Nuestras democracias son ruidosas, siempre aparecemos en algún diario por cosas extraordinarias que nos suceden (o que hacemos) y muchos de nosotros quisiéramos tener un país mas normal, menos excepcional y miramos con envidia a los países que tienen sistemas políticos más tranquilos, difícilmente con titulares en los diarios. ¿Quién sabe el nombre del primer ministro sueco?
Veamos algunas características: baja personalización del poder. Las decisiones se atribuyen a poderes colegiados o a sistemas institucionales. Rotación frecuente y ordenada de cargos. Evita acumulaciones de poder y fomenta la cooperación entre partidos. Ausencia de culto mediático al líder: reduce el riesgo de populismo y permite que el debate público se centre en políticas, no en personas. Instituciones fuertes y ampliamente aceptadas: La ciudadanía confía más en el sistema que en una figura concreta.
La mayoría de los estudios sobre política internacional ponen su foco en los centros de poder geopolítico o en las zonas de conflicto e inestabilidad. Sin embargo, existe un grupo de naciones, a las que podemos llamar “democracias discretas» (como Suiza, Canadá, Nueva Zelanda, Costa Rica, Suecia, Noruega, Dinamarca, Países Bajos y Alemania), que ofrecen altos estándares de vida, baja corrupción y una notable estabilidad política.
Su «discreción» no es un accidente, sino el resultado de sistemas políticos bien calibrados, que funcionan silenciosamente, y con previsibilidad, una característica que surge de la interacción profunda entre su organización política y su cultura política.
Una democracia discreta se caracteriza por su resistencia al drama político y la continuidad en la toma de decisiones. Hay componentes estructurales (la organización) actitudinales (la cultura).
La organización política se refiere a las instituciones formales, las reglas y los diseños constitucionales que rigen el ejercicio del poder. En las democracias discretas, estas estructuras están notablemente diseñadas para el consenso y la inclusión, en lugar de la competición de suma cero.
Muchos de estos estados (como Alemania, Países Bajos, Noruega y Dinamarca) emplean sistemas de representación proporcional, lo que conduce a gobiernos de coalición. El poder se distribuye, forzando a los partidos a negociar y a compartir la responsabilidad, lo que desincentiva el maximalismo ideológico.
La descentralización y el federalismo (presentes en Alemania, Suiza y Canadá) distribuyen el poder geográficamente, permitiendo que las decisiones se tomen a niveles más cercanos al ciudadano y reduciendo la presión sobre el gobierno nacional.
Esta distribución institucional mitiga la percepción de que el ejecutivo nacional es el único premio político que importa. La fuerte independencia judicial y los sólidos organismos reguladores garantizan el Estado de Derecho, haciendo que las decisiones políticas sean predecibles y razonables.
La cultura política es el conjunto de valores, creencias y actitudes que tienen los ciudadanos y las élites hacia el sistema político. Es el componente «blando» que permite que las reglas formales funcionen de manera efectiva. En estas democracias es el motor de la confianza y se caracteriza por tres pilares: Alta Confianza Social y Política, Pragmatismo y Consenso, Igualitarismo y Apoyo al Bienestar.
En ellas, existe un nivel excepcionalmente alto de confianza, tanto interpersonal (entre ciudadanos) como institucional (en la policía, el sistema judicial, y los políticos). Esto se debe a una baja percepción de corrupción y a la transparencia gubernamental. Esta confianza reduce el cinismo y fomenta la participación cívica constructiva.
La élite política opera bajo un imperativo de solución de problemas (pragmatismo) más que de imposición ideológica. El compromiso se considera una virtud y no una debilidad.
Países como Nueva Zelanda, Canadá y la mayoría de Europa del Norte exhiben una fuerte cultura igualitaria, donde el apoyo a un estado de bienestar robusto y la redistribución de la riqueza son valores profundamente arraigados. Esta red de seguridad social amortigua las crisis económicas y sociales, reduciendo la polarización extrema y el atractivo de los movimientos populistas disruptivos.
La estabilidad de las democracias discretas radica en la perfecta sinergia entre su organización política y su cultura cívica. Las estructuras de consenso (organización) solo son sostenibles si la cultura política fomenta el compromiso y la negociación (cultura). A su vez, el buen funcionamiento de instituciones transparentes y justas (organización) refuerza la confianza ciudadana (cultura), creando un circuito de retroalimentación positiva.
El éxito y la paz política de las democracias discretas no es una casualidad geográfica. Es el resultado directo de una arquitectura institucional diseñada para la inclusión (organización política) sostenida por una población comprometida con el diálogo, la confianza y el bien común (cultura política).
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