La sorpresiva comodidad con la que La Libertad Avanza triunfó en las elecciones del domingo pasado refleja en buena medida el gran valor que los argentinos otorgan al (fuerte) descenso de la inflación y a la (significativa) caída de la pobreza, en particular en relación a los pésimos niveles del final del gobierno de Alberto Fernández.
Sería un error, sin embargo, concluir que la seguidilla de desaciertos del Gobierno en los últimos meses no tuvo efecto. El Índice de Confianza en el Gobierno de la Universidad Torcuato Di Tella, que predice razonablemente el desempeño electoral del oficialismo, cayó significativamente entre enero y octubre, sin duda como consecuencia de esos desaciertos. Puede estimarse que tal caída le costó a LLA unos cinco puntos porcentuales el domingo (y varios legisladores). El 45% que el Gobierno preveía hace unos meses era factible.
En efecto, la victoria de LLA no significa que lo que la semana pasada eran errores, hayan dejado de serlo. Impulsar (obcecadamente) al juez Lijo fue un error. También lo fueron la hostilidad hacia el PRO y otras fuerzas cooperativas, el trato despectivo hacia periodistas y minorías sexuales, el “comprá campeón” en medio del desarme de las LEFI, y el mal manejo de los casos ANDIS y Espert.
Un caso ilustrativo: en Río Negro LLA postuló para el Senado a la polémica diputada Lorena Villaverde, involucrada en una suerte de “caso Espert-Machado” patagónico. LLA ganó claramente en la categoría diputados nacionales (34,2% contra 29,5% del PJ) pero, llamativamente, fue derrotada en la categoría senadores (30,7% a 30,1%), cediendo así un valioso escaño en la Cámara alta. Los rionegrinos castigaron, previsiblemente, la inconsistencia ética del Gobierno.
El resultado electoral nacional contribuirá a que el presidente Milei recupere la iniciativa que tuvo hasta el caso $LIBRA (de febrero pasado), y lo fortalecerá marcadamente en el Congreso. Todo esto propende a una razonable estabilidad económica y política en los dos años restantes de su mandato, pero no la asegura. Y esto es clave: recuérdese que luego del contundente triunfo de Cambiemos en las elecciones legislativas de 2017 se desencadenó en 2018 una crisis financiera que acabó con las chances de reelección de ese gobierno.
Aparece así una incógnita clave para el futuro desarrollo argentino: ¿qué orientación política tendrá la fuerza que gobierne el país durante el crítico período 2027-2031? Durante esos cuatro años fructificará gran parte de varias grandes inversiones en hidrocarburos y minería que se vienen desarrollando en el país, lo cual incrementará fuertemente nuestras exportaciones.
Esto producirá recursos fiscales que podrán, o ser malgastados en populismo macroeconómico -receta para comprar legitimidad política en el corto plazo y generar declive nacional en el largo plazo- o, alternativamente, ser invertidos en desarrollo: en educación, ciencia, infraestructura productiva y capacidad estatal.
Esto es, en los próximos años deberemos decidir si intentaremos convertirnos en una próspera democracia capitalista que maneja con reglas claras sus abundantes recursos naturales (como Canadá o Noruega), o en una dictadura pobre y corrupta que reparte discrecionalmente entre pocos las rentas del petróleo o los minerales, como ocurre en algunas naciones africanas. La dicotomía en versión regional sería, ¿el democrático Chile de 17.000 dólares anuales de PBI per cápita, o la autoritaria Venezuela de 3.000?
El peronismo emite mensajes claros. Su más prominente funcionario electo, Axel Kicillof, que en su momento consideró a la seguridad jurídica un “concepto horrible”, reivindica ahora la expropiación de YPF. El principal candidato peronista en estas elecciones, Jorge Taiana, afirma que la narco-dictadura venezolana, que expulsó a ocho millones de sus ciudadanos, es una “democracia con una serie de fallas”. Y el ex precandidato presidencial Juan Grabois indica que hay en el país “un gobierno de ocupación”.
No sorprende que cada vez que este pero-kirchnerismo de barricada triunfa en una elección, el valor de la moneda, las acciones y los bonos argentinos se derrumba, fenómeno que no ocurre cuando lo hacen las racionales izquierdas de Brasil, Chile o Uruguay. Aunque derrotado el domingo pasado, ese peronismo se mantiene como la principal oposición y, por tanto, como candidato a regresar en 2027.
El impulso de este “segundo aire” que los votantes (y el gobierno de los Estados Unidos) dieron a la agenda de LLA no debería ser usado para batallas culturales que les interesan a pocos, para castigar a los críticos desde el púlpito presidencial, o para intentar “pintar el país de violeta”.
Los traspiés éticos, los errores macroeconómicos o los excesos de ambición política se pagarán más caros luego de esta segunda oportunidad, y las consecuencias de un fracaso serán especialmente trascendentales, dada la coyuntura 2027-2031.
La energía gubernamental debería ser obsesivamente dirigida a mostrar como un camino de estabilidad y desarrollo capitalista en el marco de una democracia auténticamente liberal puede generar un amplio bienestar. Y, en última instancia, a evitar no ya un nuevo episodio de populismo macroeconómico, sino la consolidación definitiva, vía “la maldición de los recursos”, de la trayectoria de inestabilidad y decadencia que Argentina viene transitando en las últimas décadas.
Sobre la firma
 Carlos GervasoniBio completa
Carlos GervasoniBio completa
Newsletter Clarín
Recibí en tu email todas las noticias, coberturas, historias y análisis de la mano de nuestros periodistas especializados
QUIERO RECIBIRLO
Tags relacionados





 //
									 
					//
	





