el 25 de mayo, la fórmula Perón-Perón juró también en el “Día de la Raza”, instituido por Yrigoyen, en 1917.
Desde 1983, con Alfonsín, la fecha se cambió al 10 de diciembre, Día Internacional de los Derechos Humanos, aunque el accidentado tránsito posterior hizo que solo se replicara con De la Rúa en 1999 y, por fin, desde Cristina Kirchner hasta el presente.
De cualquier modo, en total, el simbólico “sillón de Rivadavia” fue ocupado por 43 presidentes electos o interinos (5 de ellos durante dos períodos) y usurpado por 12 dictadores durante 5 golpes de Estado. Depurando la lista de transitorios queda un total de 36 presidentes evaluables, 15 previos a la ley Sáenz Peña de sufragio secreto; 6 más hasta el voto femenino y otros 15 desde 1951 hasta el presente.
La pregunta del millón –que Milei gusta repetir adjudicándose el máximo oropel de la historia– es: ¿quién fue el mejor presidente?; ¿hay uno o alguno?, ¿son varios? Empecemos por recalcar que es impropio comparar épocas y situaciones locales y mundiales tan distintas como las de 1870, 1950 o el siglo XXI.
Por otro lado, nada más lejos de mi intención que favorecer la idea de un ranking para construir un vano top ten. Creo sí que es atinado pensar la cuestión para hacer un repaso inteligente de esta treintena de hombres y mujeres que tuvieron en sus manos el poder ejecutivo, más aún cuando el desconcierto y la desesperanza provocan la deserción cada vez más pronunciada de los votantes a concurrir a las urnas u optar entre las opciones que se presentan lo que implica una luz amarilla hacia el sistema mismo.
Esbozo entonces algunas pautas que ayuden a una reflexión sobre la cuestión. Es de rigor señalar que el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo ha elaborado el Índice de Desarrollo Humano para rankear el progreso de los países sobre la base de tres dimensiones fundamentales: salud (esperanza de vida), educación (años de escolaridad) y nivel de vida (ingreso per cápita).
En 2023 Argentina se ubicó en el puesto 47 entre 193 países. “Esta posición se explica principalmente por sus componentes de salud y educación, que históricamente presentaron altos valores. No obstante, el desarrollo en el país presenta un fuerte desbalance debido a la marcada volatilidad del ingreso”.
La calidad de vida se describe como “heterogénea, con variaciones significativas entre regiones y provincias, y marcados contrastes entre barrios populares y zonas más consolidadas”.
Resumiendo claves de análisis, retrospectivamente debe observarse lo político, lo institucional y su plano ético: la transparencia en la función pública y la corrupción, en la que el país, según Transparencia Internacional, sigue estando en una pobre ubicación: 95° a nivel global y 8° en Latinoamérica.
En lo económico, la vida cotidiana de los hogares de los sectores medios y más pobres y su dinámica, el mejor o peor aprovechamiento racional y soberano de los recursos naturales (aguas, materias primas, energía), el nivel de reservas monetarias y el endeudamiento interno y exterior.
En lo ecológico, el cuidado del ambiente y el cumplimiento de las medidas contra el calentamiento global; en lo social, el desarrollo de obras públicas y de infraestructura (vivienda, cloacas, caminos, puentes, etc.), además de los prioritarios servicios educativos y de salud. Respecto de lo cultural, la inversión en ciencia, tecnología y arte y la expansión de los ámbitos que favorezcan una vida creativa y recreativa.
En la seguridad social y pública, la protección de la población y en especial de sus sectores más vulnerables como la niñez, los ancianos y las cuestiones de género. En la Justicia, la rigurosa igualdad ante la ley y la defensa y promoción de los derechos humanos; en el ejercicio del federalismo, el respeto al republicanismo.
En lo étnico, el fomento de la diversidad y la tradicional cultura inmigratoria y en el terreno internacional, partiendo de las circunstancias mundiales de cada época, la alineación asumida, su asunción o rechazo a posicionamientos en sintonía con la doctrina de la paz entre los pueblos del mundo; el rechazo a todo tipo de dictadura y la capacidad de integración regional.
Por fin, poner la lupa en los estilos de liderazgo que caracterizan la gestión y su discurso… ¿qué valores transmitió?, ¿antepuso el bien común?, ¿ofreció equilibrio adecuado entre la vigencia de las libertades públicas y la ampliación de los derechos sociales?, ¿cuidó la libertad de prensa y de expresión popular o abusó de la censura, la represión y el autoritarismo hacia los medios?
Le dejamos a usted, apreciado lector, la tarea de poner las “X” que considere, un ejercicio por cierto muy sano y adecuado a un presente abarrotado de discursos. ¿Qué presidente destacaría usted como el mejor? Yo, enemigo de dividir el mundo y la historia entre “buenos” y “malos”, tengo mi favorito… pero aquí, no voto.
Sobre la firma
Ricardo de Titto
Historiador. Autor de “Hombres de Mayo” y “Las dos independencias argentinas”
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